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La comisionada de Salud Mental: “Los jóvenes de hoy son nativos medicalizados, hablan de su malestar en lenguaje médico”

La psiquiatra Belén González estrena un nuevo puesto en el Ministerio de Sanidad que tiene como finalidad incidir en las políticas del Gobierno para rebajar el sufrimiento de la sociedad

Belén González
Belén González, directora del Comisionado para la Salud Mental del Ministerio de Sanidad, en el Paseo del Prado, en Madrid.Jaime Villanueva
Pablo Linde

La psiquiatra Belén González (Yeste, 34 años) es la primera comisionada para la Salud Mental, un nuevo cargo que el Ministerio de Sanidad creó hace un mes para abordar los malestares cada vez más frecuentes (o, al menos, más visibles) en la sociedad. En estas semanas está definiendo su proyecto, que se centra en políticas estructurales que eviten el sufrimiento de los ciudadanos antes de que tengan que llegar a una consulta médica. Con limitadas competencias en lo asistencial (en manos de las comunidades autónomas), su prioridad en este ámbito es mejorar las redes que tratan a los enfermos mentales graves, que “no están siendo atendidos como merecerían”.

Pregunta. El ministerio tiene la competencia de convocar las plazas de formación de psicólogos clínicos o psiquiatras, ¿quieren ampliar su número?

Respuesta. Sí, hay intención de ampliar las plazas de Psicología Clínica y Psiquiatría, pero son las comunidades las que tienen que formar a esos profesionales, mantenerlos y darles condiciones laborales tolerables.

P. España está muy por debajo de la Unión Europea, tanto en número de psicólogos clínicos como de psiquiatras. ¿La idea es alcanzar esta media?

R. No tenemos un número, pero desde luego sí que las queremos ampliar, sobre todo en lo que hay más diferencia con la UE, que son los psicólogos clínicos. Pero también entendemos que la salud mental de la población no solamente se resuelve poniendo más psicólogos y psiquiatras, ni siquiera poniendo más del resto de profesiones que son imprescindibles en la atención a la salud mental y que se nos suelen olvidar, como educadores sociales, terapeutas ocupacionales, enfermeros... Lo que queremos es poder dar una respuesta al sufrimiento psíquico que no se base en paliar el dolor cuando ya llega a la consulta. Por ejemplo, políticas de trabajo, de educación, de infancia. El grueso del sufrimiento ahora mismo tiene que ver con las condiciones de vida.

P. Menciona educación, juventud, trabajo… ¿está ya hablando con los respectivos ministerios para implementar políticas?

R. Estamos estableciendo líneas de trabajo. Pero la sociedad ha enunciado un problema que tiene que ver con el sufrimiento: “Lo estamos pasando mal”. Y esto se está expresando en términos medicalizados. “Tenemos ansiedad, tenemos depresión. No quiero seguir viviendo”. ¿Por qué? Porque este lenguaje es el que legitima el sufrimiento. Tanto es así que ahora mismo, para que te den una baja, para poder descansar de tu trabajo, la única manera es que te la dé el médico de familia. Tienes que ir con una demanda sanitaria. Hemos convertido un sufrimiento global a un lenguaje sanitario. La tarea del comisionado es revertir esto, traducirlo a medidas políticas. ¿Por qué hay tanta depresión en ciertas actividades laborales o en ciertas empresas? Si el 10% o el 20% de una plantilla está de baja por depresión no es un problema de salud mental, eso es laboral. Ahí hay que hacer políticas de trabajo y trabajar por unos empleos más justos y más dignos. Tenemos que entender con qué tiene que ver el sufrimiento: con que no tienen perspectivas de futuro, con que las laborales son nefastas, con una situación de desesperanza por una crisis climática que no se está manejando de la forma y con la urgencia con la que se debería manejar, con que estamos viendo televisado un genocidio que no estamos abordando de la forma en la que nos gustaría y nos hace sentir impotentes. Si tiene que ver con todo esto, tenemos que tomar medidas que vayan a solucionar esas cuestiones, no recetar fármacos o no hacer psicoterapia para poder tolerar mejor situaciones que son intolerables y que se tienen que cambiar.

P. ¿No son cambios sociales muy ambiciosos para un comisionado de un ministerio?

R. No va a cambiar todo eso. Ojalá. El comisionado no tiene potencia para cambiar todo eso. Pero sí que tiene para poder señalarlo, para mirar hacia las causas del malestar: si es la vivienda o el trabajo, y pedirle responsabilidades a aquellos que puedan solucionar ese sufrimiento.

P. ¿Me puede decir alguna medida concreta?

R. Trabajo ya inició una línea sobre la precariedad laboral y salud mental. Ya estamos trabajando para que podamos acceder a trabajos más decentes que provoquen mucho menos sufrimiento.

P. Mencionaba las bajas laborales, ¿barajan de alguna forma que se puedan coger fuera del ámbito clínico?

R. No sé si podríamos llegar ahí. Sería una idea bonita no tener que justificar desde otro lugar que no sea solamente el de la enfermedad. Lo que creo que es importante señalar que no solo los sanitarios pueden cambiar las cosas. Nos interesamos muchísimo por la salud mental de los jóvenes, pero luego tiran una sopa de tomate a un cuadro que tiene un cristal y lo calificamos de terrorismo. No, hombre. No les podemos dejar la única vía de expresión a través de lo sanitario, porque al final lo que van a hacer es sentirse enfermos. Si no pueden protestar de otra manera, si no pueden expresar su malestar de otra manera, lo van a hacer por la vía que existe y es la vía sanitaria. Estamos medicalizando problemas sociales.

Belén González, en el Paseo del Prado de Madrid, el 8 de febrero.
Belén González, en el Paseo del Prado de Madrid, el 8 de febrero. Jaime Villanueva

P. ¿Hay personas que piensan que tienen una enfermedad mental cuando realmente simplemente están sufriendo?

R. Sí, creo que recurrimos en exceso a lo sanitario, pero insisto, porque muchas veces no hay respuesta de otro lugar. Antes los malestares se recogían dentro de la comunidad, de los barrios, de las familias, de los espacios laborales; ahora ya no se puede. Estamos con una filosofía tan individualista, de tal productividad, que todos los esfuerzos van dirigidos a la producción y a la rentabilidad y no a la relación con el otro. Además, con la incorporación prácticamente absoluta de la mujer al mundo laboral remunerado, lo que ha ocurrido es que los espacios comunitarios que estaban sostenidos principalmente por las mujeres se están cayendo a trozos. Cuando vamos a buscar consuelo, acompañamiento, comprensión y vamos a buscar lucha con el resto de la comunidad, encontramos que no hay comunidad, y lo que hacemos es ir al médico.

P. Los jóvenes han roto el tabú de hablar de salud mental.

R. Hablan de la salud mental como hablan de las VPN [redes virtuales para conectarse a internet de forma anónima]. Es decir, los jóvenes de hoy, igual que son nativos tecnológicos, son nativos medicalizados: el lenguaje que emplean para referirse a su malestar es el médico. Pero esto no se lo han inventado ellos. Es el lenguaje que se les ha proporcionado. Cuando tú dices que tienes depresión, lo que ocurre es que consideras que hay un problema dentro de ti para afrontar algo y dejas de preguntarte qué es lo que te hace ponerte mal. Como ya tienes respuesta, dejas de preguntarte qué es lo que te pasa. Este es el problema de los diagnósticos y de que los jóvenes estén utilizando este lenguaje para nombrar su sufrimiento.

P. No solo es un lenguaje, también hay muchos más intentos de suicidios y autolesiones. ¿Es parte del mismo fenómeno que describe?

R. Hay que tener una conversación con ellos, preguntar qué les está pasando y por qué están haciendo esto. Las autolesiones, que es lo que estamos viendo que aparece con más frecuencia, no siempre tienen una finalidad autolítica, muchas veces tienen la finalidad de vehicular un sufrimiento que no pueden tolerar. Además, ahora son mucho más visibles. En redes sociales está mucho más expuesto, con lo cual somos mucho más conscientes de ello. Lo que no podemos hacer es simplemente alarmarnos y legislar sobre ellos para que dejen de hacer eso. Esto es lo que en muchas ocasiones ha hecho la psiquiatría: reprimir la conducta, y no es la solución. Hay que escuchar el sufrimiento y acompañarlo. Hay que ver el origen y resolver el origen. Preguntarle a la gente qué le pasa, no pedirle que deje de hacer lo que está haciendo.

P. Con respecto al suicidio, ¿tienen previstas nuevas políticas?

R. De lo que nos hemos dado cuenta es que necesitamos mejores datos. Conocemos algunos determinantes que sí que influían en un aumento de suicidios, como por ejemplo la falta de integración en la comunidad o estar en una situación de violencia de género, o incluso la asistencia poco frecuente a salud mental en trastornos mentales graves. Primero necesitamos poner medidas urgentes como las que ya se han implementado y que las comunidades autónomas están llevando a cabo. Y, en segundo lugar, lo que sí que nos compete a nosotros es mejorar la información sobre ello para poder hacer un mejor diagnóstico y un mejor abordaje del problema.

P. Se habla mucho del suicidio en jóvenes, pero si vemos la serie histórica, hubo más en otras épocas. Realmente los que más se suicidan son hombres de más de 50 o 60 años. ¿Tienen algún plan contra esto?

R. Tenemos un problema en cómo vivimos el sufrimiento en función de la socialización de género. A los hombres se les ha socializado de una manera en la que no pueden depender de otros, sentir esa fragilidad, sentir que no van a poder tener el éxito que esperaban. Cuando no se cumplen sus expectativas, sí que encontramos muy frecuentemente suicidios de varones de esas edades, porque no pueden tolerar el cambio hacia otras formas de identidad que les permitan acercarse más, pedir ayuda, ser más dependientes… Decir: “Yo solo no puedo”.

P. En estos años de Gobierno de coalición, ¿qué se ha hecho bien en salud mental y qué ha fallado?

R. Ha habido decisiones muy importantes con respecto a la salud mental. Los ERTE protegieron la salud mental de la población a niveles que ninguna decisión sobre la asistencia hubiera podido hacer. La ley del solo sí es sí ha protegido más la salud mental de las mujeres que sufren violencia de género o que están en riesgo de sufrirla más que cualquier intervención dentro de lo asistencial. El comisionado no tiene que hacer políticas de otros ministerios, pero sí señalar que hay políticas que protegen muchísimo la salud mental de las personas.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.
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