Cada madre, un posparto
En redes sociales y en las familias, la experiencia de dar a luz se ha convertido en un campo de batalla sembrado de opiniones y modelos enfrentados sobre qué debe sentir una mujer, la lactancia y los cuidados. Una veintena de ellas cuentan su caso
A Asun se le caía “la piel a tiras” dando el pecho. Silvia estaba en el paritorio con la niña en brazos y discutiendo por su “mala decisión” de no querer amamantar con la enfermera, que le dijo: “¿No quieres ser una buena madre?”. Cristina pasó una depresión posparto de varios meses, en los que era incapaz de coger a su bebé “con toda la culpa posterior”, de la que salió tras casi dos años de terapia. La de Clara duró casi cuatro y no tuvo que ver con su bebé sino con su pareja: tras una cesárea que la dejó “hecha polvo” y el suelo pélvico “hecho migas”, acabó separándose porque su marido “ya nunca más” la vio como antes. Para Ana S., sin embargo, la recuperación fue rápida: “Y a mi marido le he gustado más que nunca cuando he sido madre”.
Nuria tuvo infectada la episiotomía y “lloraba de dolor” y de verse “aquello así”. Fátima, siendo madre primeriza y a pesar de un parto largo y cansado que terminó con espátulas, no tuvo ni “episiotomía ni desgarro”; ella se había dado a diario “masajes perineales en casa”. A Rocío le chocó lo “desatendido” que dejan lo que duele una cesárea: “Tienes una costura que te corta el cuerpo por la mitad, pero te mandan a casa como si te hubieses torcido un tobillo: con ibuprofeno y paracetamol”. Myriam creyó que iba “a volverse loca” con un bebé que estuvo llorando “casi cada minuto hasta que cumplió los seis meses”. Marta pudo dormir y descansar porque, “bendita” su hija, durmió desde el primer día “al menos tres horas seguidas”.
El posparto está sembrado de sensaciones nuevas y puede ser un terremoto emocional y físico. La casuística es infinita —una misma mujer ha podido vivir pospartos muy distintos— y depende de un mosaico de factores: desde cuántos años tienen a si son primerizas, cómo era su vida antes del embarazo, si hubo complicaciones o, sobre todo, con qué red de apoyo cuenten. Pese a todas las repercusiones físicas, emocionales y psicológicas que puede tener para las madres, hasta hace poco el lapso que viene tras el parto ha estado cubierto por una capa de silencio encajado en la idea de que, fuese como fuese, así tenía que ser. Sin quejas.
Eso, dice la psicóloga perinatal Diana Sánchez, “es fruto de una maternidad no atendida a nivel social”. Y del “modelo de maternidad feliz y fácil” que se ha mantenido y que tiene más exposición que nunca en las redes sociales a través de cuentas y vidas de actrices, cantantes, presentadoras o influencers con unas circunstancias que poco tienen que ver con la vida de la mayoría de las mujeres.
También con más exposición que nunca chocan modelos de crianza, lactancia, sueño, colecho o cuidados: es el posparto como campo de batalla, en el que las mujeres están sometidas a un bombardeo de opiniones y consejos en redes y dentro de su propia familia, sobre cómo deben ser y sentirse después de dar a luz, y la opción que se siga se ha convertido en material de encendido debate público. Como la polémica que generó un mensaje en Instagram de la presentadora de televisión Cristina Pedroche al contar y mostrar cómo estaba su cuerpo tres semanas después del parto y cómo lo había logrado.
La sociedad está cambiando, pero aún no lo hizo tanto como para que el posparto, feliz o amargo, sea algo de lo que se hable con libertad y sin culpa. Aquí lo hacen mujeres de todas las edades, con sus recuerdos y sus circunstancias.
Marina R.: “Hay como un juicio social constante por parte de todo el mundo”
Marina R. tuvo hace justo a un año a su primer hijo. Tiene 38 y vive “cabreada”. “Tengo a mi madre, la amo muchísimo y sin ella no sé qué haría porque mi novio es autónomo, pero me fríe con lo que cree que es criar, como si viviéramos en los ochenta”. Están también sus amigas, ninguna es madre: “Creen que puedo volver a mi vida de antes y dejar al niño tranquilamente. Hay como un juicio social constante sobre lo que haces o dejas de hacer por parte de todo el mundo”. E “internet”, se ríe, pero dice que hay días que ya no sabe si está “criando” o “haciéndolo todo mal”. “Cuando eres primeriza, si no tienes claras ciertas cosas, ya sea porque crees que es lo mejor o por cómo te viene la vida —yo no puedo dar de mamar, por ejemplo—, estás jodida, porque vas a encontrar 200 opiniones distintas para todo”.
María Iranzo: “He podido crecer en mi carrera profesional porque tuve una red. Mi gran bendición ha sido mi madre”
María Iranzo es profesora en la Universidad de Valencia. Siempre quiso serlo, pero nunca hubiese podido sin la red de personas que tuvo cuando se convirtió en madre: primero, con 28. Tres años después, el tiempo que necesitó para acabar su tesis, volvió a dar a luz. “Mi gran bendición ha sido mi madre”. Había algo que esta mujer de 40 años tenía claro cuando decidió tener hijos: no quería convertirse en alguien que solo tiene hijos. “Tenía ansiedad laboral. Eran justo los años en que puedes empezar a hacer tu carrera, pensaba en el techo de cristal…”.
Con el primero, Iranzo, periodista, trabajaba en Canal Nou. Se incorporó a los cinco meses y decidió parar de dar el pecho. Fue su marido, entonces en paro, quien se ocupó del bebé y del biberón: “Todo el mundo te dice que en el posparto la prioridad son los hijos, y lo siento, pero yo no quería sentirme una vaca lechera ordeñándome por los baños”. Con el segundo, fue ella quien estaba en paro y no quiso parar la lactancia: “Andaba haciendo cursos, en clase, pero tengo un pilar que es mi madre. Sabía que había una franja de dos o tres horas entre toma y toma. Ese era el tiempo para mí, las usé para seguir formándome y avanzar, y mi madre me lo traía cuando tocaba darle la teta. Siempre he sido completamente independiente, tuve durante meses todo el cuerpo enfocado ahí. Hubo nerviosismo, ansiedad. Luis y Álvaro [sus hijos] son lo mejor de mi vida. Pero es clave para la felicidad de la familia que estés feliz contigo misma”.
Ana Martínez: “Me puse a llorar, entré en un hoyo negro del que no salía y estuve mes y medio llorando”
La recuperación física de Ana Martínez fue rapidísima, “incluso siendo una cesárea, que, por cierto, es la única cirugía mayor de la que se espera que te recuperes al día siguiente”. Lo peor pasó cinco días después de parir: “Me puse a llorar, entré en un hoyo negro del que no salía y estuve mes y medio llorando”. No fue una depresión posparto. Eso le dijo su matrona: “No quería que nadie me apartara de mi bebé, y me dijeron que eso era un signo claro de que no lo era. Esa profesional, de la pública, me ayudó mucho, a mí y a mi pareja, estuvo hablando con él de lo importante que era cuidarme a mí”. ¿Qué fue? “Una mezcla hormonal y lo que supone dar a luz”. Fue madre tardía, tenía una vida en movimiento constante: viajar, salir, cenas, vivir en distintos países. “Me di cuenta de lo que suponía y me abrumó, pero la matrona, una psicóloga y mi pareja fueron quienes hicieron que no cayera en ese mes y medio”.
Victoria: “Con la lactancia se complicó todo. Me vi a las 10 de la noche llegando a casa con un bebé y sin saber qué hacer”
El día antes de ponerse de parto, Victoria estaba en el teatro. “Lo difícil vino después. Con la lactancia se complicó todo. Vuelve la inseguridad, en menos de 48 horas nos dieron el alta y me vi a las 10 de la noche con un bebé llegando a casa y sin saber qué hacer”. Recuerda “morir de dolor” con grietas en los pezones y entuertos durísimos (contracciones del útero tras el parto para reducir la matriz a su tamaño anterior), pero siguió: “Incluso llorando, porque ‘la lactancia materna es lo mejor para el bebe’, ¿y quién no le va a dar lo mejor a su bebé? Con los puntos no me podía casi ni sentar. Estuve una semana sin poder ir al baño porque nadie me dijo que me podía poder un laxante. Me decían que era normal, que aguantase”.
A las dos semanas, la niña no subió de peso: “El discurso era ‘todo el día en la teta’ y si lo veis mal, suplementáis. Y empezaron todas las opiniones de que mi leche no era buena, de que no tenía suficiente…”. Al mes, habiendo suplementado, acabó en neonatos. “Estuvimos 10 días y ahí ya todas las enfermeras se dedicaron a ayudarnos, a animarme a mí para que siguiese, aunque fuese a ratos, con la lactancia, y salimos del hospital con un plan y una seguridad” que hasta entonces no habían tenido. Para Victoria “lo mejor” fue su pareja: “Me supo escuchar todo ese tiempo, fue lo que hizo que no se me fuese la cabeza”. Sin embargo, asegura que ha tardado “mucho tiempo” en dejar de sentirse mal por la lactancia: “Y por no poder cuidar de mi bebé al 100% los primeros días. Ahora creo que me ha curado que se destetó ella sola, cuando quiso, y poder ayudar a otras chicas a las que nadie les dijo nunca que podían estar cansadas y sentirse mal”.
Inma Zamora: “Me obsesioné con mi deseo de no perder esa conexión entre mamá y bebé que tanto había visto en cuentas de Instagram”
A Inma Zamora “muchas obstrucciones y mastitis” la llevaron a estar a punto de abandonar la lactancia, pero quiso continuar porque le “daba miedo perder esos momentos” con sus hijos. “Me obsesioné con mi deseo de no perder esa conexión entre mamá y bebé que tanto había visto en cuentas de Instagram”. Ella lo consiguió, “pero otras muchas no y la frustración es tremenda y cruel”. Cree que es positivo hablar de “los aspectos negativos de la maternidad, que son muchos y variados, y no hacer del embarazo, parto o crianza, algo idílico que pueda llevar a decepciones”. Pero también que a veces “se demoniza a quienes sí expresan el lado idílico de la maternidad, bien porque no resultan creíbles o bien porque otras mujeres consideran que es mejor contar lo malo, porque representa a un número más elevado de mujeres”. La maternidad, dice, “tiene muchas sombras, pero también muchas luces”.
Aurora García: “Estaba triste, nerviosa e irascible. Y me sentía muy culpable y la peor madre del mundo”
Aurora García fue madre en 1993, “antes de lo previsto” y “sin planearlo”. Tenía 25 años y entonces los padres “tenían dos días por nacimiento”. Su hija nació un viernes, salió del hospital el domingo y el lunes su marido se fue a trabajar “a una consultora de esas con jornadas interminables” a la que ni se les “pasó por la imaginación” pedir unos días más para que la acompañara. “Y ahí me quedé yo, sola en mi casa, con una bebé de tres días, 25 años y en paro”, cuenta.
Físicamente, se recuperó pronto: “Pero mientras mis amigas salían de fiesta, mi pareja trabajaba de sol a sol y todo el mundo seguía con su vida y su trabajo, yo pasaba los días en aquella casa de barrio, con una bebé muy buena y sin nada más que hacer que esperar a que el padre o cualquier otra persona adulta viniera para tener una conversación o salir con cualquier excusa y aparentar durante un rato ser la misma de antes”.
Lloró, sola y con su pareja. Le daba miedo que su vida de aquel momento fuera su vida para siempre: “Estaba triste, nerviosa e irascible. Y me sentía muy culpable y la peor madre del mundo”. Poco a poco, la situación fue cambiando y empezó a llenar las horas “con formación y proyectos puntuales” hasta que empezó a trabajar de forma más estable “nada menos que tres años después del parto”.
Nùria Barreda: “Mi primera hija, muerta de celos”
Cuando llega el segundo, y dependiendo de la edad del primero, la situación se puede complicar. Le ocurrió a Nùria Barreda, que había sido madre por primera vez en 2017, con 33 años; el siguiente nació en el pico de la pandemia de covid, el 17 de marzo de 2020, lo que dificultó aún más las cosas. “La recuperación de la cesárea fue inmensamente mejor que la primera. Anímicamente, era un cóctel de emociones, estaba contenta y feliz a la vez que triste porque no sabía cuándo mis padres y hermanas, que viven en Girona, podrían conocer al niño. A todo esto, se le sumaba que mi hija, muerta de celos, no tenía cole y no podía salir a la calle. No llevaba pañal hacía tiempo y volvió a hacerse pipí como dos o tres veces al día”. Pudo marcharse a casa de sus padres, en Girona, después de consultar con los Mossos d’Esquadra, y “poco a poco” su mente “se tranquilizó y el posparto fue bien”. Su recuerdo es el de “felicidad y tristeza a partes iguales”.
Lídia López: “Cuando nos dijeron que algo le pasaba a la niña, mi marido directamente pidió hablar con un psicólogo, algo que nunca sucedió”
Lídia López, de 36, tuvo un embarazo, y un parto, “feliz” con una cesárea programada. A los dos días, notaron que su bebé tenía “las córneas opacas” y empezó “una procesión de traslados” a dos hospitales distintos de Madrid. Tenía un glaucoma congénito bilateral. Ella se olvidó “totalmente” de sus 24 grapas y durmió donde pudo, incluidas sillas o sofás. “Las enfermeras que iban tocando en cada turno me daban trucos de cómo debía poner a la niña a mamar. Fue una locura”, cuenta. Su salud pasó a un “segundo plano” y no se recuperó de la cesárea hasta ocho meses después.
“Ante un diagnóstico como el de mi hija, el cuerpo se olvida del dolor y molestias que provocan una operación como es una cesárea para priorizar el cuidado de tu recién nacido”, asegura. E insiste en la falta de ayuda psicológica: “Cuando nos dijeron que algo le pasaba a la niña, mi marido directamente pidió hablar con un psicólogo, algo que nunca sucedió y que nunca nos han ofrecido en la sanidad pública”.
Graciela Rock: “Sentí que abandonaba a mi primera hija”
Graciela Rock vive en Barcelona, tiene 38 años, dos hijas y es mexicana. La primera nació en Barcelona en un parto “complicado” por cuestiones médicas previas que tienen que ver con su columna. A mitad de la cesárea, tras muchas horas intentando un parto natural, se dieron cuenta de que la anestesia no le estaba haciendo efecto, pero minuto después, al salir la niña, comprobaron que ambas estaban anestesiadas. A pesar de todo, el apoyo de su pareja y de su madre, que había viajado desde México, hizo su vuelta a casa después de varios días en neonatos “superfeliz”.
Se incorporó a trabajar a los tres meses. Lo hacía en Barcelona, pero para una empresa mexicana “y las bajas de maternidad allí no son las de España”. Se sintió “muy cuidada y muy apoyada”. Pero el recuerdo de aquella anestesia hizo que decidieran que la segunda nacería en México. La experiencia “médica” del parto dice que fue bien, pero no después: “Era Navidad, estuvimos en familia, vino mi suegro. Fue superabrumador, con mucha sensación de ansiedad. Creí que el proceso iba a ser mejor, pero fue muy complicado”. Y a todo ello, se sumaron los celos: “Mi pareja estaba siempre con la mayor para que no tuviera celos, pero yo sentí que abandonaba a mi primera hija, fue muy difícil, con sentimientos encontrados, culpa”.
La soledad
Graciela, Núria, Lídia, Aurora, Myriam, Cristina, María, Ana… Sus vidas son distintas, lo fueron sus partos y sus pospartos. Y hay, sin embargo, algo que las une. Algo de lo que prácticamente todas hablan en algún momento: la soledad. Incluso cuando, como Rebeca, tuvo el “privilegio de estar tan acompañada”, por su pareja, por su familia, por sus amigos, que “se han acoplado a la situación”. “Y a pesar de eso, hay momentos, por el cambio tan heavy que supone la maternidad, que hay una punzada de soledad”.
Dice la psicóloga Diana Sánchez que hoy se vive la maternidad con mucha más soledad que antes, “cuando se criaba de forma más parecida a una tribu porque la familia estaba cerca”, porque “los cambios sociales y laborales hacen que toda esa estructura se haya hecho más individual”.
La consecuencia de esa soledad y las complicaciones que puedan surgir de cuidar a un bebé, de sí misma y de una casa, hacen que, dependiendo de las circunstancias, haya mujeres que no puedan con todo: “Y que tampoco lo cuenten porque están acostumbradas a ese imperativo que es el rol de que es lo que nos toca, y que tenemos que poder hacerlo todo, a la vez, y solas. Y estar contentas”. Y no es así ni debería serlo.
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