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In Memoriam
Tribuna
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Mariano Gamo: cristianismo radical y compromiso con la clase trabajadora

El sacerdote español llegó a militar en partidos políticos de la izquierda clandestina durante el franquismo y, posteriormente, contra el neoliberalismo

La prisión fue el precio que tuvo que pagar el sacerdote Mariano Gamo por la lucha contra la dictadura.
La prisión fue el precio que tuvo que pagar el sacerdote Mariano Gamo por la lucha contra la dictadura.Carlos Rosillo
Juan José Tamayo

Largo y muy fecundo ha sido el itinerario del sacerdote obrero Mariano Gamo, fallecido en Madrid el 5 de julio, a los 92 años, al servicio del Evangelio traducido en el compromiso político y sindical en favor de los sectores más vulnerables de la sociedad española. Especialmente, de la clase trabajadora oprimida por el capitalismo salvaje de la dictadura franquista y hoy por el neoliberalismo rampante.

Durante casi 15 años fungió como párroco de Nuestra Señora de la Montaña, en el barrio madrileño de Moratalaz, donde llevó a cabo una transformación radical y desacralizadora del viejo modelo parroquial centrado en el culto y la convirtió en la “Casa del pueblo de Dios”. Pero también en lugar de reuniones de las comisiones obreras nacientes y de los encierros reivindicativos de los trabajadores y las trabajadoras (era conocida popularmente como “Nuestra Señora de los encierros”) y comunidad cristiana de base inserta en el tejido social del barrio, formado por una ciudadanía inmigrante marginada y por sectores populares empobrecidos a quienes siempre defendió y dignificó.

Memorables fueron sus sermones evangélico-políticos, pronunciados con una libertad insobornable, una lucidez crítico-profética y una denuncia pública de las sangrantes brechas de la desigualdad a todos los niveles. Fueron sermones controlados y grabados por la Brigada Político Social, que le provocaron multas cuantiosas, detenciones y encarcelamientos en el Monasterio del Paular, la cárcel de Carabanchel y la cárcel Concordataria de Zamora, donde convivió con sacerdotes vascos.

La comunidad de base fue el espacio en el que comulgaba con una iglesia como frente de lucha contra todas formas alienantes y antievangélicas de las que ha estado revestida la fe cristiana y que todavía perviven. El barrio de Moratalaz era, para él, la comunión de aspiraciones con lo que llamamos pueblo como conjunto de todas las clases populares y la posibilidad de contar con la ayuda de personas que, aun no perteneciendo al proletariado, se ponen de su lado.

La prisión fue el precio que tuvo que pagar por la lucha contra la dictadura oligárquica y la posibilidad de entrar en relación-comunión con todos los que viven la misma causa, de conocer los bajos fondos de la sociedad, así como la oportunidad para reflexionar y plantearse una nueva perspectiva de sociedad.

De su identificación con las mayorías populares empobrecidas surgió su conciencia de clase que le llevó a convertirse en cura obrero en diferentes trabajos: peón de la construcción, encofrador, trabajo editorial, camillero, ATS, etc. Era la forma de lograr la independencia económica y de ganarse el pan con el sudor de la frente. Practicó la conciencia de clase a través de la lucha por la defensa de los derechos de la clase trabajadora con su participación en las huelgas, comités de empresa y juntas de personal.

Desde muy pronto despertó su conciencia política, que le llevó a militar en partidos políticos de la izquierda clandestina durante el franquismo, a presentarse como candidato por la agrupación de electores promovida por la ORT en las primeras elecciones de la transición democrática y como diputado autonómico por Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid.

“¿En dónde están los profetas que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?”, preguntaba Pedro Casaldáliga en uno de sus poemas más emblemáticos, para responder: “En las ciudades, en los campos, entre vosotros están”. Entre nosotros estuvo —y seguirá estándolo en nuestra memoria— Mariano Gamo, profeta del cristianismo radical, que hizo realidad la afirmación de Marx: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu en un mundo carente de espíritu”. De lo contrario, la religión se convierte en “opio del pueblo”.

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