Jazz de la libertad desde el corredor de la muerte: “¿Por qué no protestamos antes de que los maten y no después?”
Una colaboración musical entre el pianista Albert Marquès y el convicto estadounidense Keith LaMar busca concienciar sobre la abolición de la pena capital
Tal y como lo cuenta Albert Marquès (Granollers, 36 años), parece hasta sencillo: “Yo compongo la música y después él añade su voz, o al revés: él crea su poesía, la graba por teléfono y después yo compongo la música”. Él es Keith LaMar, el preso número A317117 de la penitenciaría del Estado de Ohio, Estados Unidos. Y entre los dos han compuesto un disco, titulado Freedom first (Primero, la libertad), a modo de alegato musical contra la pena de muerte. En general, pero también en particular. LaMar, de 53 años, lleva casi tres décadas confinado en una celda del corredor de la muerte. En aislamiento, a la espera. La música, los conciertos que dan ambos por todo el mundo, forman parte de una campaña con un objetivo mucho más acotado y acuciante: que la justicia reabra el caso de LaMar antes de que sea demasiado tarde.
Marquès, emigrado a Estados Unidos para seguir su carrera musical, ha estado esta semana en Berlín para participar en el congreso mundial contra la pena de muerte. Ha tocado el piano en la clausura, frente a un millar de delegados, con LaMar al otro lado del teléfono desde su celda de Ohio. Suelen hacerlo así, si hay suerte, porque no sería la primera vez que los guardias le impiden coger el teléfono a la hora acordada, sin que necesariamente medie un motivo. Cuando ocurre eso, recurren al plan b: en los conciertos se escucha la parte de LaMar pregrabada. “Es mucho mejor que entre en directo a nivel artístico porque improvisamos juntos. Es jazz. Y… porque le explota la cabeza al público. Es algo muy, muy fuerte”, describe Marquès.
Todo empezó en 2020, en plena pandemia, cuando Marquès tocaba en la calle con otros músicos en su barrio de Brooklyn. Se producían entonces las manifestaciones de Black Lives Matter con motivo del asesinato a manos de la policía de George Floyd. Allí un amigo, el pianista Brian Jackson, le habló de LaMar. Su mujer había leído un artículo en la revista Mother Jones donde LaMar relataba cómo era vivir aislado 23 horas al día y aconsejaba la mejor forma de sobrellevarlo a los lectores que de repente se veían confinados en casa por el coronavirus. El hombre, acusado de matar a cinco reclusos durante un motín carcelario en 1993, aseguraba que era inocente. Marquès recuerda que su amigo le hizo una pregunta clave: “¿Por qué no protestamos antes de que los maten y no después?”.
La pena de muerte todavía se aplica en 55 países, según el Ministerio de Exteriores alemán. En 2021 se registraron 579 ejecuciones en 18 de ellos, un 20% más que el año anterior, según datos de Ensemble contre la Peine de Mort (ECPM), la ONG francesa que organiza los congresos abolicionistas cada tres años. “La pena de muerte va en contra de la creencia en la razón y la dignidad humana sobre la que se construyen nuestras sociedades, vengamos de Europa, África, Asia o América Latina”, aseguró la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, en la inauguración. La cita en Berlín, la primera tras la pandemia, ha puesto el foco en los casos de ejecuciones de mujeres y de minorías, así como en el aumento de las condenas en Irán y en Arabia Saudí. Junto con China, Egipto y Siria son los países que más recurren a esta forma irreversible de castigo.
Pero también en Occidente se mantiene la pena capital. En 15 Estados de Estados Unidos se aplica, y en otros 12 no hay ejecuciones porque se ha decretado una moratoria, aunque la ley todavía las contempla. “La pena de muerte no forma parte del debate político o público en Estados Unidos. Y no es un debate partidista; hay muchos Estados donde los demócratas están a favor”, asegura Marquès, que se marchó a vivir fuera de Cataluña a los 22 años y tras pasar tres años en París se instaló en Nueva York. “Ni siquiera es tabú; es inexistente ese debate. Estos días se va a ejecutar a dos seres humanos. Y no va a salir en ninguna parte, no se va a hablar de ello”, lamenta.
En la portada del disco se ve a Marquès tocando el piano y a LaMar en una pantalla en segundo plano, en una videollamada. En realidad solo una de las piezas pudo grabarse así, relata el catalán, porque a LaMar no le permitían ese modo de comunicación habitualmente. Las dificultades logísticas fueron muchas. Casi todo el disco se grabó por teléfono, incluida una canción especial que el poeta y activista insistió en incluir: Alabama, de John Coltrane, el tema que el mítico saxofonista compuso en 1963 después de un ataque del KuKluxKlan en una iglesia evangélica de Birmingham (Alabama) en el que murieron cuatro niños.
LaMar era en 2020 uno más de los más de 2.400 presos que Estados Unidos que cumplen condena a la espera de la pena capital. El disco con Marquès, el único grabado desde el corredor de la muerte, le ha dado visibilidad a su caso y mayores probabilidades de reabrirlo. Las ganancias del disco y de la gira de conciertos —el próximo febrero tocarán en Barcelona (el día 2) y en Madrid (el 24)— se destinan a sufragar los gastos de los abogados que intentarán que su juicio se repita. Cuando se produjo el motín, LaMar cumplía condena por otro asesinato que sí reconoce haber cometido cuando todavía era adolescente y trapicheaba con drogas.
“Charlo con él casi todos los días. Es uno de mis mejores amigos”, dice Marquès en el vestíbulo de la Pierre Boulez Saal, la sala de conciertos diseñada por Frank Gehry en el centro de Berlín donde se ha desarrollado parte del congreso. Se ofrece a trasladar un par de preguntas al poeta, que llegan contestadas al día siguiente, tras grabarlas durante una conversación telefónica con él: “Siento que tengo la responsabilidad, incluso la obligación, de amplificar las voces de los que no pueden hablar por sí mismos”, responde LaMar sobre su papel de activista. “No lo sentía así al principio, pero luego me di cuenta de que soy de los pocos que pueden dirigirse a un público amplio y contar la realidad de la pena capital aquí en Estados Unidos y en el resto del mundo. Mi obligación va más allá de mi situación personal”, añade.
El de LaMar no sería el primer caso que se beneficia de la atención mediática. Melissa Lucio, la primera mujer hispana condenada a pena de muerte en Texas (EE UU), consiguió que la justicia revisara su caso después de que se estrenara un documental sobre su vida. La cinta, que se ha exhibido durante el congreso, relata cómo su condena por el homicidio de una de sus 14 hijos se basó casi exclusivamente en la confesión forzada que le arrancó la policía cuando la detuvo. Tras 14 años en el corredor de la muerte su caso vuelve a juzgarse. Ella defiende que la niña, de dos años y medio, se cayó por unas escaleras.
¿Y si funciona la campaña a favor de LaMar? “Confirmaría que el poder de la música es muchísimo más grande de lo que creía yo mismo y de lo que creemos los músicos y que quizá deberíamos estar haciendo más cosas. Pero en cierto sentido ya ha funcionado”, asegura Marquès, que ha conseguido la colaboración altruista de una veintena de músicos muy conocidos, como Arturo O’Farrill, o el propio Brian Jackson. El trabajo es para ayudar a LaMar y a todos los que están en su situación, apunta: “Desde que somos pequeños se nos muestra a la gente en la cárcel como monstruos, animales, criminales. Con este disco decimos que no, que son seres sensibles, creativos, que pueden crear poesía y belleza”.
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