Sin poder comer carne y pescado más de tres días a la semana y sin alcanzar a pagar el wifi: suben casi un 100% los jóvenes que piden ayuda a Cruz Roja
Un informe de la organización humanitaria alerta de que solo el 10% de los usuarios de 16 años en riesgo de exclusión se encuentran en el curso académico que les corresponde y el 52% de hasta 30 años no tienen empleo
Son jóvenes de 16 a 30 años en riesgo. Sus familias tienen dificultades para mantenerles y muchos se ven abocados a una emancipación obligada. La mayoría de ellos no tienen el título de la ESO, están desempleados o sufren una extrema precariedad laboral y cuentan con escasas competencias digitales. Es la descripción general de las más de 196.800 personas que en 2020 acudieron a Cruz Roja en busca de ayuda, un 97,7% más de los que lo hicieron en 2019 (99.591). “Un 64% de ellos son cazadores de wifi, van por donde pueden para conectarse, mendigando datos, y un 24% no pueden comer carne, pollo, pescado o su equivalente vegetariano (alimentos con alto contenido en proteínas) más de tres días a la semana porque no lo pueden pagar. Cuando vienen aquí siempre es el último recurso, han agotado todas las vías, llegan los que realmente lo necesitan”, señala Toni Bruel, coordinador general de Cruz Roja.
La institución humanitaria ha encuestado a casi 600 de esos usuarios para tomar el pulso de los perfiles mayoritarios y los disparadores que les han conducido a esa situación dramática. De ellos, el 68% aseguró que no puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año, el 52% no tienen ordenador y casi el 40% no puede mantener la vivienda con una temperatura adecuada o no está al corriente de los pagos, por lo que casi la mitad está en situación de pobreza energética. “Son jóvenes que se están convirtiendo en supervivientes y no en ciudadanos, de ahí que el 41% tenga miedo al futuro”, indica Bruel, que este jueves ha participado en la presentación del informe Los y las jóvenes y el reto de la digitalización en la covid-19.
Otro de los datos alarmantes es que apenas el 10% de los chavales de 16 años que han acudido a la organización en busca de ayuda se encuentra en el curso académico que les corresponde y el 16% de ellos no ha superado cinco cursos; el 40% ha cambiado de centro educativo dos veces, como mínimo, y solo el 20% disfruta de alguna beca pública o privada. De los que tienen hasta 30 años, el 44% cuenta con estudios obligatorios de primaria o secundaria, el 41% con título de bachillerato o FP, el 10% con grado universitario y el otro 5% dijo tener otro tipo de estudios.
Dentro del incremento del 97,7% en el número total de solicitantes de ayuda, el grupo mayoritario es el de 25 a 30 años (un 156,8% más que en 2019), seguido del de 19 a 24 (un 72,8% superior) y por el de 16 a 18 años (que descendió un 11%), con un claro predominio de los que residen en Andalucía y la Comunidad Valenciana (un 40% del total). En cuanto a su nacionalidad, un 50,2% son extranjeros y un 49,8% españoles. Entre los extranjeros, un 28,8% procede de Marruecos, un 14,8% de Colombia, un 10,2% de Venezuela y el resto de otros países con una incidencia inferior al 5%.
“Una parte de los jóvenes atendidos presenta debilidad en redes de apoyo social, debida a un rápido proceso de emancipación. La ex tutela administrativa o la separación voluntaria de la familia arrojan a estos chicos a trayectorias vitales de soledad. Muchos alquilan habitaciones en pisos compartidos y tienen como principal objetivo la inserción laboral para poder cubrir necesidades básicas. Esto influye directamente en una desmotivación para continuar con los estudios”, comenta Toni Bruel, al que le preocupa que el 42% declare falta de interés por la política y el 36% no se sienta representado por ningún partido.
Ayudarles a salir del laberinto de oscuridad
Rosa San Andrés, responsable de los programas de formación y empleo para jóvenes de Cruz Roja —que se financian en un 80% gracias al fondo social europeo—, cuenta que el mayor problema es que llegan desmotivados, sin ganas de hacer nada. “Tienen dificultades añadidas a las de los demás jóvenes. Tuvieron que romper su itinerario educativo por necesidad económica y eso les ha conducido a perder la esperanza de poder vivir mejor que sus padres... sacarles de esos nichos de desmotivación y de ese laberinto de oscuridad es la prioridad”, indica. Puesto que la mayoría de ellos no saben lo que quieren hacer, el primer paso es ayudarles a identificar en qué pueden ser buenos. “Es un proceso muy pautado que, con la formación que les damos y las posteriores prácticas en empresas (tienen acuerdo con más de 3.000 compañías) dura una media de cinco meses, unas 400 horas”. Más del 50% de los jóvenes que completa el proceso consigue un contrato. “Es la forma de recuperarles y activarles con formaciones no oficiales a la carta que diseñamos con las empresas. El siguiente paso es animarles a compaginar ese empleo con estudios de mayor nivel”, apunta San Andrés.
Dentro de los que tienen trabajo, el 60% percibe unos ingresos de menos de 950 euros al mes; el 28% entre 950 y 1.900 euros y el 11% no recibe salario alguno. El 48% de ellos asegura tener un contrato precario. El 26% afirma tener que realizar a diario un sobreesfuerzo físico; en el 64% de los casos su trabajo es físico, en el 22% físico e intelectual, y para un 14% intelectual.
Para el 52% de los que no tienen empleo, “el fracaso continuado en la búsqueda de empleo”, señala el informe, les lleva a pensar que la responsabilidad es totalmente suya “por decisiones no correctas tomadas en su vida, por no haber seguido ciertos pasos establecidos, o por no haber estudiado lo que se exige… es decir, se culpabilizan”. “Todo lo que han probado les ha fallado y sus niveles de frustración son tan elevados que su motivación puede verse mermada, así como su autoestima, lo que les hace dejar de confiar en sí mismos”, detalla Rosa San Andrés.
El de María Inés Torrico, 22 años, es un caso de éxito. Llegó de Bolivia a Madrid en enero con un título de bachillerato que debía homologar. No quería estar parada y acudió a Cruz Roja para ofrecerse como voluntaria y explorar opciones. En pocas semanas, se apuntó a un curso de auxiliar de charcutería (unas 30 horas) y realizó las prácticas en un supermercado Carrefour. “Dos días antes de terminar me dijeron que me querían, me han hecho un contrato indefinido de 40 horas semanales (cobra algo más de mil euros), aún no me creo que esto haya podido pasar”, explica. Se ha independizado de su madre, ha alquilado un piso con una amiga y se ha sacado el carnet de conducir. “La gente piensa que a Cruz Roja solo se va a pedir alimentos y ropa, pero es mucho más”, cuenta. Ahora quiere estudiar un grado de cocina. ¿Podrías dejar el trabajo? “Ahora mismo no, tengo que encontrar la manera de avanzar sin abandonar lo conseguido”. Su turno rotatorio le complica seguir estudiando. En una conversación con Rosa San Andrés vio la realidad: “A lo mejor te va a costar seis años acabar el grado de cocina, tus metas se van a dilatar en el tiempo, pero si te organizas lo puedes conseguir”.
Ese es precisamente uno de los puntos más complejos, resetear la forma de vida de estos jóvenes y cambiar sus rutinas para que aprendan a planificarse y tengan muy claro dónde quieren llegar. A los que no cuentan con estudios o experiencia profesional, se les acompaña en el taller de currículum para que traduzcan sus aprendizajes vitales en habilidades o competencias. “Por ejemplo, muchos pueden reflexionar sobre los puntos positivos de su trayectoria migratoria, sobre lo que han tenido que sortear para sobrevivir o cómo han tenido que dar de comer a cinco hermanos. Todo es válido”, señala San Andrés. Un 83% de los y las encuestadas encuentra trabajo en el sector privado, mientras que solo un 17% lo hace en el público.
Mayor número de mujeres con depresión
El 30% de las mujeres asegura haber sufrido algún proceso de depresión, frente al 20% de los hombres. “Manifiestan inseguridad, baja autoestima, sensación de agobio y frustración, lo que les lleva a presentar un estado de ánimo bajo, que en ocasiones da la apariencia de que nada les importa”, indica el informe. Este grupo de jóvenes dicen sentirse agotados y tener la sensación de que la vida les está pasando por encima sin poder disfrutarla en esta etapa tan importante. “Me siento cansado por lo que hago, por el esfuerzo que tengo que hacer, que es la necesidad también, no estoy feliz. Con el tema de la interacción social, con el trabajo que tengo, sí estoy feliz, pero estar de repartidor por las noches no es algo que me llene”, cuenta Mohamed, que no dice su edad.
Las cargas familiares o laborales les impiden fomentar sus relaciones sociales por falta de tiempo. El 62% de las mujeres encuestadas dispone de menos de cinco horas de tiempo libre a la semana, frente al 52% de los hombres. En general, algo más de la mitad (55% de ellas y 51% de ellos) no dedica tiempo a la participación social.
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