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Aborto
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mi apoyo al acceso al aborto contiene todo mi amor por mi hija

Restringir el acceso al aborto es un asalto a la vida de cualquiera que se enfrente a la decisión de tener hijos; y es un asalto a la vida de los hijos que podrían tener o que ya tienen

Dos manifestantes a favor del aborto protestan junto al Tribunal Supremo de EEUU, este viernes en Washington.
Dos manifestantes a favor del aborto protestan junto al Tribunal Supremo de EEUU, este viernes en Washington.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)

Pocos minutos después de escuchar la noticia de la filtración de un borrador del Tribunal Supremo sobre la probable derogación de la decisión Roe vs. Wade que ha garantizado el derecho al aborto durante casi 50 años en Estados Unidos, oí a mi hija llorar en su habitación. Se había despertado de un mal sueño. Además, necesitaba hacer pis. La cogí de la mano mientras ella avanzaba a trompicones por el pasillo hacia el baño diciendo: “Llévame en brazos, mamá. Llévame en brazos”. Y luego, “tráeme en brazos”.

Cuidar de mi hija esa noche, literalmente cargar con mi hija esa noche, no me pareció una distracción de la noticia, sino una reiteración de por qué era importante. Esto es lo que significa cuidar de un niño: es un trabajo, todos los días, y todas las noches. Es magnífico, y transformador; nada iguala la alegría de ver a mi hija explorando y rehaciendo el mundo, convirtiendo una caja de cartón en el inframundo de la mitología griega, o colocando un pequeño grupo de gusanos en el asiento de su bicicleta y gritando “¡Se van de viaje!”. Pero la crianza de los hijos cambia completamente los pilares básicos de la experiencia: tiempo, sueño, dinero, soledad. En otras palabras: cada momento del cuidado de los hijos —cada hora, cada día— es un argumento de por qué es importante que la maternidad y la paternidad sean una elección. El aborto no tiene que ver únicamente con el embarazo o el parto; tiene que ver con toda esa vida que le sigue: una vida de responsabilidad absoluta, sin paliativos, sin interrupciones; y también con la vida del niño.

Cuando aborté a los 24 años, no entendía qué era la maternidad, pero comprendía que no estaba preparada para ser madre. O, al menos, comprendía que, en ese momento de mi vida, no quería serlo. Cuando me senté en un retrete y miré el resultado positivo de mi prueba de embarazo, sentí una extraña y vertiginosa emoción por el hecho de que mi cuerpo fuera capaz de portar un feto; pero esa emoción iba unida a otra sensación de conciencia de mí misma: que todavía no estaba preparada para ser la madre del niño en el que ese feto podría convertirse. Ahora que soy madre, mi creencia en la importancia de garantizar el acceso al aborto no se ha visto socavada por la maternidad, sino justamente lo contrario. Mi apoyo a garantizar el acceso al aborto contiene todo mi amor por mi hija; contiene todo mi conocimiento sobre lo que significa cuidar de ella.

Cuando pienso en la posibilidad de que se derogue el caso Roe v. Wade, no me planteo qué habría pasado si yo no hubiera tenido acceso a un aborto, porque sé que no soy la persona más vulnerable a las formas en que se limitaría el acceso. Sister Song, una organización sin ánimo de lucro ubicada en el Sur y dirigida por mujeres de color, define la justicia reproductiva como un movimiento “sobre el acceso, no sobre la elección” en varios sentidos: “Incluso cuando el aborto es legal, muchas mujeres de color no pueden costeárselo, o no pueden viajar centenares de kilómetros hasta la clínica más cercana”, y, más allá del aborto, la justicia implica el acceso a la atención reproductiva y el apoyo doméstico. Conlleva el acceso a los anticonceptivos, a la educación sexual, a la atención prenatal, a los salarios dignos y a guarderías asequibles.

Convertirme en madre no ha hecho más que reafirmar mi convicción sobre la importancia que tiene pensar en la justicia reproductiva en estos términos más amplios: luchar para ampliar no solo el acceso al aborto, sino el acceso a todo tipo de atención reproductiva, como el tipo de atención médica que garantizó el parto seguro de mi hija mediante una cesárea de emergencia. La derogación de Roe v. Wade profundizaría la restricción y agrandaría las desigualdades en un contexto que ya se define por la restricción y la desigualdad, creando a efectos prácticos lo que el Centro para los Derechos Reproductivos llama “desiertos sin aborto” y “refugios con aborto”. Convertiría a Estados Unidos en una versión más intensa de lo que ya es: un lugar de injusticia reproductiva.

Al entrar en la Clínica de Planificación Familiar en la que aborté, pasé delante del par de manifestantes con quienes me cruzaba casi todos los días en mi trayecto matutino: estaban casi permanentemente sentadas en sus sillas de jardín, con sus macabras fotos de fetos destrozados. Hasta esa mañana, había sentido un extraño tipo de afecto por estas dos asiduas. Creían en aquello por lo que luchaban, pensé. Aunque yo pensara algo diferente. Pero aquel día, cuando se les unieron otros manifestantes —era viernes, el día de la semana en el que esa clínica realizaba todos sus abortos— no sentí ningún afecto por ellas. Pensé en cómo hacían que se sintieran las mujeres que acudían a esa clínica para abortar: juzgadas, amedrentadas y acosadas por unas extrañas que blandían su pétrea concepción de la moralidad como un arma contundente. Caí en la cuenta de que, cuando miraba fijamente a los ojos de una manifestante abortista que gritaba a las pacientes que entraban en la clínica, no éramos “simplemente dos personas”, como a veces me gusta pensar, cada una de las cuales alberga una conciencia humana diferente e infinita en su interior, sino que formábamos parte de algo mucho más grande que cualquiera de nosotros.

Justicia reproductiva

El aborto siempre ha sido el punto más visible del panorama más amplio de la justicia reproductiva: ¿quién tiene acceso a la atención sanitaria? ¿Quién no? ¿Qué cuerpos se consideran dignos de atención? ¿De qué modo los siglos de racismo sistémico han estructurado las formas en que algunas personas son consideradas más merecedoras de cuidados? Obligar a las mujeres y a la gente que ayuda en los partos a traer una vida al mundo en un entorno en el que el acceso a la atención médica ya es tan desigual, y el coste de la atención médica ya está tan desigualmente distribuido, ahonda y perpetúa de hecho la injusticia sistémica profundamente arraigada desde hace siglos.

Enfrentarse a la posible derogación de Roe v. Wade nos insta a reconocer que Roe v. Wade nunca ha sido suficiente. Enfrentarse a la posible derogación de Roe v. Wade exige que consideremos el derecho a acceder al aborto dentro de un panorama mucho más amplio de injusticia reproductiva, en el que las mujeres de color y otras poblaciones marginadas habitualmente tienen menos posibilidades de acceder a la atención reproductiva. En una respuesta reciente a la filtración del Tribunal Supremo en Harper’s Bazaar, Anoa Changa —una periodista negra que vive y trabaja en el sur de Estados Unidos, una de las regiones que se vería más afectada por la derogación del caso Roe contra Wade— pide “un enfoque amplio para la cuestión de la libertad reproductiva [que] nos recuerde que, a pesar de ser necesario, Roe contra Wade siempre ha sido solo la base”.

Detrás de palabras clave conservadoras como “viabilidad”, “familia” y “provida” se esconden profundos ataques contra la vida y las familias desde todos los frentes. Restringir el acceso al aborto es un asalto a la vida de cualquiera que se enfrente a la decisión de tener hijos; y es un asalto a la vida de los hijos que podrían tener o que ya tienen. Las fuerzas conservadoras que se autodenominan “provida” también han sido responsables de amparar el derecho a la tenencia de armas, propiciando miles de muertes relacionadas con las mismas cada año; una cifra que sigue creciendo, ya que los tiroteos masivos en Estados Unidos se han convertido en un horror cada vez más normal. El día después de la filtración de la decisión, Nelba Marquez-Greene, cuya hija Ana Grace murió en el tiroteo masivo en la escuela de enseñanza primaria Sandy Hook en 2012, tuiteaba: “He tenido dos hijos y una murió en un baño acribillada a balazos. Y todos los días, más de 100 personas se unen a mí. Sigo sin estar convencida de que lo que este país quiere es preservar ‘la familia’ o proteger a los niños. Nada convencida”.

Mientras los estadounidenses celebran el Día de la Madre, ni siquiera una semana después de la filtración del borrador de opinión, pienso en la manera tan diferente en que ejerzo de madre de mi propia hija, habiendo tenido acceso a todo tipo de atención reproductiva a lo largo de mi vida —incluidos los anticonceptivos, la anticoncepción de emergencia y un aborto a los 24 años— y en lo mucho que esa atención es fruto de un privilegio. Pero no debería sentirme “agradecida” por ello (como me siento), porque la atención es un derecho, no un privilegio; debería estar no solo disponible sino activamente accesible para todos. Si volviera a encontrarme con esas manifestantes, sentadas en sus sillas de jardín frente a la Clínica de Planificación Familiar de Connecticut, no les diría: “Entiendo que creáis en aquello por lo que lucháis”. Les diría: “¿Entendéis lo que está en juego en aquello contra lo que lucháis?”.

Leslie Jamison es escritora y ensayista estadounidense, autora entre otros libros de La huella de los días (Anagrama).

Traducción de News Clips

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