Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 3: La 1708 en directo en televisión
La atención mediática sigue de cerca el devenir de los 21 repatriados de Wuhan confinados en el Gómez Ulla, entre ellos, el enviado especial de EL PAÍS
“2. No es necesario el uso de mascarillas, batas impermeables ni guantes; pero si usted las desea utilizar las tiene a su disposición.”
Fue leer el segundo punto del código de conducta y las mascarillas cayeron de inmediato. Los 21 repatriados desde Wuhan nos librábamos así de un bozal que en las últimas semanas ha cubierto nuestro rostro de la mañana a la noche. Todos menos el más joven de nosotros, que todavía no ha cumplido un año y su cabecita es tan pequeña que no hay de su talla. El gesto de arrojar las piezas a la papelera fue celebrado con un suspiro de alivio.
Hemos sido instruidos en ahogar las toses en la esquina del codo, pero hasta ahora a nadie le crujen los pulmones. Lo que sí han oído algunos, por tercera noche consecutiva, son gritos provenientes de una planta inferior. “Pensé que se estaban llevando a uno de nosotros a la zona de aislamiento”, cuentan esta mañana, tras cerciorarse de que no falta ningún compañero en planta. "Solo falta que nos entreviste Iker Jiménez". Se trata de un apropiado recordatorio de que los hospitales son tierra de enfermos, aunque en lo que a nosotros respecta impera la siguiente máxima: en la medicina como en el derecho, todo el mundo está sano hasta que se demuestre lo contrario.
Para ello, el indicador fundamental es la temperatura, que puntúa el día en tres ocasiones. “36,5º, impecable”, se felicitan unos a otros. En la mesita de noche nos han dejado termómetros manuales y hay quien ha adquirido el hábito de emplear el suyo a todas horas como aprensivo entretenimiento. La encargada de planta visita mi habitación por la mañana y mientras espera la primera marca de la jornada comparte conmigo su opinión sobre estas líneas. Yo ya le hecho saber que la importancia de su juicio es tal que solo le precede el de mi directora. De momento me ha concedido dos aprobados, porque es permisiva y evalúa en código binario.
Mientras tanto, el programa de crossfit diseñado por Cristina, hermana del interno Antonio Sevillano, sigue ganando adeptos en la 1.714. Otros, en cambio, optan por dar paseos a ritmo ligero por el pasillo, que tiene 64 metros de largo. La medición en zancadas de Pedro Morilla ha clavado sus cálculos previos. Es deformación profesional: el técnico recuerda que lo primero que solía hacer al llegar a un campo de fútbol era coger las medidas para adaptar la táctica de su equipo. Al deporte se ha apuntado incluso Cristophe, quien pese a rebasar los 60 se confiesa preocupado de que la comida del hospital le haga perder la línea. Los huéspedes la encuentran deliciosa y se deshacen en elogios ante la mirada atónita de los sanitarios. “Han debido comer fatal en China”, comentan entre susurros.
En el pasillo mejor no hablar muy alto, porque el compañero de la 1.708 está en directo con Susanna Griso. Se produce en el interior de esta planta un curioso desdoblamiento de la realidad, en el que la gente se reúne para ver los informativos en los que la noticia son ellos mismos. A través de la ventana, como en un capítulo de Los Simpson, puede verse a los periodistas apostados en la puerta del hospital haciendo retransmisiones en directo. También algunos de los internos envían vídeos a las televisiones en los que explican cómo es su vida aquí. Desde que se desató el virus han dedicado una parte importante de su tiempo a conceder entrevistas. Para ellos era importante dar voz a su petición de ser evacuados de Wuhan. Ahora, desde Madrid y sin mascarilla, el final feliz está cada vez más cerca.
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