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Crónica de la cuarentena por el coronavirus | Día 2: Gimnasio inaugurado en la habitación 1714

El ejercicio improvisado alegra el día de los 21 españoles repatriados de Wuhan, entre ellos el corresponsal de EL PAÍS, confinados en el Gómez Ulla

Gimnasio improvisado en el Gómez Ulla para los españoles repatriados desde Wuhan.
Gimnasio improvisado en el Gómez Ulla para los españoles repatriados desde Wuhan.J. S.

“1. Usted tendrá libre movimiento por la planta, excepto por las zonas de uso del personal sanitario.”

Moisés bajó a los judíos una tabla con diez mandamientos y a nosotros el director del Gómez Ulla nos ha entregado un folio de doce puntos para regular nuestra estancia aquí. Este plan desarrollado sobre la marcha –también para el equipo médico es una situación sin precedentes– se combina con la enorme amabilidad con la que nos tratan. Hoy es el día segundo de las dos semanas que los 21 españoles repatriados desde Wuhan pasaremos en cuarentena, en espera de que desarrollemos, o no, los síntomas del coronavirus 2019-nCoV.

Amanece y desde la ventana se ve Carabanchel. El barrio de Manolito Gafotas se ofrece como una constante reafirmación para aquellos que, nariz pegada al vidrio, no acaban de entender del todo dónde están ni cómo han llegado aquí. Yo empiezo el día haciendo la cama, porque mi madre me enseñó que ciertas cosas, como los diarios, debe hacerlas uno mismo. Pero en un hospital militar todo tiene su procedimiento. Esta mañana, por ejemplo, cometí el error de colocar una manta sobre la colcha y al volver a la habitación un rato después descubrí que los sanitarios han invertido la disposición. Encima estaba de nuevo la colcha, en la que hay impreso un escudo de España y las siglas H.C.D.: Hospital Central de la Defensa. Un gesto que, por otro lado, me ha parecido espléndido, pues tan aficionado soy al orden como a la ley.

A media mañana y como por arte de magia una de las habitaciones vacías se ha transformado en un gimnasio, algo que muchos de los internos echaban de menos. Han obrado el milagro un par de sillas, unas mantas en el suelo y un programa de crossfit adaptado por la hermana de uno de ellos. De los altavoces sale música mientras se ejercitan en turnos de a dos, dado el reducido tamaño de la habitación. Les pregunto a los deportistas si les importa que les saque una foto. “Qué más da, si ya casi somos como de la familia”, responden.

Por la tarde se reanudan las visitas de las familias de verdad, siguiendo las estrictas medidas de seguridad expuestas ayer. Por la planta pasan madres, padres, cónyuges, hijos e hijas. Todos traen objetos para sus seres queridos. La única regla al respecto es que “lo que entra no puede salir”, lo que hace pensar que para desalojar la planta 17 dentro de dos semanas harán falta un par de camiones de mudanzas. Los ojos de los huéspedes despiden chiribitas al escuchar que una de sus camaradas está dispuesta a compartir sus paquetes de queso, chorizo y salchichón.

Cuando tras los encuentros la tensión cede y aflora alguna lágrima, los compañeros se apoyan unos a otros. La guasa andaluza rescata carcajadas: “Este coronavirus no puede durar mucho, que viene de China”.

En Los premios, el argentino Julio Cortázar dibujaba un escenario en el que un grupo de desconocidos se encuentran encerrados en el interior de un barco por motivos misteriosos. Este otro sucede en un hospital madrileño y todavía no sabemos quién lo escribe. Pero en ambos casos, spoiler alert, al final salen.

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