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El dilema de quedarse con su marido en Wuhan o montarse en un avión de vuelta a España

Los extranjeros con parejas chinas tendrán que elegir entre abandonar solos el país o permanecer juntos en Wuhan

El ciudadano chino Sun Naitian junto a la española Dácil Sánchez, su esposa, en Wuhan.Foto: atlas | Vídeo: JAIME SANTIRSO ATLAS
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In English: Spaniard in Wuhan faces tough choice – Stay with husband or evacuate

Se acababan de despertar cuando Sun Naitian le propuso matrimonio a Dácil Sánchez. Estaban todavía en pijama y con el primer café de la mañana en la mano, por lo que a ella le costó reaccionar. Al principio pensó que era una broma. Pero en cuanto se dio cuenta de que la cosa iba en serio su respuesta salió espontánea: sí. Hoy, después de dos años casados, a Dácil le corroe una disyuntiva mucho más complicada.

La pareja vive en Wuhan, epicentro del brote del coronavirus 2019-nCoV que según datos oficiales ya deja más de 132 muertos y más de 6.000 infectados. En los últimos días, el Gobierno ha puesto en marcha un operativo para repatriar a los españoles atrapados en la ciudad, en cuarentena desde el pasado jueves 23. Sus homólogos asiáticos, no obstante, han sido tajantes: ningún ciudadano chino será evacuado. Dácil, por tanto, tiene que elegir. O escapar del punto inicial de una pandemia global, dejando atrás a su marido sin saber cuándo volverá a verle; o quedarse en Wuhan junto a él, sin saber cuándo podrán salir.

“Es la primera vez que salimos de casa en cuatro días”, comentan tras saludar. La pareja vive al otro lado del río Yangtsé, en el distrito de Wuchang, lejos del foco original de la infección. Quizá por eso en la calle hay algunos viandantes, no muchos. Él tiene 31 años y ella 26. A través de las mascarillas apenas pueden distinguirse sus rostros: llevan puestas dos, una encima de la otra, un recurso protector convertido en habitual en los últimos días. Ponemos rumbo a un restaurante de la zona, sin clientes, donde comparten su historia. Mientras lo hacen se dan la mano.

Hace ocho años, Sun Naitian, un chico de Chifeng, una pequeña ciudad –solo para estándares chinos: tiene 4,3 millones de habitantes– de la provincia de Mongolia interior, decidió emigrar a Pekín en busca de trabajo. Naitian se había graduado en ingeniería química pero se vio obligado a realizar todo tipo de trabajos para salir adelante: camarero, fotógrafo, locutor de radio, entrenador personal. Fue en el gimnasio donde conoció a Dáci Sánchez, una chica de Santa Cruz de Tenerife que en 2014 acababa de mudarse a Pekín con su familia. Cuando sus padres regresaron a España, ella tuvo que elegir qué hacer. En aquella ocasión optó, “por amor”, por quedarse con él.

Dácil y Naitian mezclan chino con español e incluso inglés. Se entienden. Juntos se mudaron a Wuhan hace un par de años. Aquí ella regentaba el único restaurante español de la ciudad, Alioli, hasta que hace un año una normativa municipal tiró abajo la calle en la que se encontraba el local. Desde entonces, se dedica a dar clases particulares de castellano. Ninguno de sus alumnos está infectado, “afortunadamente”. Sun es el encargado de un restaurante de hot pot o caldero mongol, una comida tradicional china. Trabaja 12 horas al día y descansa un día a la semana. Este era el aspecto de su normalidad, hasta que se quebró.

La aparición del coronavirus provocó una estampida en la ciudad. “Alrededor del lunes 20 la gente se empezó a ir, muchísima gente. El metro era todo maletas”, recuerda Dácil. El miércoles 22, un día antes de que se decretara la cuarentena, ellos fueron a comprar comida por lo que pudiera suceder. Hicieron bien: “Si ahora vas a al mercado no encontrarás fruta ni verdura, y eso si está abierto, porque una mayoría están cerrados”. “En aquellos días la gente hacía colas para comprar mascarillas, en algunos sitios llegaron a venderlas a 30 euros (230 yuanes, cuando su precio habitual se sitúa alrededor de 30)”. La especulación se acabó cuando el Gobierno intervino para garantizar los suministros de productos de primera necesidad y la estabilidad de los precios.

“Me avisaron de que el Consulado estaba buscando a los españoles residentes en Wuhan, así que me puse en contacto con ellos y enseguida les expliqué nuestra situación”, explica ella. Sin embargo, la negativa de las autoridades chinas a que sean evacuadas todas las personas que consideran nacionales de su país ha sido rotunda desde el primer momento, tal como informaba este martes el Consulado en una comunicación enviada a los españoles atrapados. Esto afecta tanto a los cónyuges chinos como a los hijos con doble nacionalidad, un concepto que la legislación china no reconoce. Aunque estas cifras no han recibido confirmación oficial, este podría ser el caso de hasta seis familias.

“Nosotros lo vamos a intentar hasta el final, yo todavía tengo esperanza”. El texto consular hacía saber que seguían inmersos en negociaciones con la autoridad competente china. En el caso de que no haya suerte, Dácil y Naitian creen haber tomado ya una decisión: “Si no lo conseguimos me iré yo sola, pero lo haré con una sensación muy agridulce. Está muy bien salir de aquí, pero dejar a tu familia atrás es muy duro”, sentencia.

“Todos los días me hago las mismas preguntas y nunca encuentro respuesta, es muy frustrante”. Dácil se mesa el pelo, nerviosa. “Si yo me voy y a él le pasa algo, ¿qué vamos a hacer? Yo estaré en España y desde allí no podría hacer nada”. Naitian, en cambio, anima a su mujer a que se vaya. “Aunque a mí no me dejen, ella debería irse de todos modos. Así su familia se quedará más tranquila al saber que está bien”.

El dilema tiene otra dimensión: una vez que se despidan, no sabrán con certeza cuándo podrán volver a verse. “Este brote ya lleva en marcha más de un mes y no se sabe cuánto va a durar”, expone Dácil. “Si salgo de aquí, lo más probable es que tenga que pasar una temporada en cuarentena, pero aún después de eso, sigue sin saberse cuándo podré regresar”. En el caso del SARS, por ejemplo, el brote tardó siete meses en estabilizarse. “No sabemos cuánto tiempo estaremos sin vernos ni qué va a pasar después”. Cuando a finales de semana, si todo va bien, la repatriación se ponga en marcha, Dácil tendrá que elegir: un avión de vuelta a España o su marido.

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