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El horror en los ojos

La médica Paula Farias conoció la geografía del miedo en Irak, Kosovo... y en Madrid, al inicio de la pandemia

La médico Paula Farias, en el café Gijón de Madrid el 1 de diciembre.
La médico Paula Farias, en el café Gijón de Madrid el 1 de diciembre.INMA FLORES (EL PAIS)
Juan Cruz

Paula Farias llega al café y mira. Su silencio condensa la experiencia de mirar el horror en los ojos. Es médica (de Médicos sin Fronteras), y como doctora fue también marinera de Greenpeace. Es escritora como su padre, Juan Farias. De su experiencia en Kosovo nacieron su libro Dejarse llover y la película Un día perfecto, de Fernando León de Aranoa. Vio el horror en los ojos también en Congo, Angola, República Centroafricana, Palestina, Irak, Afganistán (donde sucede Fantasmas azules, su próxima novela), Sudán, Darfur… En Darfur quedó embarazada de su hijo Matzeos, que al nacer, recuerda, le miró con una cara que decía “a la guerra ya no…”.

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A esa geografía del miedo suma ahora el corazón de Madrid, donde nació en 1968 y donde ha vivido en la pandemia “días de oscuridad como nunca”. Acostumbrada a pisar escombros sobre la sangre y a dar consuelo, su voz es como un susurro para atenuar el miedo. “El miedo es una sensación de vulnerabilidad que te bloquea. La oscuridad es la violencia extrema, no tener que darle a tu hijo para comer, ni un techo, morir porque no hay un servicio sanitario que te atienda. La he vivido en la piel de los que han estado rezando para que no se acabara el oxígeno, en los médicos y enfermeras que han visto morir a personas que no han podido despedirse… El mundo se divide en el que ve que alguien se ahoga, se tira al agua y lo saca, y el que ve que alguien se ahoga y se inventa una historia para no tirarse a salvarlo. Hay que decidir quién quieres ser: el que se tira al agua o el que ve cómo se hunde el otro. Eso es la acción humanitaria, salvar al que se ahoga. Luego ya se verá qué pasó con la ropa”.

¿Y aquí? “Ha pasado lo mismo: gente que se ha tirado al agua sin saber qué iba a pasar después. Y mucha otra gente que no lo ha hecho. En ellos se refleja esa frialdad del que quiere justificar por qué no se ha tirado al agua… Durante esos días oscuros hubo quien pudo haber tomado decisiones que salvaran vidas pero pensaron en la estrategia, en qué pasará luego con mi ropa, con mi silla…”.

El dolor, asegura, tiene un color determinado. “He visto mucha gente que ha muerto con el horror en los ojos, solos, sin poder despedirse, sin oxígeno porque no había para todos, porque no había una cama de UCI. Miles de esas personas ahora probablemente no morirían”. En aquellos primeros días, ella y sus compañeros corrían de un sitio a otro, viendo dónde estaban los nudos, tratando de solucionarlos.

¿Cómo ha visto la relación de las autoridades con el dolor? “Han sabido mantenerse al margen”, apunta. Aquellos aplausos del principio fueron, para ella, poesía efímera.

¿Llega la calma? “Ya estamos en calma, a años luz de lo que fueron los meses malos; le queda mucho recorrido al virus, pero ya no hay oscuridad. Si te pones enfermo vas al hospital y te pueden atender, ya no te cierran la puerta de urgencias, hay oxígeno para todos”. En ningún momento Paula Farias dejó de mirar a los ojos, como si observara en silencio el recorrido de las imágenes de horror que van guiando sus palabras.

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