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Sin derecho al dolor en Brasil

El caso de la madre de Nellifer Albe, fallecida por la covid-19, muestra el daño emocional que deja la pandemia en los familiares de las víctimas

Marina Rossi
Un cementerio en Vila Formosa, São Paulo, el pasado 6 de agosto.
Un cementerio en Vila Formosa, São Paulo, el pasado 6 de agosto.Andre Penner (AP)

El sábado 1 de agosto, Rosemary Augusta Martins Albe hubiese cumplido 62 años. No fue, sin embargo, un día de fiesta. “Aproveché para abrir el armario de mi mamá y saqué todo lo que había adentro”, cuenta su hija, Nellifer Albe, de 32 años, profesional sanitaria. “La mayor parte de su ropa y objetos personales los doné. Lloré, me dolió, pero conseguí sacar todo en un solo día”. Doña Rose, o “mi querida”, como le decía la hija, había muerto exactamente un mes antes, víctima de coronavirus.

En aquel momento, el duelo de la hija tuvo que esperar. “En el velorio de mi madre, mi mayor preocupación era mi padre, que es diabético, tiene problemas cardíacos y también tenía coronavirus”, cuenta Nellifer Albe. Además de sus padres, su hermano y su cuñada también se contagiaron de la covid-19. Ella, por el momento, ha dado negativo.

El dolor de la familia Albe, una de las miles que no pudieron despedirse de sus parientes muertos, choca con una realidad paralela, que insiste en pregonar normalidad. “La gente no cree en los números, pero un día mi madre fue uno de esos números”, dice Nellifer. “En el noticiero de la noche en que murió, ella formaba parte de aquellos números anunciados. Lo siento por las personas que no creen”. Las cifras oficiales de las que la madre de Nellifer ahora forma parte parecen crecer tan rápido como el negacionismo. Si hace un mes, cuando doña Rose murió, Brasil contaba 60.000 muertes por la covid-19, hoy ya son más de 100.000.

Ana Paula Melo Dias, médica de familia y comunidad, explica que la negación de la pandemia –y, en consecuencia, de las pérdidas que provoca– dificulta el proceso. “Es difícil para la gente que está viviendo ese dolor que su duelo no sea reconocido”, afirma. “Tienes un duelo latente, doloroso, y ver a otras personas defendiendo la reapertura del comercio, diciendo que es ‘solo una gripecita’, hace que el proceso duela aún más”, agrega. La frase de Jair Bolsonaro, dicha en el primer mes de la pandemia, en marzo, dividió al país entre quienes se tomaron en serio la enfermedad y los que pasaron a creer, como el presidente, que no se trataba de algo grave.

Como en la dictadura

Para el periodista y escritor Eduardo Reina hay un paralelo entre la narrativa negacionista de hoy y la de la época de la dictadura militar brasileña. “Existe una consciencia colectiva de que la dictadura en Brasil fue buena. Esto fue construido por una narrativa basada en fuentes militares”, dice el autor del libro Cautiverio sin fin: las historias de los bebés, niños y adolescentes secuestrados por la dictadura militar en Brasil (Alameda Editorial). “Y la manera de trabajar la comunicación ahora está siendo muy semejante a la de aquella época”, advierte Reina.

En la visión del escritor, al no reconocer un dolor colectivo, estamos condenados a repetir el mismo error. El momento actual, entonces, es una repetición de lo que Brasil vivió durante el régimen militar, aunque con algunos matices: “No tenemos personas presas ni torturadas, pero hay otras consecuencias de la dictadura: la Policía Militar continúa actuando de la misma forma todos los días en los suburbios. Si no lo percibimos, ni sentimos la necesidad social de debatir eso, puede suceder de nuevo”.

Sin embargo, explica Ana Cláudia Quintana Arantes, médica y especialista en intervenciones de duelo, “el duelo será inevitable en este momento”, porque, a diferencia de la dictadura, la pandemia afecta a todos, incluso a los que no creen en ella. “La dictadura afectó a una parte bien específica de la población. Es diferente de la enfermedad, que es democrática, o incluso peor, porque ataca con todo a las personas más vulnerables”.

Para Arantes, el control del virus es apenas una de las fases al enfrentar la pandemia, pero hay otras, que llevará mucho más tiempo superar. “La repercusión emocional no va a dejar que las personas se olviden de esto cuando salga la vacuna y va a tardar generaciones que podamos recuperarnos. El mundo que viene es mucho más desafiante que la pandemia”, dice.

La sociedad brasileña no está dividida entre los que creen o no en la enfermedad, sino entre “los que necesitan ayuda y los que pueden ayudar”. “Para quien entorpece, como los negacionistas, el grupo que sigue al pie de la letra el discurso del presidente, los grandes empresarios y el club de la cloroquina, no hay más lugar”, señala. “Todas las condiciones van a ser absolutamente favorables para quien puede ayudar”.

El adiós desde el móvil

Más allá de la polarización producida por la enfermedad, la ausencia de los rituales del luto agrava aún más el dolor de los que han perdido a un ser querido. “El velorio, el entierro y la despedida no fueron vividos de la manera que conocíamos. Los familiares lejanos, por ejemplo, no consiguieron viajar para el último adiós”, explica la doctora Melo Dias. “Quedaron esos vacíos, esas lagunas. Y eso sin dudas se va a reflejar en el proceso de elaboración del duelo”.

La médica explica que aún no es posible saber cuáles serán las consecuencias de no poder elaborar la pérdida. “Los pacientes pedían que no los internaran por miedo a quedar aislados y no ver a la familia. Ahí ya comenzaba el duelo”, dice. “Escuché mucho la frase: ‘Yo no estaba con él en el momento final’, y eso es muy doloroso”. Melo Dias forma parte del cuerpo docente de la Fundación Elisabeth Kübler-Ross y actuó con las familias de las víctimas de las tragedias de Mariana (2015) y Brumadinho (2019), provocadas por la ruptura de embalses de la compañía minera Vale.

Nellifer, cuya madre murió hace un mes, sabe exactamente qué significa esa ausencia en los momentos finales. Ella se despidió de su madre a través de un audio de ocho minutos enviado por WhatsApp a la médica que la acompañaba en el Hospital de Clínicas, en São Paulo. “Ella estaba intubada, pero tenía conciencia de lo que ocurría a su alrededor. Por eso, cuando escuchó mi audio, cayeron lágrimas de sus ojos. Fue como si todo eso fuese un consuelo”, cuenta la hija.

El mensaje fue enviado el domingo a la noche. El martes siguiente, la doctora llamó a los familiares y les dijo: “Me temo que no hay más tiempo”. “Ella nos dio la oportunidad de una despedida por medio de una videollamada. Nos dieron la dignidad de por lo menos tener una llamada”, cuenta Nellifer. “Y yo le dije: mamá, te doy una vez más las gracias por haber sido mi madre”. Aquella noche, doña Rose falleció. Su último deseo, sin embargo, aún está en suspenso por causa de la pandemia. “Ella fue cremada y quería que sus cenizas fuesen arrojadas en el mar de Paraty”, cuenta su hija. “Estoy esperando que la ciudad reabra para poder ir hasta allá”.

Información sobre el coronavirus

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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