Modelo mixto: farmacéutica en misión de rastreadora
En España hay cerca de 3.500 profesionales tras los casos. Algunos lo hacen como tarea extra
En España existen cerca de 3.500 rastreadores. Uno por cada 12.000 habitantes, según los datos recabados por EL PAÍS. Esta plantilla combina los contratados exclusivamente para esta tarea con los profesionales del área de Salud Pública, principalmente veterinarios y farmacéuticos, que asumieron esta otra tarea. Carmen Recio pertenece a este último grupo de profesionales. Es farmacéutica del área de salud pública del ambulatorio de Naval del Madroño, en Cáceres, tiene 54 años y desde hace dos meses compagina —como puede— inspecciones y controles sanitarios con los quehaceres de una rastreadora. Por ahora, continúa así. En la mesa del despacho, las listas repletas de flechas de nombres de contactos estrechos descansan junto a una carpeta azul. “Inspección de piscinas”, se lee en un papel pegado a esta con celo. En su interior, citas que lleva días aplazando. “No llegamos a todo. La prioridad ahora es esto”, zanja.
A finales de mayo le comunicaron que sería una de los tres rastreadores de la localidad extremeña, que actualmente siguen la pista de medio centenar de contactos. Son un pequeño grupo de los 320 que constan en la comunidad, uno por cada 3.328 extremeños. Recio mantiene el sueldo de siempre, pues su jornada laboral sigue siendo la misma. No se sabe cuántos profesionales compaginan ambos cometidos. “No existe un registro de cuántos siguen ocupados en estas tareas ni con qué dedicación”, explica Ildefonso Hernández, de la sociedad médica de Salud Pública, informa Emilio de Benito.
A pesar de que no hace horas extras, Carmen Recio asegura que están siendo los meses más duros de su carrera. Hace diez años que superó un cáncer y la exposición al virus le ha generado un estrés “inigualable”: “Vengo porque no me queda otra”, espeta. La irresponsabilidad ciudadana, sobre todo de los jóvenes, le quema: “Entiendo la edad y las ganas de salir. Pero esto aún no ha acabado”.
Dada su condición médica, evita a toda costa estar cerca de un posible caso de coronavirus. No realiza las PCR ni está presente cuando se toman las muestras. A Recio le llega un nombre y ese es el hilo del que tira: “Hola, buenos días. Soy Carmen, del centro de salud. Le llamo para citarle a una prueba, ya que nos consta que ha estado en contacto con…”. Le explica también que tiene que cumplir con una cuarentena obligatoria de 14 días “salga lo que salga” en el test. Y una vez entendido, empieza el interrogatorio: “¿Qué relación tiene con él? ¿Llevaba mascarilla cuando estuvieron juntos? ¿No se la quitó en ningún momento? ¿Alguno de los dos fumó?”. La farmacéutica repregunta en función de las respuestas del paciente. Incidir es una de las directrices que constan en el protocolo que sirve como guía a estos “detectives sanitarios”, como dice ella.
En cada llamada emplea entre cinco y diez minutos, aunque según el caso, pueden ser más: “Si nosotros hay veces que vamos apuradillos, ni me imagino en comunidades con menos rastreadores. Es normal que no les dé tiempo a llamar a todos”. Sin embargo, sabe que su labor es imprescindible para contener el virus. “Hemos detectado varios casos asintomáticos que, sin rastreo, sería imposible encontrar”, dice con la mirada puesta en el reloj. Quedan aún muchas llamadas y muchas tablas que rellenar. “Y mucho miedo. No me lo quito de encima”, dice.
“¿Pero el cura le ha dado la comunión en la mano o en la boca?”
Todos los datos que rellena Recio en la tabla llegan a las oficinas del área de Salud Pública de Cáceres, a 37 kilómetros de Navas del Madroño, donde tampoco para el teléfono. Allí, un equipo de médicos, enfermeros y farmacéuticos coordinan los datos de los 23 centros de salud de la comunidad extremeña y derivan casos de índole nacional. Ana Bejarano, directora del departamento, pasea por los despachos con una libreta abierta y el móvil colgado al cuello. Un aparato que suena sin cesar. “Sí, dime”, contesta destapando el bolígrafo, “¿Pero el cura le ha dado la comunión en la mano o en la boca? Preguntadle otra vez porque puede ser un contacto casual, estrecho no creo que sea. Esperemos al resultado de la PCR. Mientras, que se quede aislado”, indica mirando el reloj. El tiempo apremia. A las 14.00 tienen que estar actualizadas las cifras del día. En una videoconferencia, Bejarano, el consejero y los demás responsables de otras áreas de salud pública actualizarán los contadores que serán enviados al ministerio de Sanidad.
“Llama por si acaso” es el mantra que más se repite en esta modesta sala, con un par de ordenadores y papeles en sucio con flechas de unos nombres a otros. El impacto de la pandemia aún pesa y nadie quiere oír hablar de una “segunda ola”. “Sí, soy yo de nuevo. ¿Cómo estás?”, dice el médico Jesús Pérez, mientras garabatea en un post-it en el que se lee “Tordecilla, 2″ y un gran asterisco al lado. Un positivo más y sería considerado un rebrote.
A las 15.00 Recio se quita la bata y el pantalón y se suelta el pelo. Está deseando llegar a casa y desconectar; se reconoce agotada. Bejarano tampoco esconde el cansancio. Después de la reunión, vuelve a su casa caminando donde le esperan dos hijos “y mucho trabajo”. Aún no se permite desconectar del móvil. A medianoche se actualizan los resultados de las pruebas realizadas en el día y reconoce que estará a esa hora pegada al otro lado de la pantalla: “Ya no me puedo ir a dormir sin saber lo que me voy a encontrar mañana. Toda nuestra energía está puesta en contener la propagación del coronavirus”.
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