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El trabajo detectivesco de los rastreadores de contactos

Para avanzar de fase es necesario poder establecer todas las cadenas de contagio de cada positivo

Centro de control de llamadas del Summa, en Madrid.
Centro de control de llamadas del Summa, en Madrid.©Jaime Villanueva (EL PAÍS)
Pablo Linde

El descanso del café es el punto débil. Después de horas de alta tensión atendiendo a los pacientes con covid-19, llegan unos minutos de relax, se apartan las mascarillas para beber y el riesgo de contagio que se había mantenido todo el día a raya se multiplica. “Son momentos imprescindibles para que sanitarios o trabajadores en residencias puedan seguir afrontando la jornada, pero a la vez críticos para la propagación del coronavirus”, cuenta Paloma Navas, directora de Salud Pública en Cantabria y experta rastreadora de contactos, una de las piezas fundamentales del sistema en el camino hacia la nueva normalidad.

Su trabajo es casi detectivesco. Requiere una mezcla de conocimientos sanitarios y psicológicos para interrogar a todo el que dé positivo con exhaustividad, pero también con empatía, sin dejarse ningún detalle fuera y sin incomodar al enfermo con las preguntas. Las cuestiones sobre la hora del café son claves cuando se trata de sanitarios, el colectivo más afectado por el coronavirus. Los centros donde trabajan se han convertido en el mayor foco de contagio y saber todos los posibles momentos de infección es decisivo para rastrear contactos.

Pero los sanitarios y sus horas de café son solo un ejemplo de estos puntos débiles. Cuando la epidemia estaba descontrolada, la labor de seguimiento pormenorizado solo estaba al alcance de los lugares con menos incidencia de la pandemia. Los focos más calientes ni siquiera tenían capacidad de hacer pruebas a las personas claramente sintomáticas. Pero el escenario está cambiando. Después de dos meses de confinamiento, uno de los requisitos para salir a la calle era que los territorios sean capaces de detectar cada caso. No ya es imprescindible solo poder hacer pruebas PCR a cada sospechoso, sino también contar con el personal suficiente para hacer esta labor de detectives con cada uno que dé positivo para localizar a sus contactos y asegurarse de que no se contagiaron. Carecer de ese personal es una de las razones por las que Sanidad ha denegado a Madrid pasar a fase 1 desde el 18 de mayo.

Este mismo fin de semana, Navas cuenta que han localizado a un positivo tras hacer una barbacoa con nueve personas más. Del rastro de ese contacto han salido 50 sospechosos. 50 personas a las que hay que localizar una a una para hacerles pruebas y comprobar si se infectaron. “Una chica propuso usar mascarilla y se rieron de ella. Pues ahora todos tienen que estar 14 días aislados, imagina lo que es para un autónomo”, reflexiona esta profesional. Incluso si dan negativo en la prueba de PCR hay que esperar este periodo de tiempo en los contactos muy estrechos, ya que es el periodo de incubación del virus.

Aunque la tarea de ir desentrañando la telaraña de contactos es laboriosa, al menos en este caso había un punto de partida claro: la barbacoa. En otras ocasiones no es tan sencillo. Lo primero es tratar de identificar cuándo la persona tuvo síntomas. A menudo es muy evidente, pero no siempre. “Hay mucha gente que no identifica exactamente cuáles son. Solemos preguntar por ejemplo cómo han dormido. Recuerdo un chico que no reportó fiebre, pero decía que había pasado frío, lo que muy posiblemente era indicativo de que la tuvo”, relata Navas.

Una vez que se averigua el momento de inicio de síntomas, las guías recomiendan establecer qué contactos tuvo la persona 48 horas antes. Lo más obvio: saber si la persona vive sola o acompañada, para hacer pruebas a sus convivientes. Más allá de estos, hay que averiguar otros contactos, que durante el confinamiento estricto no solían ser muchos, pero que se van multiplicando a medida que las fases avanzan.

—¿Has visto a alguien en esos dos días?

—No, a nadie.

—¿Qué has comido?

—Un guiso de carne.

—¿Lo tenías ya todo comprado?

—Ah, no, tuve que ir a la frutería a por cebolla, ahí estuve hablando con la dependienta.

Preguntas como estas son trucos para llevar a las personas a las que interrogan a describir sus días, a localizar sus contactos. De ahí sale mucha información que muy a menudo no se recuerda si se solicitan simplemente los contactos.

Cada cuestionario es un mundo, pero puede durar hasta tres cuartos de hora. “Nos ayudarían muchísimo las aplicaciones que se están usando en otros países [como Singapur], que quitan muchísimo trabajo”, confiesa Navas. Con ellas, si las usa un amplio porcentaje de la población, buena parte del tiempo dedicado a estos cuestionarios se solventa en un instante. Cuando una persona da positivo, la app tiene almacenados todos los contactos estrechos. Pero hoy por hoy no existe una solución tecnológica consensuada para España. Toca seguir haciendo el trabajo a la antigua usanza, persona por persona.

Los equipos de todas las comunidades se están reforzando, aunque no hay una cifra pública de cuántos profesionales hay en España rastreando casos. Se están dando cursillos de entrenamiento a personas que no necesariamente tienen que ser sanitarios, pero sí preferiblemente relacionados con la salud pública (en ella trabajan desde sociólogos hasta abogados, pasando por veterinarios). “La forma más práctica es acompañando a un profesional y viendo cómo lo hace, qué preguntas utiliza”, explica la jefa de Salud Pública en Cantabria, que además de haber hecho rastreos ella misma, está coordinando todo este sistema.

“Nos asomamos a la vida de la gente y encontramos realidades muy complejas, muchas personas que viven en una sola habitación o también nos encontramos con casos de violencia de género, que reportamos a las autoridades”, asegura Navas. Con la estrategia de rastreo de contactos los profesionales están comprobando algo que ya apuntaban varios estudios: el virus se ensaña con los más vulnerables, que están más expuestos a él.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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