El traumático final de los 92.700 visones de Teruel
La Puebla de Valverde teme el impacto que tendrá la muerte de los animales de la granja afectada por un brote
Una vecina recuerda cómo hace 20 años acompañó a su padre a atrapar a los pequeños pero fuertes visones americanos que se habían escapado. Otra señala la calle Mayor de La Puebla de Valverde por donde corrían entonces esos mustélidos criados para sacarles la piel y convertirla en prenda de abrigo. Una tercera atribuye aquella fuga de miles de ejemplares de esta especie invasora a una acción de liberación de “ecologistas radicales”. Todos los consultados recuerdan aquel suceso y poco más. No han vuelto a ver a los visones. Fue la última vez que la granja ubicada a menos de dos kilómetros de la pequeña población de Teruel (unos 500 habitantes) estuvo en boca de su medio millar de habitantes. Hasta que llegó la pandemia.
A finales de mayo, siete trabajadores, la mitad de la plantilla de la empresa Secapiel, una de las explotaciones más importantes de las 37 que hay en España, dieron positivo por covid-19. Desde entonces, se han mantenido continuos análisis de los animales hasta que el jueves el Gobierno de Aragón anunció el sacrificio de 92.700 visones al detectar que el 86% de los animales de la granja se había contagiado. Este viernes se inició el sacrificio mediante la exposición al gas CO2. La operación se prolongará varios días y los cuerpos al completo se trasladarán a una planta de tratamiento especializada de máxima protección.
Varias patrullas de la Guardia Civil impedían el viernes aproximarse al perímetro de la granja, que ocupa una gran extensión entre un campo y la falda de una montaña. No se veía ni se oía nada. Nadie respondía al teléfono, aunque dentro se trabajaba. En el pueblo, en casa de un socio de la empresa, Avelino, respondió su esposa Mariana: “Lo siento mucho, no vamos a hacer ninguna declaración. Como comprenderán, no estamos de humor”.
Los dueños están negociando las indemnizaciones por los sacrificios, que supondrá el cierre por un tiempo indefinido de un negocio asentado en el pueblo. Si bien la mayoría de sus trabajadores viven en la cercana ciudad de Teruel (a 23 kilómetros de recta autovía), las familias radicadas en La Puebla de Valverde aportan vida y niños a una localidad cuya principal actividad económica es el secadero de jamones con denominación de origen Aires de Teruel.
Allí trabaja la alcaldesa María Ángeles Izquierdo, del PP, que insiste en “las consecuencias traumáticas para una zona rural de la posible marcha de al menos cuatro familias con hijos que van al cole”. “A ver si después de desinfectar las instalaciones, se puede adaptar el negocio”, desea. La alcaldesa sostiene que la granja ha seguido todos los protocolos y que todo apunta a que los contagios empezaron por la esposa de un trabajador que estuvo en Zaragoza.
Infección de personas
Este viernes, la Asociación Española de Criadores de Visón recordó que el virus afecta a la población humana y a otras especies animales, como los mustélidos (visones, hurones, comadrejas) y gatos, sobre todo. E incidió en que hasta el momento se ha constatado que los animales se han infectado a través de las personas y no a la inversa. En Holanda, uno de los centros mundiales de la cría de visones, se ha sacrificado un millón de visones desde que estalló la pandemia.
Julian ha trabajado en la granja de La Puebla de Valverde y apunta que los visones tienen una gran fuerza en el cuello y en los dientes. Por eso los trabajadores, la mayoría rumanos como él, emplean guantes de protección para su manipulación en las jaulas donde viven. Se les suele matar en invierno “cuando tienen la piel más bonita” y para ello se amplía la plantilla en cuatro o cinco trabajadores. Dinamarca es el principal destino de las pieles de la explotación turolense, dedicada a un negocio muy cuestionado no solo por los movimientos ecologistas. La granja se ha mantenido y ampliado durante más de 25 años con una inversión de varios millones a lo largo del tiempo.
La alcaldesa coincide con Amparo, regente de un hostal-restaurante en el centro de la localidad al que se accede por la puerta de Teruel del siglo XV, en que la granja funciona de manera muy discreta y que no ha habido ningún incidente de relevancia desde la fuga de antaño. También opina así una vecina, que se marchó del pueblo y solo vuelve por Navidad y verano, a pesar de que no les gusta nada que “se críen animales para hacer abrigos”, y eso que no es “ecologista”, dice.
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