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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El largo viaje de la cuarentena

Para luchar contra la pandemia es necesario restringir derechos, pero los ciudadanos necesitan garantías sólidas de que van a recuperarlos

Guillermo Altares
Una mujer protegida con mascarilla en la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas el 24 de marzo.
Una mujer protegida con mascarilla en la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas el 24 de marzo.Ricardo Rubio (Europa Press)

La vieja república veneciana le ha regalado dos palabras al mundo y las dos tienen una merecida mala fama: gueto y cuarentena. Gueto, como explica Daniel B. Schwartz en su reciente libro Ghetto. History of a word, deriva del veneciano “gettare”, que significaba “fundir” y hacía referencia a una fundición de cobre que se encontraba en el barrio, en realidad un islote, donde, a partir del 29 de marzo de 1516, fueron obligados a confinarse los judíos. “Desde aquellos orígenes, esta palabra ha realizado un largo viaje”, escribe Schwartz. Cuarentena es otro concepto que también ha realizado un largo viaje desde finales de la Edad Media cuando esa medida de reclusión empezó a aplicarse a aquellos que llegaban a la ciudad y eran obligados a permanecer en un lugar especial durante 40 días (de ahí cuarentena) durante la gran peste de 1377. Ni siquiera la idea nació en Italia, sino en Ragusa, la actual Dubrovnik (Croacia), que entonces pertenecía a Venecia. De ahí saltó a todo el mundo.

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Han cambiado los tiempos, los días de aislamiento, las enfermedades; pero el principio de la cuarentena sigue siendo el mismo: permitir que continúen los intercambios comerciales y humanos mientras, a la vez, se protege a la población de enfermedades importadas. La medida tomada este martes por el Gobierno español se suma a decisiones similares alcanzadas por Italia, Alemania y el Reino Unido. No se trata ya del regreso de fronteras a Europa, del que tanto se ha debatido desde que, con la crisis de los refugiados, varios países pusieron en duda el espacio Schengen, sino de una medida puntual, tal vez inevitable desde el punto de vista epidemiológico, pero que indudablemente pone en peligro uno de los principios fundacionales de la Unión: la libertad de movimientos.

Después de que Boris Johnson anunciase el domingo la imposición futura de una cuarentena a todos los que llegasen al Reino Unido, la viróloga española Nerea Irigoyen, investigadora de la Universidad de Cambridge, explicaba en Twitter: “Como tenga dos semanas de cuarentena al salir de UK y otras dos al volver, mis vacaciones ¿qué son? ¿el vuelo?”. Irigoyen dejaba claro que se trata de una medida que convierte cualquier viaje que no sea volver a casa para quedarse en absurdo. Todavía es un misterio si la medida se prolongará hasta el verano o se extinguirá con el fin del estado de alarma.

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Dado que tanto los que nunca han mostrado síntomas o solo muy leves, como aquellos que están contagiados, pero todavía no han desarrollado síntomas, pueden transmitir el virus, otras medidas, como los controles de temperatura en la frontera, no son suficientes para frenar la difusión de la covid-19. Si se trata de una medida excepcional durante una pandemia que Europa no ha conocido en un siglo, tiene todo el sentido. El problema estaría en que se prolongase para imponer un mayor control de fronteras contrario al espíritu (y a las leyes) de la UE. Algo parecido ocurre con las app de rastreo de casos: están muy bien si sirven para evitar la propagación del virus, pero los ciudadanos deben recibir garantías de que no se van a quedar como un peligroso instrumento de control.

Para luchar contra la pandemia es necesario restringir derechos (libertad de movimientos o privacidad por ejemplo); pero los ciudadanos necesitan garantías sólidas de que van a recuperarlos cuando se despierten de la pesadilla de la covid-19.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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