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EL PAÍS SE QUEDA EN CASA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los últimos turistas

Desde el 14 de marzo no he vuelto a ver ningún turista ni ningún tuk tuk. En el barrio ya solo quedamos los supervivientes de los embates inmobiliarios, de los que muy pocos somos familias con niños

Gabriela Ybarra
Viandantes en la Plaza Mayor de Madrid el 26 de abril
Viandantes en la Plaza Mayor de Madrid el 26 de abrilGABRIEL BOUYS (AFP)

El sábado 14 de marzo, cuando las calles del país se vaciaron de golpe y la mayoría de los ciudadanos empezábamos a tener síntomas, reales o imaginados, de la covid-19, debajo de mi casa, en el Madrid de los Austrias, seguía habiendo turistas que querían visitar la iglesia que se ve desde la ventana de nuestro salón. Los extranjeros daban la vuelta al edificio, se asomaban a la verja, miraban al campanario y se retrataban en la calle desierta ajenos al estado de alarma. Hacia las cinco la tarde, volví a acercarme a la ventana y vi el tuk tuk en el que se marchaban los últimos visitantes. Mientras pelaba la naranja para la merienda de mi hijo, imaginé a toda la humanidad viajando hacia el apocalipsis en miles de millones de tuk tuks blancos. Encima de los vehículos eléctricos, los viajeros se reían a carcajadas, como si se dirigieran a una verbena en lugar de hacia la muerte.

Los residentes en el centro histórico somos una especie en extinción, lo digo yo y lo dicen las pancartas de las asociaciones vecinales. A estas alturas, ya todos conocemos historias sobre cómo la turistificación ha arrinconado a los vecinos y al comercio tradicional. Según datos del INE, el número de viajeros residentes en el extranjero que visitaron la Comunidad de Madrid se incrementó en un 50% entre los años 2013 y 2019. El año pasado, 6,1 millones de visitantes internacionales eligieron Madrid como destino y la gran mayoría de ellos pasó por delante de nuestro portal.

Desde el 14 de marzo no he vuelto a ver ningún turista ni ningún tuk tuk. En el barrio ya solo quedamos los supervivientes de los embates inmobiliarios, de los que muy pocos somos familias con niños. En los últimos años, una de mis fantasías recurrentes era poder pasear por el Madrid de los Austrias sin forasteros para conocer las caras de quienes aún viven aquí. Estos días, en mitad del horror de la pandemia, he podido experimentar en parte aquello que imaginé. El pasado 26 de abril, cuando las calles de todo el país se llenaron de niños a los que el Gobierno acababa de aliviar el confinamiento, mi hijo de dos años y yo salimos a la calle a vivir una experiencia insólita. Por primera vez, los niños y las niñas del barrio tenían prioridad sobre los turistas para ocupar la ciudad. Las criaturas, que llevaban seis semanas sin pisar la calle, corrían de una punta a otra de la plaza de Oriente, usaban la puerta del Palacio Real como portería y jugaban al escondite inglés en la plaza de la Villa.

Supongo que la mayoría de los comerciantes no compartirán mi entusiasmo por ver el barrio vacío. Yo tampoco quiero que gente de otros países deje de venir a visitarnos, pero en nuestra primera salida a la calle aprendí que construyen más comunidad diez niños jugando en una plaza con distanciamiento social, que cientos de personas de paso abigarradas alrededor de guías turísticos. Ahora que los vecinos hemos reconquistado el centro de Madrid, desearía que, cuando la economía y el turismo se reactiven, no perdamos nuestro lugar.

Gabriela Ybarra es escritora, autora de El comensal (Caballo de Troya).

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