Cumpleaños feliz
Nos conectamos por Zoom con mis primos y tomamos el té todos juntos. Por una vez los que estaban cerca estaban igual de lejos que yo
Lo mejor de la cuarentena fue que resolvió mi duda de si viajar o no al ochenta cumpleaños de mi madre. Odio volar, el billete a Argentina no es barato y siempre parece un poco tirado de los pelos cruzar el océano para asistir a una cena. Pero claro, es la madre de uno. Y cumple ochenta años. El anuncio de confinamiento me pilló frente al ordenador, estudiando las combinaciones de vuelos más inverosímiles con tal de estirar la parálisis a la que mi indecisión me había conducido. El único modo de desbloquearla era una medida de fuerza mayor. La crisis planetaria resolvió mi crisis personal. Y debo confesar que en algún punto le estuve agradecido.
Los escritores estamos acostumbrados a no salir de casa. Trabajamos en soledad y sabemos llenar las horas muertas con nimiedades como el atasco de la cisterna del váter. Cualquier desconcierto es una aventura. Cualquier variación en el normal desarrollo de los acontecimientos ofrece un cierto atractivo. Y de pronto todo era nuevo. Había que ser muy cuidadoso con el atasco de la cisterna, porque si la fastidiábamos nadie vendría a auxiliarnos. La selección y descarte de memes y la decisión de a quién reenviar cada uno se descubrió como un trabajo extenuante. Había que establecer protocolos para entrar y salir de casa, para ordenar y desinfectar la compra. A la segunda semana me empezó a doler una muela y, por indicación de mi dentista -no atendería hasta nuevo aviso-, tuve que idear el modo de higienizarla cada noche con un preparado de agua oxigenada.
Quizá lo más impresionante fue lo rápido que cambió todo. Un día te parecía que exageraban, al día siguiente tenías miedo y al tercero estabas confinado. Los que teníamos familia lejos tratábamos de advertirles que tomaran medidas rápido, que una vez que se disparaba todo ocurría muy deprisa. Pero se lo decíamos desde un futuro al que ellos no podían acceder. Y de pronto nos vimos sumergidos en este brutal ejercicio de presente. Aceptar el desconcierto y centrarse en el ahora. Y dejar de elaborar teorías acerca de Google y el Gobierno chino, y dejar de leer noticias y cifras y previsiones, y dejar de anticipar deflaciones y recesiones, y asumir que nadie sabía absolutamente nada. Como la vida misma. Y así llegó el día del cumpleaños de mi madre.
A medianoche de la víspera nos videollamamos. Cenamos juntos y nos reímos y cantamos canciones con la guitarra. Mamá cerraba los ojos y seguía la melodía. Hasta encendimos una vela que mamá sopló a la distancia y mi mujer se encargó de apagar desde fuera de cámara. Al día siguiente mi hermano rompió el protocolo y fue a visitarla. Decidimos que la ocasión lo ameritaba. Nos conectamos por Zoom con mis primos y tomamos el té todos juntos. Por una vez los que estaban cerca estaban igual de lejos que yo. Y actualizamos viejas anécdotas y recordamos a los ausentes. Y hasta hubo algún momento de silencio compartido, como cuando nos reuníamos alrededor de la mesa, en el campo. Al día siguiente hablé con mi madre y no podía dejar de sonreír. Fue un día hermoso, me dijo. Un cumpleaños muy feliz.
Javier Argüello es escritor chileno. Su nuevo libro, ‘Ser rojo’, se publica a final de mayo.
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