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La Iglesia italiana echa un pulso a Conte por la misa

La Conferencia Episcopal acusa al Ejecutivo de violar “la libertad de culto”

Curas y fieles, en el santuario de Santa Maria di Galloro, en Aricci (Italia) el 26 de abril.
Curas y fieles, en el santuario de Santa Maria di Galloro, en Aricci (Italia) el 26 de abril.Ernesto Ruscio (Getty Images)
Daniel Verdú

El primer ministro italiano, Giuseppe Conte, se presentó el domingo por la noche ante todos los italianos y trató de dar respuesta a la mayoría de incógnitas del calendario que deberá seguir el país para una posible reapertura. Aportó datos sobre deporte, comercio, industria, peluquerías, museos… Pero el jefe del Gobierno compareció sin hacer los deberes en un tema crucial: la misa. Pocos minutos después, la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) lanzaba un durísimo comunicado afeando al Ejecutivo su posición y recordándole el papel que ha desarrollado en esta crisis para proteger a los más desfavorecidos. La sentencia llegó así: “No podemos aceptar que se comprometa la libertad de culto”. El primer gran problema del Gobierno, tras 49 días de confinamiento en Italia, aterrizó donde menos lo esperaba.

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Conte había cuidado hasta ahora el flanco de la Iglesia. Sus relaciones privilegiadas con el Vaticano, su estrecho canal de comunicación con el secretario de Estado, Pietro Parolin, y su discreto y sólido catolicismo tendieron un puente con la Iglesia en tiempos convulsos. El respaldo de los obispos y de sus medios de comunicación, como Avvenire, había sido hasta ahora total. Incluso el papa Francisco le echó una mano —más o menos solicitada por el propio Conte, según las distintas fuentes consultadas— en su discurso del Urbi et Orbi pidiendo una solución solidaria de la Unión Europea a la crisis de la covid-19, que muchos interpretaron como los famosos coronabonos que pedía Italia. “Recibió lo que quería”, apunta un colaborador del Papa.

El domingo por la noche, sin embargo, en una rueda de prensa deslavazada e imprecisa para explicar la fase 2, se oyó el crujido cuando indirectamente puso al mismo nivel las iglesias y las peluquerías (que, por cierto, también se han rebelado). Los expertos le habían dicho al primer ministro que hasta el 25 de mayo no era razonable pensar en celebraciones que pudiesen reunir a tanta gente como una misa. Él no quiso entrar en elucubraciones y tiró la pelota hacia adelante. Pero desató una insólita furia de la Iglesia.

La libertad de culto sigue siendo un tema delicado en Italia, aunque el número de fieles caiga cada año (en 2018 por primera vez fueron mayoría los que no pisaron en todo el año una iglesia). El Ejecutivo, formado por el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, ha sido siempre cuidadoso con los temas de la Iglesia. Algunos de sus hombres fuertes, como el ministro de Cultura, Dario Franceschini, son muy cercanos al mundo católico. Por eso causa estupor en algunos círculos la decisión. Marco Tarquinio, director de Avvenire cree que Conte cometió un error. “La Iglesia ha colaborado durante esta crisis en Italia, también en el resto del mundo, de todas las maneras sin dar problemas. El Papa ha dado ejemplo, la gente ha sido disciplinada. Pero hablar de una fase 2 sin ni siquiera evocar el retorno a las iglesias, en la medida de lo posible, de la participación de los cristianos a la misa es subestimar el problema. Ha tenido en cuenta a los técnicos, pero debe tener la corresponsabilidad política. Creo que lo está corrigiendo”, apunta.

Conte no puede permitirse ahora un problema con la Iglesia. Pero tampoco una marcha atrás demasiado evidente. Con un ojo puesto en las encuestas y consciente de que tras la crisis sanitaria el país volverá al debate sobre la necesidad de un Gobierno técnico que reconstruya la economía, el apoyo de los obispos y del Vaticano es crucial. Por eso, pocos minutos después de que la CEI lanzase su comunicado, la oficina de comunicación hizo saber que el Ejecutivo estudiaría los protocolos de seguridad propuestos por los obispos para volver a celebrar las misas. Pero dentro de su Gobierno, la ministra de Igualdad, la renziana Elena Bonetti (Italia Viva), ya había criticado la medida: “No es comprensible continuar impidiendo la misa en la iglesia”. El PD, por boca del diputado Stefano Ceccanti, ya ha anunciado que presentará una enmienda que permita celebrar la liturgia en las iglesias. Fuera del Ejecutivo también empezará la batalla.

El soberanismo afila ahora los cuchillos y se dispone a cabalgar la batalla de la misa, como advierte el fundador de la Comunidad de San Egidio y una de las figuras más influyentes en la comunidad cristiana italiana, Andrea Riccardi. “Hace años que no se veía un choque así entre la Iglesia y el Estado. La CEI ha sido muy dura. El Gobierno ha antepuesto el parecer del comité técnico-científico. La política no ha querido asumir sus responsabilidades. Y la vida religiosa, la cristiana, pero también la hebrea y musulmana, son consideradas menos que una categoría comercial. Un error. Este país necesita de todos los recursos espirituales y motivacionales posibles para volver a arrancar”, advierte.

Las parroquias de Italia tenían ya asumido que podrían empezar a celebrar misa de forma escalonada. Muchas pensaban que podrían repartir el peso de la misa dominical durante el resto de días de la semana para evitar una afluencia desequilibrada. De momento, tendrán que esperar lo mismo que las peluquerías.

Un enfado que recorre todas las religiones

La complicación de este asunto, como señala el historiador y experto en la Iglesia católica Gianmaria Vian, es que la medida que se plantee de ahora en adelante para retomar la vida espiritual en comunidad debería también afectar a otras religiones y confesiones. La comunidad judía italiana ya protestó el lunes y los evangélicos y musulmanes (que se encuentran en pleno Ramadán) esperan también a la puerta de sus templos el permiso para reabrir. “Sin tomar partido por una solución o por otra, ambas muy legítimas, la incertidumbre es incomprensible y muy dañina. Descontenta a todos y genera confusión. A todas las religiones”, señala.

Las mezquitas y las sinagogas también han permanecido cerradas a las liturgias colectivas durante los 49 días de confinamiento. La comunidad judía y musulmana están igualmente molestas con el Gobierno, y sus líderes han pedido con mayor o menor vehemencia una solución. El lunes, el imam Yahya Pallavini, presidente de la Comunidad Religiosa Islámica Italiana señaló que están de acuerdo con la Conferencia Episcopal Italiana. “No se trata solo de garantizar el derecho al culto, sino también de tener sensibilidad ante todos los creyentes de cualquier fe”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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