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Una isla ‘azul ONU’ a las afueras de Madrid

A la espera de mandatarios, delegados, activistas y famosos, un paseo por la COP25 casi vacía

Últimos preparativos en Ifema horas antes de la inauguración de la Cumbre del Clima.
Últimos preparativos en Ifema horas antes de la inauguración de la Cumbre del Clima.Álvaro García
Patricia Gosálvez

La ONU es azul. Y los 110.000 metros cuadrados de Ifema, el recinto ferial de Madrid donde se celebra la Cumbre del Clima, se han convertido en su franquicia: del gris cielo de la moqueta al añil de las paredes de quita y pon, pasando por el celeste del logo de la COP25, todo rezuma ese no sé qué del organismo internacional.

Desde el sábado, existe oficialmente esta isla azul ONU a las afueras de Madrid. “Esto ya no es territorio español”, dijo la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, en el discreto acto que escenificó el trasvase de poderes a Naciones Unidas. Sin fanfarrias ni una entrega de llaves del reino o algo (¿una tiara, como las misses?), Ribera y su homónima chilena juntaron las manos en plan mosqueteras con la responsable de cambio climático de la ONU. Se hicieron la foto y listo. Ya estamos en territorio internacional. Fue el viaje espacio-tiempo más soso del mundo.

“Ahora esto es como una embajada, nosotros solo somos los caseros”, dice Clemente González Soler, presidente de Ifema. Si hay un robo, el ladrón será detenido por los agentes de seguridad de Naciones Unidas (van, sorpresa, de azul claro). Como en las películas, lo sacarán de allí para entregárselo a la Policía Nacional que vigila el perímetro vallado. Dentro también habrá 450 vigilantes privados de Ifema, a los que la organización ha pedido que vayan de azul marino, “con el uniforme elegante de domingos”, según una simpática Prosegur.

Un operario trabaja en uno de los pabellones de Ifema, este domingo.
Un operario trabaja en uno de los pabellones de Ifema, este domingo.Álvaro García

Paseando por las instalaciones aún vacías hay salas con carteles de neolengua como “Lab de resiliencia” o “Hub de fomento de las capacidades”. El territorio ONU tiene su propio idioma, más allá del inglés. En una cumbre donde no habrá grandes anuncios, las palabras más repetidas serán “implementar”, “acelerar” y “transversalizar la acción climática”. Se espera que en algún momento llegue Greta Thunberg a meter un poco de marcha a los titulares.

En el pabellón de los países, las salas tienen una banderita en la puerta. Son las anodinas oficinas de algunos de los 197 “parties”, en lenguaje ONU, que participan. Idéntica decoración, mesas blancas, sillas negras, pizarras de rotulador… Solo en la de Nueva Zelanda divisamos una ruidosa nevera.

¿Quiénes llenarán estos pabellones a partir del lunes? Forzado a contestar como si la cumbre fuese un instituto de adolescentes, —es decir, por estereotipos que reconocerías de solo un vistazo—, Alexander Saier, jefe de prensa de Naciones Unidas, identifica cinco grupos entre los cerca de 30.000 acreditados. “Un tercio son negociadores de los países, esos van todos igual, traje oscuro y corbata; las mujeres, algunas con vestido” (ellas representan el 38%). Luego están los lobbistas,  prácticamente indistinguibles de los funcionarios (no debe ser casualidad). Los "activistas medioambientales" forman un tercer grupo "más relajado, con vaqueros, mochilas… Más coloristas”. Los pueblos indígenas añaden la nota multicultural. Y por último, los periodistas (2.000 acreditados), para los que hay todo un pabellón. “Esos ya sabes cómo son, siempre con el bloc apuntando”, dice Saier mirando divertido cómo su frase se apunta efectivamente en un bloc. Al cabo de unos días todos compartirán las mismas ojeras.

En el pabellón de los negociadores, con 30 salas de reuniones, ya hay 3.500 agendadas. La cosa funciona así: sobre las ocho de la mañana los delegados repasan la agenda del día, luego en el plenario se decide lo que se discutirá. Los grupos (regionales o de intereses) de negociadores piden una sala y se reúnen. Y así, en bucle hasta el 13 de diciembre.

Estand de España en la COP25, este domingo.
Estand de España en la COP25, este domingo.Álvaro García

“Es como el día de la marmota”, describe Saier. “Lo peor es que en dos semanas no ves el cielo”. “Reunión tras reunión, recorriendo pabellones con la maletita a rastras, es cansado, sí, pero necesario”, admite Rizki Maulana, uno de los 40 negociadores de la delegación de Indonesia. A pesar de sus 28 años, no es su primera COP. En la última hubo días que arrancó a las ocho de la mañana y acabó a las dos de la madrugada. Está viendo cómo ha quedado el pabellón de su país, en la zona estilo Fitur de la cumbre, donde se dan conferencias y reuniones más relajadas. En el de Indonesia hay mucho bambú, sombrillas, cometas con forma de mariposa, plantas naturales. El de Turquía tiene una mesa para 30; en el de Ruanda, diminuto, para ocho. Se nota la temática eco: cubos de reciclaje, fuentes de agua del grifo, 34 enchufes en el aparcamiento para coches eléctricos... En su estand, los países nórdicos tiran de madera desnuda, el de España usa conglomerado, el de Francia mobiliario de cartón. El de la ONU parece directamente un chill out ibicenco: pufs de paja, cortinajes blancos, lámparas bola…

En un pasillo un grupo se hace fotos ante un cartel. De lejos, solo por la actitud, ya ves que son activistas. A ellos la palabra les parece “demasiado agresiva”. “Mi función es facilitar la conversación entre delegados, a veces hay enfados  —enfados diplomáticos, sin emoción—, intentamos humanizar la discusión cuando las cosas se ponen feas”, dice Detmer Kremer, en cuya tarjeta de acceso como “observador” se lee Friends World Committe for Consultation. ¿Le hacen caso los de las corbatas? “Yo creo que lo agradecerán…”, dice. Valeriane Anne Bernard, de la Brahma Kumaris World Spiritual University, es una veterana con 11 COPs a la espalda intentando poner en la agenda problemas que no son específicos de un solo país, como la inter religiosidad. “A veces puedes tocar el corazón de algún delegado”, dice. Acostumbra a repartir papelitos con “mensajes positivos” entre ellos (“¡Algunos vienen a reclamármelos!”). “Los observadores no podemos hablar en las reuniones ni votar, pero levantamos la voz por millones de personas que no tienen una silla en la mesa”, dice Detmer Kremer.

A media tarde, los operarios siguen colocando cables y alfombras. Pero nadie duda de que el lunes todo estará listo para recibir a medio centenar de jefes de Estado. La premura con la que se ha montado en tiempo récord esta COP es ya una optimista metáfora sobre la emergencia climática: aunque el tiempo apremie, se puede. En el exterior, dos veinteañeras buscan un rincón para fumar; son azafatas del evento y saben que echarse un pito no es muy sostenible. "El trabajo está bien", dicen, aunque todavía no tienen muy claro lo que tienen que hacer. Sí saben que serán dos semanas a nueve euros netos la hora. Los mandatarios empezarán a llegar el lunes a las 9.00. Para ellas, el lunes, y la COP, arranca a las 6.30.

Una coreografía matemática

“Sala 27” es el anodino nombre del corazón de la COP. Allí se encuentra la mesa redonda para los más de cincuenta jefes de Estado –de Polonia a Fiyi– y altos cargos internacionales que se reunirán este lunes en Madrid. Cada puesto tiene un micro, una pantalla delante y una silla detrás para un asesor cercano al mandatario. “La estética resume el espíritu del multilateralismo: somos iguales y estamos juntos”, dice Alexander Saier, jefe de prensa de Naciones Unidas para el evento. “Esto no es un club exclusivo como el G-20, aquí todo el mundo puede hablar, incluso los países más pequeños”.

El lunes a las nueve de la mañana empezarán a llegar altos cargos con "una coreografía matemática", según Saier. Cada tres minutos exactos, cortes de calles mediante, tiene que llegar un coche eléctrico. Los altos cargos irán pasando a la sala VIP, a la que pueden acceder solo con tres personas de su elección, esposas, seguridad privada, un fotógrafo... Cuentan los organizadores que del fotógrafo no suele prescindir ninguno. Esta sala VIP, donde se servirá un aperitivo de los hermanos Roca, está rodeada de salitas para reuniones bilaterales. Las paredes son mamparas plásticas y hay unos sofás chester de cuero envejecido que tratan desesperadamente de darles un aire íntimo. De la misma manera, al fondo, en los despachos del presidente del Gobierno de España y el secretario general de Naciones Unidas, unos cuadros contemporáneos y unas lámparas muy vanguardistas intentan imprimir carácter a la esencia transitoria del recinto ferial.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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