Una mácula en el Vaticano catalán
Ver el monasterio a merced de los vientos de la pederastia que azotan a la Iglesia es una mácula difícil de sobrellevar para los monjes
Es muy difícil mantener el secreto en una comunidad monástica integrada por unas decenas de personas. Sin embargo, durante años apenas ha trascendido nada de lo que sucedía intramuros en Montserrat. Mano de hierro. Cualquier información crítica era negada; los sospechosos de haberla facilitado,castigados con el destierro; y los medios de comunicación vehículo de tal denuncia, tachados de enemigos de la Iglesia y de la patria, no en vano Montserrat mantuvo la llama de la catalanidad durante la larga noche franquista y supo ser de puertas afuera suficientemente montiniana. Por eso cobra importancia el testimonio de Miguel Hurtado, que sufrió abusos cuando tenía 16 años por parte del monje Andreu Soler, responsable durante 40 años del grupo scout de Montserrat.
Cuando este diario publicó hace 18 años la crisis existente en Montserrat debido a que un grupo de monjes cada vez hacía más explícitas manifestaciones de su sexualidad, abades y visitadores de la orden benedictina desmintieron la información, a pesar de haber recibido quejas en este sentido por parte de algunos miembros de la comunidad. El abad, Josep Maria Soler, respondió a la noticia publicada por EL PAÍS con una entrevista de dos páginas en La Vanguardia: “Hemos sido heridos, vivimos en una sociedad obsesionada por el sexo”. “También los nazis se burlaban del celibato para desprestigiar a la Iglesia”, remachaba el abad.
Mientras el discurso oficial era este, por la puerta de atrás y con mano de hierro dos monjes críticos eran desterrados: el destacado teólogo Evangelista Vilanova, ya fallecido, fue enviado a Centro Borja de los jesuitas próximo a Barcelona, y el prestigioso historiador Hilari Raguer, al Miracle, cerca de Solsona (Lleida). Un tercero, justamente, Andreu Soler, la persona denunciada como autora de los abusos a Miguel Hurtado, también fue apartado a El Miracle.
Desde la jerarquía abacial se mantenía un prudente silencio, a juicio de los piadosos, o un hermetismo cardenalicio, para los más incrédulos, a la espera de que amainara el temporal. De la capacidad de respuesta de Monserrat da idea un manifiesto de personalidades que desde el centro izquierda a la izquierda comunista salió en defensa de la honorabilidad de la comunidad benedictina. Era importante la imagen de puertas afuera.
Y es que desde el final de Guerra Civil, Montserrat jugó un papel muy distinto al del nacional-catolicismo imperante. En la celebración de la entronización de la Moreneta, en 1947, se canalizaron los anhelos del catalanismo moderado y se propició una tenue reconciliación entre los catalanes creyentes, paralelamente a los pomposos actos oficiales. Había que hacer muchos equilibrios en un catolicismo capaz de dar obispos, como Pla y Deniel, que bautizó la sublevación militar franquista como cruzada y otros, como Vidal i Barraquer, que no suscribió la carta conjunta que avalaba el levantamiento y murió en el exilio. Era difícil casar a menos 10 años de finalizada la contienda a los requetés del Tercio Nuestra Señora de Montserrat con los democristianos seguidores de Manuel Carrasco Formiguera, líder de Unió Democràtica fusilado por los franquistas.
Los tiempos y la apertura conciliar hicieron que Montserrat se convirtiera en un referente antifranquista: desde las declaraciones a Le Monde (1963) del abad Aurel·li Escarré contra la dictadura franquista (manipuladas o no), al encierro de intelectuales contra las penas de muerte a miembros de ETA en el consejo de guerra de Burgos (1970). La mismísima y desaparecida Convèrgencia, que era la viva encarnación del espíritu montserratino, nació en 1974 entre los muros de la abadía. Hace apenas un mes, en diciembre pasado, Monserrat fue escenario del ayuno del presidente Quim Torra, en solidaridad con la huelga de hambre de los líderes independentistas presos. Y es que para cierto catalanismo conservador, Monserrat es el puente espiritual que comunica nacionalismo y religión. Para la izquierda ha supuesto históricamente un generoso balón de oxígeno. Por eso ver el monasterio a merced de los vientos de la pederastia que azotan a la Iglesia es una mácula difícil de sobrellevar para esta suerte de Vaticano catalán.
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