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África, granero del mundo

Siete de los 15 países en los que más está creciendo la producción agrícola son africanos Los expertos ven un gran potencial, pero también importantes riesgos

Miguel Ángel García Vega
África genera al año 700 millones de toneladas de productos agrícolas.
África genera al año 700 millones de toneladas de productos agrícolas.M. Ghany (Reuters)

El Banco Mundial y las Naciones Unidas están convencidos de que África puede convertirse en el gran granero que alimente al resto del planeta. Sin embargo, hay voces que alertan de que ello podría tener implicaciones negativas para la seguridad alimentaria de la propia población africana. La pregunta que suena cada vez más en determinados círculos políticos y económicos es: ¿debe vender cantidades masivas de alimentos una región donde el hambre y la escasez siguen presentes?

El continente africano, y en particular el África subsahariana, es una zona de amplios contrastes. Mientras la sequía extrema y el hambre golpean a países como Namibia, un reciente trabajo de la Fundación Mo Ibrahim, que promueve el buen gobierno en la región, destaca que de los 15 países del planeta donde más ha crecido la producción agrícola entre 2000 y 2008, siete son africanos: Angola (13,6%), Guinea (9,9%), Eritrea (9,3%), Mozambique (7,8%), Nigeria (7%), Etiopía (6,8%) y Burkina Faso (6,2%). ¿Cómo interpretar situaciones tan dispares? En 2050, la población africana se duplicará y ya serán 2.000 millones de personas que atender. ¿Tendrá África capacidad para alimentar a los 54 países que la dibujan y al mismo tiempo a un planeta que le exige cada vez más alimentos?

“¡Desde luego que África podría ser el granero del mundo!”, exclama Mercy Wambui, experta de Uneca (Comisión Económica para África de Naciones Unidas). “Pero antes tienen que producirse una serie de cambios internos. Comenzando por una gestión más eficaz de los recursos”. Sin embargo, el terreno es sólido. “África posee el 60% de las tierras [la mayor extensión del mundo] potencialmente cultivables del planeta”, incide Aaron Flohrs, socio especialista en esta región de la consultora McKinsey. De hecho, según el Anuario Estadístico de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), un 79% de los campos que podrían cultivarse en el continente están sin trabajar. Y la gestora de fondos de inversión Fidelity asegura que solo se explota el 10% de los 400 millones de hectáreas de tierra cultivable situadas entre Senegal y Sudáfrica. Suficiente, apunta Fidelity, no solo para alimentarse ellos mismos sino para satisfacer la creciente demanda mundial.

“El potencial es enorme, pero hace falta impulsarlo con políticas de desarrollo sostenible”, reflexiona Mercy Wambui. Dicen los expertos que para lograrlo hay que romper el ciclo de la agricultura de subsistencia (el 85% de las explotaciones africanas ocupan menos de dos hectáreas), invertir en infraestructuras que apoyen el crecimiento del sector (carreteras, puentes, embalses) y alcanzar economías de escala. Pero estas son ideas que parecen sacadas de un manual de economía, la vida en África impone sus propias enseñanzas.

África genera al año 700 millones de toneladas de productos agrícolas, que le reportan 313.000 millones de dólares (230 millones de euros), según el Banco Mundial. O sea, la agricultura explica el 15% de su riqueza. Sin embargo, la exportación de alimentos básicos cayó del 3,8% en 2003 al 3,5% en 2012. Así lo revela la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, en sus siglas inglesas).

África alberga más de la mitad de la tierra cultivable del planeta

Sudáfrica, uno de los países africanos con mayor desarrollo agrario, es un importador neto de comida. ¿Cómo es posible? Thabo Ncalo y Humphrey Gathungu, responsables de la gestora de fondos Stanlib Africa Equity Fund Managers, aportan varias pistas. “Muchas explotaciones aún dependen de la lluvia y carecen de sistemas de irrigación propios. Además, la producción aumentaría drásticamente si utilizaran fertilizantes y mejores técnicas de labranza”, aseguran. Pero no todo es una cuestión de rendimiento sino también de ahorro. Las pérdidas que se producen al finalizar la cosecha se han convertido en un mal endémico. Solo en el cereal oscilan entre el 15% y el 20% de todo lo recogido. Es una merma que cuenta. “Una reducción del 1% en ese tipo de pérdidas puede transformarse en una ganancia al año de hasta 40 millones de dólares (30 millones de euros)”, calculan los analistas Ncalo y Gathungu.

La FAO lleva tiempo avisando de que en el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos al año. Un tercio del total. Es más, la organización advierte de que en 2050 el planeta necesitará 71 millones de hectáreas de cultivos adicionales para alimentarse. África y su granero tendrán entonces que entrar en escena urgidos por la necesidad. ¿Podrán responder al desafío?

El sector agrícola africano crece a una tasa limitada de entre el 2% y el 5% anual. Parte desde niveles bajos y todavía tiene un fuerte potencial de mejora. Y tierra donde hacerlo no le falta. “Mozambique, Nigeria y Zambia comparten las mayores extensiones de campos infrautilizados del continente”, desgranan en Fidelity.

Las posibilidades se extienden a los territorios del sur, centro y este. Naciones como la República Democrática del Congo cuentan con un vasto granero (el 52% de todas las tierras del país son cultivables) sin utilizar debido a las guerras civiles y los conflictos sociales. Y esto nos lleva a otra consideración. Las estrategias agrícolas, para que tengan éxito, deben estar respaldadas por buenas políticas de gobernanza, y aquí el continente falla. También flaquea en la gestión del agua, que según los expertos del banco Citigroup “es el verdadero desafío en el África subsahariana”, donde solo un 4% de los cultivos están irrigados. Un reto que, por ejemplo, exige realizar inversiones en infraestructuras para extender el regadío.

Es una lectura del problema que encaja con la que el Banco Mundial plasmaba en el trabajo Growing Africa: Unlocking the Potential of Agribusiness, publicado en marzo pasado. Esta institución piensa que África podría crear un mercado de alimentos en 2030 de un billón de dólares (736.500 millones de euros) si abriera sus puertas a la entrada masiva de capitales, empresas y tecnología extranjera. Pero esta propuesta encuentra la oposición de varias organizaciones no gubernamentales, ya que esa idea, aseguran, transita justo en la dirección contraria. “¿A quién beneficia este mercado si está controlado por especuladores financieros de Londres, Nueva York o Pekín?”, se pregunta Henk Hobblink, coordinador de la organización Grain. “Utilizar prioritariamente las tierras agrícolas para exportar mientras haya personas que pasan hambre en el continente es un crimen. Y echar a los campesinos de sus campos para dárselos a inversores foráneos para que produzcan más es, además, un error”.

Esta última frase de Henk Hobblink traslada el texto al fenómeno del acaparamiento de grandes extensiones de tierras (y agua) en África. La ONG Grain denuncia que unos 60 millones de hectáreas del continente (algo más del tamaño de España) han sido puestas en manos de extranjeros para su explotación, dejando fuera a las poblaciones rurales que tradicionalmente las habían trabajado como medio de subsistencia. Es muy recomendable para entender la magnitud del problema echar un vistazo al detalle de las mismas en landmatrix.org, el único portal del mundo que compila las transacciones. Hay 819 recogidas en todo el planeta. Nada menos que 383 corresponden a África. Un 46% del total. España solo aparece en una operación, de 15.000 hectáreas, en el territorio de Mozambique.

“El acaparamiento de tierras y las inversiones extranjeras para convertir África en el granero del mundo no son nada nuevo. Es un disfraz de neocolonizadores de corbata a caballo del libremercado: cultiven azúcar, cacao, café, caucho —decían entonces— y saldrán de la miseria. Cultiven soja, palma africana o cualquier cosa que necesite la agroindustria o nuestros automóviles —dicen ahora— y verán cómo les llueve el progreso. Mentiras criminales”, afirma, rotundo, Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía alimentaria.

Las ONG alertan del peligro de dañar la seguridad alimentaria de estos países

Sin duda África necesita inversión en sus campos, pero con un modelo que incluya a sus agricultores, no que los excluya. Los consultores de Mckensey calculan que en el África subsahariana son necesarios 38.000 millones de euros al año para que el sistema agrícola funcione mejor. A pesar de todo, hay optimismo. “Ha llegado la hora de que la agricultura africana sea un catalizador del fin de la pobreza”, observa Makhtar Diop, vicepresidente del Banco Mundial para la región africana.

Esta institución cree que África podría ser uno de los principales exportadores del mundo de azúcar, maíz, soja, arroz y biodiésel y tener el mismo éxito que en su día tuvo América Latina o el sudeste asiático. También da su lista para el África subsahariana: aceites vegetales, grano para el ganado, horticultura, aves de corral y arroz. ¿Pero tiene capacidad de exportar quien aún no es capaz de alimentar a toda su población? La región es uno de los mayores consumidores e importadores del planeta de un grano tan básico como es el arroz. La mitad de lo que consume viene de fuera y los africanos pagan un precio muy alto por ello, unos 3.500 millones de dólares al año (2.578 millones de euros). África ha hecho un esfuerzo produciendo un 5% más (26,6 millones de toneladas en 2012) frente a 2011. Sin embargo, no es suficiente. También habrá 25 millones de hectáreas adicionales de maíz en 2013. Pero tampoco parece bastante. En Zambia este cereal proporciona ya la mitad de las calorías de la dieta de sus habitantes. Consumen 133 kilos de cereales cada año. Su dependencia es enorme. ¿Qué hacer? ¿Recurrir a cultivos genéticamente modificados y su propuesta de agricultura intensiva?

Carlos Vicente Alberto es responsable de Sostenibilidad en Europa y Oriente Próximo de Monsanto, el principal fabricante de semillas genéticamente alteradas del planeta y, también, una de las empresas con peor imagen del mundo. Él lo tiene claro: “Los cultivos modificados genéticamente pueden contribuir a incorporar tecnologías agrícolas más eficientes en el uso de los recursos (suelo, agua, energía). Es decir, más productivas y sostenibles”. Una visión rechazada de plano por los grupos ecologistas. Pero no solo por ellos. Antonio Hernández, socio de Internacionalización de KPMG, descarta algunas de esas ideas. “La agricultura intensiva a gran escala tiende a ser intensiva también en capital y no crea puestos de trabajo. A la vez desplaza a las personas. ¿Consecuencia? Pierden su empleo en la agricultura de subsistencia”, avisa. Sin que necesariamente obtengan un puesto de trabajo alternativo en la explotación agrícola intensiva.

Pocos dudan, como sostiene Mercy Wambui, de que “África necesita un milagro para impulsar su productividad agraria y equipararla al incremento de la población, pero hasta ahora no hay consenso en que el uso de las semillas biológicas sea la solución”.

Los cultivos modificados genéticamente ponen sobre la mesa la fragilidad de la agricultura en la región. Pese a todo, muchos economistas ven en el continente, y por ende en su potencial agrario, el último gran mercado del planeta. Además, cuenta con “la clase de consumidores que crece más rápido en todo el mundo”, sostiene Michael Lalor, director del Centro de Negocios de África en Johannesburgo de la auditora Ernst & Young. La aseveración lleva a una de las cuestiones más debatidas de África. ¿Está surgiendo una clase media real, en parte como respuesta a ese boom del consumo?

En abril del año 2011, el Banco Africano de Desarrollo publicó un controvertido trabajo (La Mitad de la pirámide: Dinámica de la clase media en África) donde definía a esa clase media africana como aquellos que tenían un consumo per cápita diario de entre dos y 20 dólares (1,5-14 euros). Con estos parámetros, les salían 313 millones de africanos. Claro que tuvo que admitir que el 60% de su recién descubierta clase gastaba entre dos y cuatro dólares al día (1,5-3 euros). Una “clase flotante”, dijo entonces, que se desplaza por encima del límite de la pobreza (menos de dos dólares diarios).

Por su parte, el Banco Mundial, al igual que algunas de las grandes consultoras del mundo, como Deloitte o McKinsey, admiten la existencia de esta clase media estimándola entre 200 y 300 millones de personas. Otros organismos, como la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el club de los países más ricos del mundo), rebajan el entusiasmo a los 32 millones de personas. Aunque hay miradas más escépticas. El economista jefe para África del banco Citigroup, David Cowan, asegura que “no existe una clase media africana como tal. Hay una élite emergente y un grupo muy fuerte de consumidores, que está creciendo sin pausa”.

Sea cual sea la estimación más correcta, lo que parece innegable es que la emergencia de esta clase media tiene una repercusión directa sobre la agricultura. “Con mayores ingresos”, observa Sebastian Kahlfeld, gestor del fondo de inversión DWS Invest Africa, perteneciente a la entidad financiera Deutsche Bank, “la demanda de alimentos de más calidad crecerá de forma proporcional. De hecho, un mayor consumo de proteínas, primero con carne blanca y después roja, necesita más producción de piensos para la cría del ganado. Esto aumenta la presión dirigida a mejorar las condiciones de cultivo y de la agricultura en general”. ¿Será suficiente para llenar el granero de África y del mundo? En pocos años lo sabremos.

Millones de hectáreas sin cultivar

  • El continente africano alberga el 60% de la tierra cultivable de todo el planeta.
  • El 85% de las explotaciones de África ocupan menos de dos hectáreas.
  • El 79% de los campos que podrían cultivarse en África están sin trabajar.
  • Solo se explota el 10% de los 400 millones de hectáreas de tierra productiva entre Senegal y Sudáfrica.
  • El sector agrícola crece a una tasa de entre el 2% y el 5% anual.
  • Unos 60 millones de hectáreas cultivables del continente están en manos de extranjeros.
  • Solo un 4% de los campos de cultivo están irrigados, lo que reduce el rendimiento. La producción también mejoraría con fertilizantes y mejores técnicas de labranza.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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