“Gestionar es tan estresante como ver enfermos”
La presidenta de la Asociación del Corazón de EEUU ha superado un ictus.
Es solo el segundo café del día para Donna Arnett, que toma aprovechando el sol en la terraza de la cafetería del Centro Nacional de Investigaciones Cardiológicas (CNIC). Pero habrá más. De momento, es imposible encontrar signos de cansancio en esta estadounidense de 54 años, presidenta de la Asociación del Corazón Americana (AHA), pese a que ha llegado esta misma mañana a Madrid y para ella son las cinco de la madrugada.
Arnett, que va a impartir una conferencia sobre farmacogenómica, sonríe cuando se le hace caer en la cuenta de que su vida parece demasiado británica (nacida en London, pero el de Kentucky, trabaja en Birmingham, Alabama). Pero en el fondo es una mujer hecha a sí misma, como debe ser una triunfadora del otro lado del océano. “Primero estudié Enfermería y, cuando trabajaba en la UCI, hice la carrera de Medicina. Me convenció un paciente que llegó con un infarto. Debía de tener más o menos la edad que yo tengo ahora y estaba muy grave, pero tenía unas enormes ganas de vivir. Me llamó la atención cómo un ataque al corazón podía cambiar una vida en tan poco tiempo”.
Entonces ella tenía unos 24 años, y a los 27 tuvo la ocasión de vivir todo esto en primera persona: “Me dio un ictus”, dice como si nada. Aquello no fue una caída del caballo. “Ya era médica entonces”, dice. Y, venciendo la tentación de tenerse como paciente, ni siquiera se hizo cardióloga. “Soy la primera epidemióloga que preside la AHA”, dice con orgullo. “No es tan raro. Las enfermedades cardiovasculares son una epidemia, aunque no se contagien. Son la primera causa de muerte en el mundo”.
Cafetería del CNIC. Madrid
- Un café con leche: 0,80 euros.
- Un café cortado: 0,80.
Total: 1,60 euros.
Aquella experiencia sí que le lleva a reflexionar sobre otro aspecto muy presente en la medicina actual. “Al dar poder a los pacientes podemos tender a culpabilizarlos. Este tuvo un infarto por comer mal, o un cáncer por fumar”. No fue su caso: “Tengo una enfermedad genética que produjo el ictus”. En cualquier caso, cree que, aparte de decisiones personales, hay que tomar medidas sociales. “¿Está Madrid preparada para caminar?”, pregunta con curiosidad de una ciudad de no conoce (ha llegado directa del aeropuerto al hotel, a 300 metros del CNIC), y se va a ir sin casi visitarla (tras la cena de despedida, que no sabe dónde va a ser, saldrá de regreso para EE UU). “Esas son las medidas que hay que tomar. Que las ciudades sean aptas para el peatón. Donde yo vivo, eso es imposible. Tardaría dos horas en llegar al hospital”, dice. Al mencionárselo, comenta con interés la campaña de la DGT española animando a caminar más para evitar accidentes. “¿De veras? ¿Y el Ministerio de Sanidad no la hace?”, pregunta.
De su carrera, Arnett solo echa en falta el trato con los pacientes. “Ahora mi trabajo solo es de investigación y de administración. Pero no te creas, no es más relajado. Gestionar un centro es tan estresante como ver enfermos. Al menos, mantengo el contacto con los estudiantes”.
Esa relación le permite “mantenerse al día”. “Por mi problema genético, no he podido tener hijos. Pero, a cambio, tengo cinco perros”, dice con una sonrisa de oreja a oreja, como quien sabe que está cometiendo un exceso, y no sabe si presumir o pedir perdón. “Es más fácil: los animales dan menos problemas que los niños”, se justifica.
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