Movilidad sin barreras
Tras la implantación de Bolonia en la UE, aunque las trabas persisten, la internacionalización de los estudios avanza hacia el resto del mundo
Conocer el arte florentino in situ, estudiar en la City de Londres o ver de cerca el empuje del motor económico alemán. Vivir la experiencia cotidiana de Europa desde dentro. La Declaración de Bolonia, ratificada en 1999 por 29 países, nació para crear la gran universidad europea y fijó entre sus objetivos principales fomentar la movilidad estudiantil, empujar a los universitarios a salir de sus países para hacer de ellos ciudadanos europeos. Sobre el papel, con una crisis aún por intuir hace tres lustros, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) arrancó con buenas perspectivas. El objetivo a 2020 es que uno de cada cinco universitarios curse parte de sus estudios fuera, aunque persisten algunos obstáculos, como las trabas burocráticas, aún por solventar y la creciente y depauperada situación económica mundial.
Distintos expertos consultados coinciden en que no ha habido un suficiente impulso institucional ni económico para la movilidad, aunque solo con el escaparate de Bolonia la maquinaria avanza: ya no es solo un juego de Europa, ahora el escenario es más amplio. "La movilidad europea ha crecido en estos años, y también con Latinoamérica o Asia. Todo el mundo se está moviendo. La activación del espacio europeo es un síntoma de la necesidad de Europa de abrirse al mundo. Hace tiempo que sabe que tiene que competir en conocimiento con América y Asia y fomentar la movilidad", explica Xavier Grau, rector de la Universidad Rovira i Virgili, con un 15% de estudiantes latinoamericanos en posgrado en su campus.
El gran escaparate de la movilidad europea es el programa Erasmus, que nació antes de Bolonia (en España acaba de cumplir 25 años), pero vivió un gran impulso gracias a la declaración europea, no tanto por un refuerzo estructurado y claro de las instituciones, sino porque abrió el apetito por Europa más allá de sus propias fronteras. "Es difícil demostrar que el crecimiento es resultado directo del proceso de Bolonia, pero sí se puede decir que ha supuesto una mejora de la visibilidad de la enseñanza superior europea y también ayudó a poner a los países europeos en el mapa", señala Michael Gaebel, jefe de la unidad política de educación superior de la Asociación Europea de Universidades (EUA, en sus siglas en inglés).
El espacio europeo refleja la necesidad del Viejo Continente de abrirse más allá
España, la gran receptora y emisora de erasmus, ha vivido un incremento sustantivo del número de estudiantes. El programa enviaba a 16.297 estudiantes en el curso 1999-2000, que se doblaron en el curso 2010-2011 (últimos datos oficiales disponibles) alcanzando los 31.427 universitarios, más otros 5.000 de otros ciclos como Formación Profesional. La media de estancia es de ocho meses. Los fondos también se han multiplicado en 15 años de 15,8 a 132,4 millones de euros. De ellos, el Gobierno de España aporta 63,3; otros 25,5 provienen de las comunidades autónomas, y 30,4, de fondos de la Comisión Europea. El dinero ha crecido, aunque desde distintas instancias señalan que no lo suficiente.
La última conferencia ministerial sobre Bolonia, celebrada en Bucarest en 2012, elaboró una estrategia de movilidad en la que recomienda a la Comisión Europea impulsar los grados (las nuevas titulaciones) y la movilidad fuera del Espacio Europeo de Educación Superior. Por un lado reconoce que faltan becas y que es necesario mejorar la calidad y relevancia de los periodos de movilidad para que aumenten los estándares educativos, la posibilidad de encontrar empleo y las competencias lingüísticas y culturales de los graduados. Por otro lado anima a que se refuerce también la salida de investigadores, profesores y personal de la educación superior. "La movilidad del personal hasta ahora no ha recibido mucha atención, pero parece que hay un creciente interés en este tema, como factor propicio para la movilidad de los estudiantes y como parte de la internacionalización y la mejora de la calidad docente", señala Michael Gaebel desde la EUA.
Hay campus que empezaron antes el trabajo y llevan años recogiendo sus frutos. En la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), por ejemplo, el 37% de los titulados ha realizado algún programa de movilidad internacional, lo que supone casi el doble del 20% marcado para 2020 por Europa. De 1.269 estudiantes en este curso, 950 van a Europa, y el resto (279), fuera. Carlos López-Terradas, responsable del servicio de relaciones internacionales de la UC3M, comparte que Bolonia ha sido un gran impulsor. "Ha influido en la fluidez y el reconocimiento de estudios y créditos, ha creado un sentimiento de que la experiencia internacional es buena en sí misma. Fuera de Europa ha avanzado también y se nota una mayor predisposición", señala.
Uno de los nuevos objetivos es impulsar la movilidad fuera de la UE
Pero aunque las universidades europeas cada vez son más proclives a la movilidad, siguen existiendo trabas. La crisis económica supone una barrera en varios sentidos. Para empezar, es un elemento desmotivador. "La situación económica se opone a la movilidad. Cuando un estudiante siente el agobio de no saber qué hacer después, busca formación más práctica en lugar de más abierta o más europea", dice Francisco Michavila, profesor de la Politécnica y responsable de la cátedra Unesco de Políticas Universitarias. Michavila alerta, junto a otros expertos, del riesgo de que se abra una brecha social por culpa de la crisis, es decir, que solo vivan la experiencia internacional aquellos que tengan fondos propios ante la caída de becas y de financiación institucional.
La segunda complicación se deriva del papeleo. "El reconocimiento de los estudios sigue siendo un obstáculo, tanto de los títulos y probablemente más aún de los créditos. Nuestros informes de tendencias muestran que los estudiantes todavía tienen problemas para convalidar los créditos obtenidos en otras instituciones reconocidas", señala Michael Gaebel, el portavoz de la Unión Europea de Universidades. Una de las mejoras, a juicio del rector de la Rovira i Virgili, Xavier Grau, es el papel relevante que asumen las universidades en algunos trámites. "Ya podemos reconocer el nivel formativo desde las universidades, no se trata de discutir si ese grado confiere capacidades profesionales en España, eso compete al Ministerio, sino que nosotros directamente reconocemos el título de los que vienen de otros países para hacer un máster en España".
Y faltan escalones, aparentemente más simples, como "un sistema único de notas" similar a la moneda única. "España puntúa del 0 al 10; Italia tiene un máximo de 22; Alemania, del 6 hacia abajo. Ya hay una equivalencia disponible, una nota europea que se mide por letras, pero no todas las instituciones lo utilizan", señala Carlos López-Terradas. "Son pequeñas dificultades que complican el día a día".
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