El reino mugriento del cristo gijonés
Ignacio González de Arriba lideraba una secta en el norte de México La policía ha liberado a los 24 adeptos que esclavizó en pago por unos carísimos cursos ‘online’ en los que prometía poderes mentales
Ignacio González de Arriba, un gijonés de 34 años, podía levitar y atravesar paredes. Sanaba a los enfermos, volvía fértiles a las mujeres estériles y hacía andar a los paralíticos. Creía en los beneficios de la poligamia y en el valor espiritual de la suciedad. En cierta ocasión había regresado de entre los muertos, tras estar clínicamente sin vida durante 20 minutos, para fundar una Iglesia, como le había pedido su Padre. El cristo asturiano decidió levantar su mugriento reino en el norte de México, hasta donde una corte de fervientes seguidores le acompañó.
La policía mexicana registró a finales de enero una casa en Nuevo Laredo, en el Estado de Tamaulipas y liberó a 24 personas que vivían bajo un régimen de esclavitud y de insalubridad extrema. El mesías Ignacio los hacía dormir en unos cajones de madera de un metro cuadrado con una bacinilla para sus necesidades, según la ONG Red de Apoyo a Víctimas de Sectas (Ravics), de refencia en Latinoamérica y fundada en Puerto Rico hace una década. Usar el baño estaba prohibido, salvo para él, que fue detenido junto con otros dos hombres. El gijonés pasa ahora sus días en un penal de Matamoros, Tamaulipas.
Las andanzas del Jesucristo asturiano arrancaron en su ciudad natal, con las empresas que fundó junto con su esposa y madre de sus hijos: Proyecto Market 2000, SL, de venta de cursos por Internet, y Fenix Corp, SL. El portero del edificio de una de las sedes recuerda una oficina con nueve ordenadores en el suelo unidos con cinta de embalar. “Todo estaba muy sucio”, relata. La actividad empresarial del matrimonio se basaba en crear una red de vendedores de cursos bajo la promesa de grandes ganancias. En poco tiempo Internet se llenó de mensajes que alertaban de la estafa. Destapado el invento, Ignacio desapareció de la noche a la mañana. Se afincó en Brasil, dejó a su esposa y se llevó a sus dos hijos. Allí perfeccionó el sistema de venta y bautizó su enseñanza como bioprogramación.
Los adeptos dormían en una caja y sufrían abusos sexuales. Eran forzados a ayunar y a comer vísceras crudas
“Ignacio es un excelente plagiador. La bioprogramación es una mezcla magistral de técnicas de diferentes autores”, explica Blanca Castro, una mexicana de Torreón, Coahuila, que acabó convertida en una piedra angular del entramado del asturiano.
Castro estaba recién separada y sin trabajo cuando conoció por Internet al venezolano José Losanger Arenas. La relación virtual se afianzó y él se trasladó en 2006 a Torreón, donde se casaron. Losanger le enseñó a Castro, licenciada en Periodismo, los cursos y a ella le parecieron excelentes. El matrimonio montó un centro en la ciudad mexicana con clases presenciales. Llegaron a tener más de 3.000 alumnos y viajaron por todo el país dando conferencias. El dinero entraba a espuertas. Castro apenas oyó hablar del asturiano en los cuatro años en los que el negocio se consolidó. Losanger solo le contó que le enviaba un porcentaje por derechos de autor.
A la luz del éxito, el maestro decidió dejar Brasil en 2010 y vivir con el matrimonio, que había comprado una casa en la zona más exclusiva de Torreón. Entonces, el líder de la bioprogramación se reveló, además, como el hijo de Dios. Así nació la secta de los Defensores de Cristo.
La poligamia era uno de los dogmas de la Iglesia fundada por el asturiano, que tenía dos esposas, y potestad para rebajar a las mujeres a su antojo. Los hombres podían tener esposas, concubinas y prostitutas. Blanca pasó a ser concubina de su marido, ya convertido en mano derecha de Ignacio. “Debía tener relaciones con otras mujeres y me obligaban a presenciar las de mi marido con prostitutas”. Las amenazas contra su familia fueron constantes. La historia de Blanca Castro, que dejó la secta meses antes de la intervención policial, coincide con el relato de otros adeptos, sometidos a castigos, abusos sexuales, días sin comer o vísceras crudas como único menú. “Yo creí en él”, cuenta sin titubear Olivia, una mujer de 32 años que perdió a su marido y el control de su vida por ir tras este supuesto mesías. “La regla era no cuestionar nada, si lo hacías te decían que estabas lleno de demonios y que no tenías lealtad a Jesús. Si alguna vez tuve dudas, al momento me sentí culpable”, asegura.
El día que la policía mexicana registró la vivienda, además de los tres detenidos —Ignacio, Losanger y Shoucri el Mernissi, un joven de Fuengirola (Málaga)—, había 24 víctimas a las que la policía dejó en libertad, y cuyo paradero es hoy una incógnita. Una es la hermana de Alberto (nombre ficticio), de 26 años. “Se fue en noviembre de 2011 y nunca la volvimos a ver. Le tenían prohibido comunicarse con nadie, pero nos envió algunos correos en los que decía que trabajaba 20 horas al día, pero que con dormir dos o tres tenía suficiente”, explica por teléfono. “Aunque son mayores de edad y estaban allí por voluntad expresa, la manipulación era enorme. Decían que entregarían su vida por Él”. Fe de ello lo da el hecho de que, según fuentes cercanas a la investigación, pese a ser rescatados, los 24 esclavos oraban por la libertad de Ignacio. Sin un lugar al que ir, volvieron a la casa de Nuevo Laredo hasta que la fiscal la clausuró. Los dos hijos españoles de Ignacio —un niño y una niña de 14 y 11 años que no estaban escolarizados— se hallan desde enero bajo la tutela de las autoridades mexicanas. Un portavoz del Consulado de España en Monterrey (Nuevo León) ha confirmado que la madre de los niños, B. R. M., se ha puesto en contacto con las autoridades para hacerse cargo de ellos.
“Los niños y los esclavos vivían escondidos en el interior, y todo, hasta la capilla, estaba repleto de basura. El olor era insoportable. Es la primera vez que veo una secta que dice ser cristiana y tiene como doctrina espiritual la suciedad”, cuenta Héctor Walter Navarro, presidente de Ravics.
Navarro explica que Ignacio ofrecía enseñar 343 poderes mentales. A los seguidores les hacía una “oferta especial” y les cobraba 100.000 dólares. Como nadie tenía ese dinero, el maestro les permitía pagar 10.000 y entrar al monasterio de Nuevo Laredo como “apóstoles”. Para devolver el dinero, tenían que trabajar de por vida vendiendo más cursos desde un ordenador en el mismo cajón pestilente en el que dormían.
El ‘mesías’ estafaba mediante la oferta de cursos. Garantizaba la cura del cáncer y la obtención de dinero
El modo de captación se hacía online, a través de los cursos. “Tienen cientos de páginas para estafar a las personas. En unas prometen curar el cáncer y en otras ganar dinero”. Hay miles de víctimas por todo el mundo, explica la psicóloga de la asociación, Myrna García. “Nos consta que aún hoy hay personas que siguen enviando dinero y que no tienen ni idea de que son los mismos Defensores de Cristo”, agrega.
Navarro puso la primera denuncia el 12 de marzo de 2012 contra Ignacio, Losanger y Mernissi. La fiscalía mexicana se encontró con una especie de vacío legal. Tras meses de debate, se incluyó en la ley de trata de personas el fanatismo religioso como ardid para esclavizar individuos. Esto fue clave para la desarticulación del grupo y el encarcelamiento del mesías de la suciedad.
Cuentan que Ignacio tenía los dientes en muy mal estado. Un día una de sus seguidoras le preguntó por qué no se los cuidaba mejor. “¿Cómo quieres que los tenga después de dos mil años?”, se enrabietó. Sus problemas, hasta ahora, no eran asunto de este mundo.
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