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Acompáñese con una copa de 'bop'

El festival de jazz de Barcelona alienta la tendencia a maridar vino y música

Omar Sosa, rodeado de copas, en el Festival Internacional de Jazz de Barcelona.
Omar Sosa, rodeado de copas, en el Festival Internacional de Jazz de Barcelona.MICHAEL WEINTROB

Algunas bodegas encargan a un artista la etiqueta de ciertas cosechas. Se casan la pintura y la creación de grandes vinos. Sin embargo, en esencia, tal vez la música (más compleja, evocadora y volátil), sea más capaz de transmitir el espíritu de un buen caldo que las artes plásticas. Este es precisamente el experimento imaginado por el 43º Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona y el restaurante y tienda de vinos Monvínic.

El piano de Omar Sosa caracoleaba inspirado por la uva tinta albarello

No era una improvisación sino una escenografía sorprendente y muy elaborada, protagonizada por el pianista cubano Omar Sosa, que vive en Barcelona y toca el piano con unos dedos muy largos, los seis sumilleres de Monvínic -César Cánovas, Isabelle Brunet, Delia García, Antonio Giuliodori, Ramiro Gutiérrez y Miguel Martínez- y la escritora Empar Moliner. Unos seleccionaron los vinos, otro puso la música y la tercera escribió un retrato antropomórfico de cada uno de los caldos: hombres fuertes o soñadores, mujeres esquivas o serenas matronas surgen de cada copa. Antes de cada cata, los vignerons describían el vino que habían traído; hablaban de uvas y de tierra y de todas esas cosas evocadoras de un paisaje. Servida la copa, Sosa se inclinaba sobre el teclado. Fueron ocho suites para ocho vinos en ocho copas.

El piano de Omar Sosa caracoleaba inspirado por la uva tinta albarello

Sosa pasó del minimalismo al modernismo; andaba al trote con el fino de Jerez con un cierto regusto a turba, caracoleaba con el vino de uva tinta albarello que Moliné definió como "una gran dama de piel blanca vestida de negro" y conjuntó texturas sonora cuando llegó el priorato. La responsable de este Mas d'en Gil Clos Fontà; Marta Rovira, explicó como abandonó su trabajo de ingeniera aeronáutica en Hamburgo en la construcción del superjumbo A-380 para volver al negocio familiar.

Esta es la segunda vez que Monvínic realiza esta experiencia, que va camino de convertirse en un clásico, de consolidarse como una lista imprescindible en la que estén las mejores bodegas, y eso es lo que pretende su propietario Sergi Ferrer-Salat, que aspira a que "devenga el momento culminante de cada año, la expresión última de nuestra pasión por difundir la cultura del vino".

Pero esta no ha sido la única experiencia gastronómica que ha traido este año el Festival de Jazz de Barcelona. Su hermanamiento con el Festival de Jazz de Umbría -cuna de buenos vinos y excelentes aceites de oliva- derivó en Il matrimonio del Tartufo, consistente en combinar la trufa blanca de la región italiana con la variante negra de la comarca catalana de Osona. Tema sobre el que el chef de Monvínic, Sergi de Meià, y el italiano Marco Bistarelli, elaboraron un un menú largo y estrecho.

El enólogo y sumiller Josep Roca, aliado de Monvínic en pasadas experiencias sonoras, tiene una línea de trabajo en el que los mundos del vino y de la música se entrelazan. La bodega de El Celler de Can Roca tiene su propia banda sonora a la hora de interpretar los vinos, donde las notas de cata se funden con las notas del violín. Y la armonía que la música puede aportar a viñedos y barricas se experimenta en bodegas de la Toscana, Rioja, o los valles de Napa, Loira y Mosela.

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