Lucía Solla Sobral: “Las relaciones románticas son tóxicas de base”
La escritora debuta con ‘Comerás flores’, una novela sobre el maltrato en la pareja, que se ha convertido en un gran éxito de ventas

Comerás flores no llevaba ni una semana en las librerías cuando su editorial, Libros del Asteroide, anunció una segunda edición. Esta novela, escrita con lirismo, precisión y autenticidad, desmonta los mitos del amor romántico y nos confronta con una verdad incómoda: muchos maltratadores parecen príncipes azules. Una indagación trepidante que se devora de una sentada y que ha seducido a un público ávido de voces femeninas que destripen los derrapes del deseo, las expectativas sociales y la precariedad emocional. Su autora, Lucía Solla Sobral (Marín, 1989), ya está escribiendo una segunda novela.

¿Por qué decidió abrir la novela con el duelo por la muerte del padre de Marina? ¿Le sirvió para trazar un paralelismo con la relación entre Marina y su pareja?
Me costó encontrar el principio. Primero escribí el final y luego las primeras citas entre la protagonista y Jaime, pero sentía que faltaba algo para entender a Marina: sus inseguridades. Yo creía que mi duelo estaba resuelto hasta que empecé a escribir el suyo y descubrí que me quedaba camino. Darle a mi protagonista ese padre era la manera más honesta de comprenderla y también de entenderme a mí. Buscaba un inicio potente: no hay nada más fuerte narrativamente que la pérdida de un padre.
Ha hablado de la “honestidad que incomoda”. ¿Qué papel desempeñó en la construcción de la voz narrativa?
Era clave. No quería escribir “Marina es buenísima y Jaime malísimo”, sino mostrar las aristas: cómo ella descuida a Jimena, la hija de Jaime, o cómo se enfrenta a su amiga Diana. Marina es inteligente, pero toma decisiones cuestionables. Jaime es cruel, pero también el primero que la escucha y la cuida. Esa ambivalencia incomoda porque refleja rasgos que reconocemos en nosotras: sabemos que algo está mal y, aun así, decidimos seguir.
¿Por qué cuesta tanto salir de relaciones tóxicas, incluso detectando señales de maltrato?
Porque depende del momento vital en que nos atrapan. Marina acaba de perder a su padre, tiene un trabajo mal pagado y se siente sola: en otro contexto quizá habría pasado de Jaime. Si alguien cubre una carencia emocional o social, te agarra. Y pesan las expectativas: casarte antes de cierta edad, tener hijos, formar la pareja ideal. Ignoras señales para no perder esa meta. El problema: el otro se aprovecha de tu deseo y de tu vulnerabilidad.
Marina se enamora de un hombre 20 años mayor. Más allá de la diferencia de edad, ¿qué le interesaba explorar sobre las dinámicas de poder?
Donde hay una dinámica de poder no hay una relación sana. Jaime tiene todas las ventajas: de edad, de género, de clase, de dinero, de redes sociales. Y las utiliza. Esa desigualdad se romantiza: si una mujer joven está con un hombre mayor se interpreta como estabilidad; si es al revés, se ridiculiza. Quería mostrar cómo esas ventajas se convierten en mecanismos de control.
En la novela pesan la mirada externa, la aceptación social...
Jaime conquista a la familia: la madre, los hermanos. Y Marina empieza a adelgazar. Socialmente seguimos asociando delgadez con bienestar, aunque ella tiene un TCA. En lugar de ver el síntoma, lo celebran. La sociedad te dice: si estás guapa y tienes pareja estás bien. Ese aval externo refuerza la trampa.
¿Qué papel desempeñan las redes femeninas en su novela y en la vida real?
Son el amor de nuestra vida: amigas, hermanas, madres… Me interesaba aislar a Marina porque es lo que hacen estos hombres: cortar la red de apoyo. Aunque estés sola, esas voces permanecen, y cuando recuperas fuerzas vuelves a ellas. Es fundamental cuidarlas. Sin esas redes es más difícil salir de una relación abusiva.
Compagina la escritura con el trabajo. En entrevistas, ha hablado de escribir cansada, con sobras recalentadas. ¿Podría hablarnos de la dificultad que supone compaginar el trabajo con el oficio de escritora?
Desde fuera parece idílico, pero escribía después de trabajar ocho horas en marketing, atender la casa y la familia. Solo podía hacerlo cansada. Aun así, escribir me hacía feliz. Tenía que robarle tiempo al sueño, anotar ideas medio dormida. Escribir exige aceptar que tu vida no se detiene. Aunque ahora me llamen escritora, sigo compaginando este oficio con otras responsabilidades.
El amor aparece como refugio y trampa. ¿Cómo cree que la escritura nos ayuda a explorar esa ambivalencia?, ¿cómo nos ayuda a denunciar los derrapes del amor romántico?
Las relaciones románticas son tóxicas de base: se espera que tu pareja sea tu prioridad, que vivas con ella, que dejes a tus amigas de lado. Incluso independizarte depende muchas veces de tener pareja, porque pagar un alquiler sola es casi imposible. Hay ensayos sobre el tema, pero necesitamos más novelas, porque alcanzan a más personas y edades.
Su paso por el taller de Marta Jiménez Serrano fue decisivo. ¿Qué supuso para la novela?
Marta no solo me ayudó a mejorar la escritura, sino a creer en mí. Yo hablaba de ir a un taller; ella decía: “Estás escribiendo una novela”. Me animó a pensar en editoriales, sinopsis, a soñar en voz alta. Y tener compañeras leyendo desde la primera escena fue clave: aportan objetividad y ayudan a avanzar.
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