Linda Mirada: “No me dedico a interpretar música de manera profesional, ni siquiera sé si tendría el valor de hacer un concierto tras otro”
Después de un parón de 12 años, Ana Naranjo regresa con su proyecto musical. En su nuevo álbum, ‘Qué largo es el verano’, explora referencias y arma canciones tristes que suenan bonitas

Podríamos decir que no hay secretos alrededor de Linda Mirada. Todo en su música es lo que parece, todo es sencillo: canciones pop que buscan contar una historia sobre una buena melodía. Pero ningún intérprete musical sería tal cosa si no proyectara esa fantasía que convierte a las personas en artistas y separa a los artistas del público. Cuando la responsable del proyecto musical conocido como Linda Mirada cuenta su historia, dichos misterios se atenúan sin llegar a desaparecer nunca por completo. Linda Mirada es el nombre —sacado de un personaje de Barrio Sésamo— que le sirve a Ana Naranjo García (Costa Rica, 1976) para estar sin estar del todo. Ese sería su primer misterio: una artista de música pop que, en lugar de exhibirse, se oculta. De hecho, cuando se sentó al piano para escribir sus primeras canciones, estaba convencida de que no iban a interesar a nadie. “Fue un amigo el que me convenció de que había que grabarlas”, explica Ana durante una videollamada. “Desde el principio contemplé la idea de hacer música como algo donde colaboraría otra gente, amigos, sobre todo. Yo quería ser la voz cantante pero no la protagonista. Por eso busqué un apodo”. Uno de esos amigos era el músico estadounidense Bart Davenport, que la convenció para que se fuera a San Francisco a grabar el que fue el primer álbum de Linda Mirada. Eso sucedió en 2009, y ahora, 15 años más tarde, ha vuelto a suceder. Y de nuevo los amigos han sido un factor clave para que Linda Mirada grabara nuevo disco, después de doce años dedicada a otros menesteres.

El título Qué largo es el verano podría servir también para explicar esas vacaciones artísticas. “El disco lo empecé durante unas vacaciones. Comencé a juntar ideas y bocetos en una carpeta del ordenador. Un día que estaba debatiéndome entre ir a la piscina o quedarme trabajando me di cuenta de que el verano, que suele pasarse volando, a mí me parecía largo porque tenía que hacer el disco. Se me ocurrió ese título y ahí se quedó”. El álbum posee un brillo estival imperecedero, la luminosidad habitual en las canciones de Linda Mirada. Ese podría ser otro de sus misterios: ¿de dónde proviene esa alegría que hace que incluso las historias más tristes suenen bonitas? “La inspiración me viene de cosas muy diferentes. Puedo sacarla de una frase que escucho, de una luz que descubro paseando, de un recuerdo que me viene de repente. Obstáculo viene de una historia muy triste que me contaron: una pareja que se rompía porque él había conocido a otra mujer. Y la que hasta entonces había estado con él decía que se había convertido en un obstáculo para que afrontara ese amor. Estaba en la playa, me metí en el agua y de repente me vino esa historia a la cabeza convertida en canción, con la melodía, con todo”.
La relación de Ana con la música va más allá de su trayectoria intermitente y decididamente discreta como artista —Linda Mirada no actúa en directo y solamente saca discos cuando las canciones que ha escrito la empujan a que lo haga—. Antes de hacer música ya llevaba años trabajando en el flanco independiente de la industria local: estuvo en la última etapa de Nuevos Medios y, desde 2011, forma parte de la distribuidora Music As Usual —hogar español de bandas como Franz Ferdinand, Tracey Thorn, Caribou, Anna Calvi o Calexico—, donde se ocupa del departamento de marketing y comunicación. Esa labor le ha permitido intimar con artistas fascinantes. A Roddy Frame lo sorprendió enseñándole una foto de su juventud que ni él mismo sabía que existiera. A John Grant le enseñó la Gran Vía madrileña y luego se lo llevó a Chicote. Y con Martha Wainwright se emborrachó mientras hablaban de lo humano y lo divino. “Debería haber llevado un diario —se queja— porque mi trabajo me ha dado la oportunidad de conocer a gente que admiraba. Pasé un día entero con Ben Watt [mitad de Everything But The Girl y también solista]. Es un tío muy lindo, muy cariñoso, se abrió mucho y me contó cosas que yo flipaba. Y como con el resto de los artistas, hablé mucho de música con él. El gran privilegio de este trabajo es ese, poder hablar de los procesos creativos, ver como estos se desarrollan en pruebas de sonido antes de los conciertos. Toda esa experiencia ha supuesto un gran aprendizaje”. Y he aquí otro misterio: cómo trabajar en aquello que te gusta y no terminar detestándolo, sino todo lo contrario.

Pero volvamos a los amigos de Ana, que en muchos casos son amistades que nacieron hablando del eterno tema: la música. Con algunos ha trabajado, a otros ha llegado por azar. Algunas de esas amistades la acompañan en el nuevo disco. Ocurrió algo similar cuando hizo los álbumes China es otra cultura (2009) y Con mi tiempo y el progreso (2012). Solo que esta vez había que salvar un parón de más de una década sin grabar nada de nada. “Me di cuenta de que, o empezaba a trabajar ya en nuevas canciones o cada vez iba a darme más y más pereza. Lo que hago como Linda Mirada se puede decir que es una afición, no lo vivo como algo profesional. Tengo un trabajo muy absorbente, y una hija de nueve años, así que al final no me sobra mucho tiempo. Y componer canciones requiere tener concentración para hacerlas. Me había acostumbrado a no poder tener esa dedicación, así que no la echaba de menos. Pero cuando la retomé volví a ser consciente de la satisfacción que me proporciona todo esto”. Los culpables, una vez más, los amigos músicos. Daniel Collás, de Phenomenal Claphand Band, que le dijo que tenía ganas de grabar algo con ella. Dos viejos cómplices suyos, Álvaro Tarik y Sebastián Litmanovich, músicos con historia e historial, le insistían cada tanto. Las videollamadas con el neoyorquino Eugene Tambourine también dieron sus frutos. Y por supuesto, el apoyo de Davenport. “Iba hablando con unos y con otros hasta que me dije: este es el momento”.
Lleva muy a gala unos gustos musicales que se diluyen cuando hace su propia música. “Siempre me muevo en una franja temporal que abarca los sesenta, los setenta, y principios de los ochenta. Al final, todo lo que me gusta está muy mezclado y no creo que al final lo mío suene como si fuese un homenaje a un artista o un estilo determinados”. En los créditos del álbum vienen algunas pistas. Paul McCartney, Stevie Wonder, Chaz Jankel, Fernando Arbex, Joe Jackson, Kool & The Gang... Uno de sus hallazgos más recientes es un músico de los ochenta, Geoffrey Landers, al que compara con Arthur Russell y cuya música acabó inspirándole la canción Morena del apóstol. “Hay que tener referentes constantemente porque es una manera de tener recursos”, apostilla Ana. Y a continuación, insiste en que no se trata de recrear sino de dejarse llevar intentando hacer algo a partir de aquello que te apasiona. De filtrar música del pasado con la ayuda de músicos contemporáneos, situándola en el presente. “Llega un momento en que tu disco duro ya está saturado y es imposible conectar con todo lo que se hace. Pero es importante estar en contacto con lo nuevo, es sano. Conectar con músicas actuales proporciona mucha satisfacción”. Con todo y con eso —ahí va un nuevo misterio—, reconoce que ella es más de investigar el pasado. Le ocurre también con la literatura. Cuando descubre un autor que le gusta, se sumerge por completo en su obra. “A veces me doy auténticas panzadas leyéndome la obra de autores que me encantan. Pienso, “qué poco tiempo y cuánto me queda por descubrir”.
Ray Bradbury y John Fante son de esa clase de autores. En la funda interior de Qué largo es el verano cita obras de ambos a modo de prólogo de dos canciones a las que, de manera indirecta, han contribuido a dar forma. “Borja Torres [de la discográfica Love Monk] me preguntó si tenía un cuaderno de letras para usarlo en el diseño del disco. Eso me hizo pararme a pensar en lo que me había inspirado cada canción y me pareció interesante añadir esas referencias musicales y literarias. Sirven para contextualizar y aportan información acerca de su proceso creativo. Es algo que a mí me encanta ver en los discos que escucho”. Otro misterio más: cómo aportar pistas para intentar desentrañar misterios que, al final, no tienen explicación. Ahora que se aproxima el momento de lanzar y promocionar Qué largo es el verano, reconoce que esta es la parte del proceso que menos le interesa. “No me dedico a interpretar música de manera profesional, ni siquiera sé si tendría el valor de hacer un concierto tras otro. Con los discos anteriores veía publicadas varias entrevistas y ya me daba la sensación de estar sobreexpuesta. Yo hago lo que me da la gana cuando me da la gana. Me encanta hacerlo y también la respuesta que llega una vez se publica. Que no es mucha porque lo mío es algo minoritario, y tampoco es que aspire a más”.
Misterios resueltos. Solamente quedaría saber por qué si los veranos son tan largos terminan haciéndose tan cortos. En el disco de Linda Mirada suena algo bastante parecido a la respuesta a esa pregunta.
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