La símbología del anillo sello, ese que llevan los Windsor, Rosalía y los Soprano
La moda reclama como joya de tendencia un anillo que ha significado tanto a la realeza y aristocracia como a la cultura urbana, los raperos, los asiduos a la Ruta del Bakalao y ahora, las marcas de lujo.
¿Qué tienen en común Carlos de Inglaterra, Rosalía y los Soprano? A simple vista, poco. Pero si fuéramos a trazar un vínculo entre ellos este tendría forma de anillo grueso, plano por arriba, colocado probablemente en el dedo meñique de la mano, quizá adornado con algún rubí o un escudo familiar y con un peso simbólico muy superior al del oro de sus quilates: un anillo sello, una pieza de joyería que hoy no entiende de géneros y que a lo largo de la historia se ha interpretado por culturas tan en las antípodas como lo son la realeza y la nobleza, los capos de la mafia en la década de los cincuenta, la cultura hip hop de los años ochenta, los bakalas de finales de siglo, las niñas de Comunión o las sagas familiares que inspiran vidas como las de la película Saltburn.
Curiosamente, el anillo sello no ha necesitado nunca ser la joya más valiosa o espectacular de un joyero para poseer su mayor simbología: tradicionalmente habla de linaje, de historia, de poder y de herencia, un recordatorio muy visual del privilegio de algunas familias, de antepasados importantes y de ganas de demostrar un estatus. Su orígenes se remontan a Mesopotamia e incluso Plinio el Viejo en su obra maestra Historia Natural reflexionó sobre los usos de este accesorio. Hoy, otra vez, vive un nuevo tiempo y una nueva significación, reconvertido en pieza de moda por parte de marcas como Miu Miu, Margiela y Bottega Veneta, con embajadoras como Rosalía, y reivindicada por la Generación Z como símbolo moderno de autoexpresión. Con el anillo sello está pasando algo parecido a lo que sucedió con las perlas blancas: no hace falta ser Coco Chanel para llevarlas. Tampoco bisnieto de un lord para ponerse un pinky ring.
Una historia de rúbricas
Sus inicios se remontan a Mesopotamia y desde el antiguo Egipto será utilizado por élites religiosas y reales como firma para validar documentos. “El sello en forma de anillo cambiará muy poco desde entonces”, cuenta a S Moda Roger Bastida, historiador del arte especializado en los estilos de vida de los siglos XIX y XX, ya que con el paso de los siglos mantuvo su carácter de herramienta política.
“Es de las pocas joyas masculinas que sobreviven a la Revolución Francesa. En el mundo burgués del XIX cambian la idea y la forma de la masculinidad”, comenta este historiador, y asegura que el sello con el escudo nobiliario es de las pocas joyas que se mantiene en el atuendo masculino, junto al alfiler de corbata, la cadena del reloj o el anillo de casado. “Al ser de las pocas joyas masculinas que sobreviven al paso del XVIII al XIX, muchas subculturas le darán uso. Los elegantes o petimetres, más adelante los dandis. También los nostálgicos de un régimen anterior o los arribistas que quieren ser percibidos de un cierto modo o revestirse de una cierta elegancia. Pero también las minorías sexuales”, añade. Oscar Wilde, allá por 1889, llevaba un grueso sello en el dedo meñique.
Si tuviéramos que situar el anillo sello en algún lugar de la historia ese sería Inglaterra: el rey Juan selló la Carta Magna en 1215 con el suyo, Eduardo II estableció que todos los documentos oficiales deberían firmarse con el sello del rey y durante la época victoriana, los anillos para el meñique se pusieron de moda entre la nobleza británica gracias a los hijos de la reina Victoria, quienes como recordó la revista Town & Country siguieron el ejemplo de los alemanes y comenzaron a apilar sus anillos de boda y de sello en su meñique izquierdo, iniciando una larga tradición real que continúa hasta el día de hoy. El rey Carlos usa el suyo desde la década de 1970: lo llevaba en su compromiso con la princesa Diana en 1981, lo llevó en su boda con la reina Camilla en 2005 y no se lo ha quitado desde entonces. Esta reliquia familiar está grabada con el escudo oficial del Príncipe de Gales, tiene más de 175 años y perteneció anteriormente a su tío, el duque de Windsor. Los príncipes Guillermo y Enrique, e incluso Kate Middleton y Meghan Markle han heredado esta querencia por los sellos dorados.
Al mismo tiempo, el anillo del Pescador es un sello que distingue al obispo de Roma (el Papa) como cabeza visible de la iglesia católica. Este anillo, que forma parte importante de la entronización papal, tiene la imagen de san Pedro pescando en un bote, bordeado por el nombre del papa que ocupa la sede en ese momento en latín. Cada sumo pontífice porta un anillo hecho con los restos del usado por el anterior y graba en el nuevo un sello propio: la cita más antigua de este anillo pertenece a 1265.
Con la llegada del siglo XX el anillo sello vivió un cambio: se convirtió en una joya. Los diseñadores que revolucionarían la moda femenina lo adoptaron: Jean Cocteau, Schiaparelli y Coco Chanel lucían sellos en el meñique, y la conocida joyera Suzanne Belperron lucía uno de cristales y diamantes. Así que firmas como Cartier y Van Cleef & Arpels comenzaron a diseñarlos no ya como una pieza de legado familiar sino como una joya más.
Al mismo tiempo, la tendencia del anillo sello en el meñique cruzó el charco con el 32 presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, pero también en las manos de las estrellas del siglo: en la música, Frank Sinatra, Elvis, James Brown. Fueron las actrices del momento quienes le dieron el visto bueno definitivo para el atuendo femenino: Louise Brooks, Bette Davis, Ingrid Bergman y Mae West lucían este tipo de anillos, también la célebre columnista y editora Diana Vreeland.
El encanto del anillo meñique continuó durante los años cincuenta, sesenta y setenta. Hollywood utilizó su magnetismo para retratar personajes no tan glamourosos. Los mafiosos y capos vestían camisetas de tirantes blancas y tomaban sus decisiones con un signet ring que les identificaba con su causa: el Michael Corleone de Al Pacino en El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) llevaba el suyo, también los personajes de Joe Pesci y Robert De Niro en El Irlandés (Martin Scorsese, 2019). También James Gandolfini llevaría el suyo, con un rubí, como Tony Soprano en Los Soprano (la serie de televisión que se estrenó en 1999). De hecho el anillo sello ha retratado a muchos villanos, casposos y antihéroes de la ficción: Adam Sandler en Diamantes en bruto (Benny Safdie y Joshua Safdie, 2019) , Bob Odenkirk como Saul Goodman en Better Call Saul (el spin-off de Breaking Bad, de 2015).
Un sello es un puente magnífico con nuestra cultura indumentaria más remota.
“Este salto de una clase social a la otra se repetirá en el contexto de la cultura del hip hop de los 80, en los EE UU. Cuando los artistas, normalmente de barrios deprimidos, empiezan a ganar dinero, se lo ponen todo encima. Puede que todavía no tengan dinero como para comprarse una mansión, pero sí pueden optar por el adorno personal, marcar la diferencia, señalarse” y en este contexto, el sello es un símbolo perfecto, analiza Roger Bastida. Efectivamente al otro lado el océano la escena hip hop estadounidense se entregó al exceso del oro y encontró en el anillo sello otra de sus significaciones: lo vemos en el libro Ice Cold: A Hip-Hop Jewelry History (Taschen), que cuenta la historia de las personalidades más importantes del género desde la década de 1980 a través de las joyas y gemas de las que presumieron. Entre las casi 500 fotografías del tomo vemos repetirse una y otra vez, en versión maximalista, el anillo sello en los dedos de importantes raperos como Grandmaster Flash, fotografiado en Nueva York en 1987, Eric B. con su sello con el logo de Mercedes Benz o A$AP Ferg, apilando sellos con distintos motivos en sus dedos, en una imagen de 2017. “La joyería siempre ha sido una gran parte de mi vida, pero evolucionó a medida que mi vida evolucionó”, escribe el rapero.
“El salto puede ser en una dirección y en la otra, ojo: en los 2000 el oro era cosa o bien de señoras mayores, o bien de una cierta realidad cultural asociada al barrio”, recuerda Roger Bastida. Fue así como el anillo sello pasó a una nueva tribu, la de los asiduos a la Ruta del Bakalao, y con ellos, a la escena rave de camino de siglo. “Actualmente, por suerte, el oro amarillo vuelve a estar normalizado. Y lo que antes era barrio, como los aros, como la raya del ojo, ahora es moda. Porque la imagen de la pija con las perlitas y la trenza está desfasada. Y tienes a Rosalía o a Bad Gyal, que han consumido esa cultura del barrio, esa música, esos referentes visuales, llevando aros, sellos, cadenas, oro amarillo”, comenta Bastida. Junto a esta resignificación del oro y del sello, añade un elemento interesante a la hora de convertir este anillo en una pieza de autoexpresión: “Desde hace unos años estamos viviendo una nueva construcción de la masculinidad. Y nos encontramos con que un sello lo puede llevar un señor muy rancio de determinada extracción social, y un chico joven de un origen absolutamente diferente. Ya no hay joyas de hombre o de mujer, ni perfumes de hombre o de mujer, como no los había antes del 1800. Todo el mundo llevaba agua de violetas, hombres y mujeres; todo el mundo llevaba joyas, hombres y mujeres. Un sello, con el motivo que sea, es un puente magnífico con nuestra cultura indumentaria más remota”.
La vuelta del anillo sello a la moda comenzó en 2017, cuando las prescriptoras de moda del momento (Alexa Chung, Veronika Heilbrunner) comenzaron a llevarlo para distinguir su estilo. Hoy es Rosalía, referente de la generación Z, la que luce sellos en sus dedos. La firma definitiva como pieza de moda la ha dado la marca italiana Miu Miu, marcando su logotipo en piezas de oro y plexiglás, pero también firmas tan dispares como Margiela (esmaltados y con detalles de cristal) o la joyería Suárez (con piedras preciosas como el lapislázuli, el ónix o la malaquita) han creado nuevos sellos esta temporada. Algunas marcas que interesan a los zeta también diseñan sellos, como Rebus, Dina Kamal, Mejuri, Vrai o David Yurman.
La diseñadora de vestuario de Saltburn, la comedia negra ambientada en la Inglaterra de mediados de la década de 2000 dirigida por Emerald Fennell en 2023, contó a la revista Vogue británica que abordó la película como si fuera un drama de época y que el sello que lucían sus personajes representaba el hogar y la historia de la familia, pero también la estética de los jóvenes de clase alta de primeros de siglo. Un símbolo de estatus en constante resignificación.
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