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Las chicas son guerreras

¿Princesas dóciles? No, gracias. En un giro inesperadamente feminista, Hollywood reivindica el papel protagonista de heroínas combativas.

Princesa Indomable
Disney / Pixar

Los cuentos de hadas están de moda. Lo certifica Blancanieves y la leyenda del cazador, con 250 millones de euros recaudados, y la apacible damisela convertida en una especie de Juana de Arco, al frente de un ejército de resistentes. No es un caso único.

En agosto se estrena Brave (Indomable), de la factoría Pixar, que adopta por primera vez a una mujer como protagonista. No se trata de un pez huérfano (de madre), ni de una rata chef, ni de un robot con sentimientos, sino de una princesa arquera que se rebela contra un milenario sistema de privilegios. Mientras tanto, Angelina Jolie rueda Maleficent, otra revisión de La bella durmiente, contada desde el punto de vista de la mala.

El éxito de estas cintas tendría que asegurar la permanencia de estas princesas guerreras en la cultura pop, por lo menos durante dos o tres años. El regreso puede resultar inesperado, pero guarda una estrecha relación con el actual contexto preapocalíptico. «No es sorprendente que los cuentos de hadas regresen en tiempos de crisis económica», confirma Maria Tatar, catedrática de Folklore y Mitología en Harvard y colaboradora del semanario The New Yorker. Para Tatar, las fábulas medievales potencian el escapismo ante una actualidad poco placentera y ofrecen puntos de referencia para proyectarse en un futuro algo más agradable. «Los cuentos nos recuerdan que, si usamos nuestro ingenio y coraje, podremos salir del bosque encantado», explica.

Modelos de identificación. Ambientados en una época tan tenebrosa como la Edad Media más tardía, estos cuentos describen un mundo en el que los subyugados se sublevan contra los ricos hasta convertirse en héroes o, mejor dicho, heroínas. Porque las protagonistas son mujeres. ¿Un reflejo inesperadamente feminista en un mundo tan poco dado al asunto como Hollywood? Más bien, una cuidada estrategia de marketing para seducir a todos los segmentos de público posibles. Contar con protagonistas como Kristen Stewart absorbe a un público joven y femenino, mientras que la abundancia de acción y efectos especiales permite que sus compañeros contemplen la posibilidad de acompañarlas sin sentir pavor. Blancanieves se convierte así en un modelo casi unisex.

Los primeros brotes de esta tendencia ya empiezan a detectarse en la costura. En su última colección para Givenchy, Tisci introduce armaduras y joyas dignas de una madrastra maléfica. Y la última línea crucero de Gucci revaloriza el estampado mille-fleurs de los tapices medievales. Incluso Harrods se ha apuntado a la moda, encargando a diseñadores como Valentino, Versace y Elie Saab que recreen los vestidos de las princesas Disney. Sus creaciones llegarán a los escaparates de estos grandes almacenes en Navidad.

«Lo mejor que le ha pasado a Europa es la Ilustración y no los debates en Bruselas», aseguró Lagerfeld en el desfile de Chanel en Versalles, comparando el actual impasse comunitario con los sombríos años medievales y apostando por la evasión colorista como medio de supervivencia, igual que los renacentistas dieron la espalda a la visión fatalista que les había precedido. Siglos más tarde, los prerrafaelitas impulsaron el llamado Artistic Dress Movement, que se convirtió en tendencia en la Inglaterra victoriana. «Consistía en vestir a la manera medieval, en defensa de la artesanía y como reacción a la industrialización. La influencia de lo medieval en moda arranca en ese momento», opina la historiadora de moda Geraldine Biddle-Perry, profesora en Central Saint Martins de Londres.

Desde entonces, cultura pop y moda han emprendido más de un viaje en el tiempo en dirección a la Edad Media. «La última vez que sucedió fue, una vez más, en otro momento de gran crisis social». Tal vez porque la gravedad del contexto obliga a pintarlo casi todo de color negro.

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