Marc Giró: “La única manera de vivir bien es ser de izquierdas, y lo digo como una invitación”
El periodista es conductor del programa televisivo ‘Late Xou’, por el que ha recibido un Premio Ondas. “Como presentador, intento estar atento a las cuestiones feministas, LGTBIQA+ y antirracistas. Pero, cómo no, quiero que también haya cachondeo”, asegura
¿Hay algo más ‘Marc Giró' que quedar con él en el histórico y señorial Real Club de Polo de Barcelona? Es ahí donde nos cita el periodista, historiador de arte y conductor del late show Late Xou, que acaba de ser reconocido con un Premio Ondas al mejor contenido de proximidad. Llegar a la cafetería no es en absoluto sencillo, pues detiene su paso constantemente para dar los buenos días a cada uno de los ahí presentes con ese porte que tendría que ser plasmado en una nueva guía de protocolo y que ha hecho de él el dandi definitivo. Con una estética que remite al pasado y un discurso que catapulta al mañana, los rostros de quienes pasan a su lado se iluminan de forma instantánea al verle mover la mano para saludar como si fuese una celebridad del cine clásico.
“A los 50, la fama se lleva estupendamente y, ante todo, folclóricamente. Soy educado y ni soy tímido, ni vergonzoso, ni antipático. Yo estoy para mi público, y estoy muy agradecido”, dice. Vestido como un lord inglés es capaz de agradar incluso a los más conservadores del país, pese a poseer una lúcida mentalidad progresista constructora de titulares, bofetadas filosóficas y dardos. “Supongo que yo formo parte de una tradición, quizá sin quererlo y sin que por estrato social me tocara, compuesta por referentes como Las Glorias Cabareteras, las vedetes del Paralelo (se refiere al mítico local catalán El Molino), Candela Peña, Yolanda Ramos, los cómics de Nazario y Rosa María Sardá. En definitiva, no soy yo: es la tradición”, asegura mientras da un sorbo a su té cuando le preguntamos cómo es posible que pese a ser amigo de las declaraciones polémicas, cual Dolly Parton, caiga bien a todo el mundo.
Hace unos meses dijo a Noelia Ramírez en una entrevista en EL PAÍS que los que, como usted, habían trabajado en revistas femeninas tenían que pedir perdón a las mujeres ¿En qué momentos se sintió mal trabajando ahí?
Era como si dijera: “Querida compañera, este es el marco en el que nos estamos moviendo. La convención es la de la revista de moda y quizá el lenguaje sea el clásico de este tipo de publicaciones, pero usted y yo sabemos hacia dónde vamos”. Aunque claro, se nos colaba alguna cosita, porque todo ha cambiado mucho y ya no vamos a tolerar según qué contenidos. Sin embargo, es innegable que antes no nos dábamos cuenta de muchas cosas. Ahora estamos en un momento glorioso del pensamiento filosófico gracias al feminismo, a la cuestión LGTBIQA+, a las revoluciones obreras… Soy optimista. Fíjese: estamos en un sitio bien y las mujeres presentes llevan jerséis de punto, pantalones y zapato plano. A las señoras ya nadie les va a colar nada más. Respeto la moda y de hecho, sé que no estoy deprimido porque sigo pensando en que me tengo que vestir.
¿Es posible vestir bien y querer vivir bien siendo de izquierdas?
No hay que entrar en ese debate. La pregunta es si puedes estar con los derechos humanos y vestir bien. La respuesta es que sí. La única manera de vivir bien es ser de izquierdas, y lo digo como una invitación. Ser de izquierdas es atender a la carta de los derechos humanos, apostar por vivir en paz y dejar vivir en paz. Es una reflexión profunda sobre lo que es la libertad, que es puro movimiento, sobre luchar por el bien común y adorar la democracia. Eso es ser de izquierdas.
Intuyo que teniendo un caballo llamado Ion du Fraigneau y yendo siempre hecho un pincel, el chandalismo no va con usted…
En ningún artículo ni en pie de foto he aconsejado jamás cómo ha de vestir la gente. Todo lo que sea una desviación o una cosa rara me encanta, porque a mí el lío me parece fenomenal. Además, ¿cómo no va a imponerse el chandalismo? ¿Acaso no estamos viendo las vidas que tenemos? ¿Cómo vamos a tener que planchar la camisa? La moda demuestra que cada uno ha de vestir como quiera. Te permite investigar acerca de quién quieres ser o cómo quieres que te vean. Me hace gracia cuando dicen que las mujeres no han de vestirse para los hombres, sino para sí mismas: ¡igual un día quieren seducir y plantarse unas buenas transparencias! Iba a decir que no hay que ser estrictos, pero en realidad, los que son estrictos, me encantan: yo veo una monja por la calle, siendo lo más estricto que hay, y me fascina. La moda te permite transgredir sin transgredir en realidad; te permite jugar mientras sigues instalado en el sistema. Yo aún busco la validación de mi padre: sin ir más lejos, si no le gustan las fotos de este reportaje, me hundo. Quiero que me quieran. Yo no soy autónomo; necesito de los demás, pero como todo el mundo, ¿no?
Hablando de querer, ¿qué opina de las relaciones modernas ajenas a etiquetas y compromisos que ahora se llevan tanto?
Me apasionan. Yo ahora ya tengo mi vida estructurada y he logrado un cierto grado de confort, y, por cierto, estoy muy a favor de él. Qué perverso es el capitalismo: te anima a conseguir la comodidad, pero cuando la alcanzas te incita a que salgas de tu zona de confort. ¿En qué quedamos? Si fuera joven y tuviera esa libertad, ese tiempo y esa falta de ataduras, yo sería fluido. Ahora ya ni siquiera soy marica: soy queer con 50 años. ¿La diferencia? Como cuenta [el sociólogo] Miquel Missé en sus libros, la identidad es algo que fluye y cambia. Las etiquetas que servían antes ya no nos valen. De hecho, creo que me siento más travesti y queer que marica… ¡A ver dónde acabo!
¿Le ha sorprendido recibir un Ondas por un formato tan clásico como es un late night?
Para mí el Late Xou ha sido una bendición. Hacer este formato es algo tan clásico como el taller de Chanel y como hacer fuego. Lo dirige mi marido Santi Villas y he descubierto que es mejor director de televisión que esposo. En el mundo del espectáculo, todo ha de ser a lo grande: no hay que tener miedo. Él creía que había que hacer un late night dadas las circunstancias generales. Afortunadamente, se lo compraron.
¿Qué aspecto diferencial tiene el programa para haber triunfado tanto hasta el punto haber dado el salto a España de la mano de RTVE?
Yo tengo un bagaje. Como presentador, intento estar atento a las cuestiones feministas, me aseguro de que haya muchas mujeres entrevistadas y de que haya voces femeninas, me esfuerzo en que la temática LGTBIQA+ esté presente, abogo por el antirracismo y cómo no, quiero que haya también cachondeo.
Candela Peña, Isabel Calderón y Henar Álvarez son sus colaboradoras. ¿Cómo consiguió un elenco tan impecable?
Pidiéndole a Dios que dijeran que sí cuando les hicimos la propuesta. Cuando el colaborador es bueno, tiene que coger toda la luz del plató, hacer sombra al presentador y quedarse con el público, y ellas tres lo hacen. El colaborador tiene que llenarlo todo y hay que ser generoso en lo económico, en lo vanidoso y no tener miedo alguno. Esas señoras tienen que pasarte por encima. Ellas viven el odio que se filtra por las redes sociales y por supuesto el machismo, pero no olvidemos que el machismo no tiene sentido del humor. Quedémonos, sin embargo, con el éxito que tienen, porque creo que hay muchos hombres heterosexuales que quieren mujeres libres, liberadas, que desean y divertidas. Los hay y hay que ponerlos en valor.
A usted le encanta hacer reír, pero sospecho que le gusta aún más incomodar…
Si no molesto a mi padre, por ejemplo, no me quedo tranquilo. Es algo que me pasaba con Andreu Buenafuente: si veía que se reía, sabía que yo estaba haciendo algo mal. No lo parece, pero tengo filtros y en cualquier caso, si me equivoco, puedo rectificar. Inmersos en la cultura de la cancelación, que lógicamente detesto, quiero que haya espacio para escuchar al otro y corregir lo que decimos. Hay que leer el periódico y reflexionar. Lo comprendo: es agotador. Yo antes, cuando estaba en Babia, vivía muchísimo mejor, pero hemos venido a jugar y a agotarnos.
¿Es posible escuchar un audio suyo a doble velocidad?
Solo me han dicho que hablo muy rápido los señores, y es porque, en el fondo, les gustaría decir: “Cállate, maricón”. No voy a hablar lento. Además, no hablo tan rápido: el problema sería si no vocalizara, y Nina, de Operación Triunfo, me dijo una vez que pronuncio muy bien, por lo que se me entiende p-e-r-f-e-c-t-a-m-e-n-t-e.
Hablando de velocidad, ¿es posible relajarse ante semejante percal y clima político?
En las revistas de moda se ha colado mucho la idea del espacio para una misma, que viene a ser una perversión de Una habitación propia, de Virginia Woolf. “Relájate y respira”, dicen… Me da la sensación de que es imposible relajarnos: si estás informada, no estás relajada. Además, yo no quiero estar relajado. Una persona relajada es una persona que no tiene nada que hacer, que está en Babia.
¿Son los hombres heterosexuales un gran misterio para usted, seres incomprensibles e indescifrables?
Nosotros no somos naturales, pero ellos tampoco. La cuestión queer va a tener que abrazar al macho cabrío español. ¡Bienvenidos! A los señores heteros les preguntaría si realmente se sienten todo el tiempo tan hombres. Tiene que ser agotador. “Caballero, ¿me está diciendo que va a dejar de ir a comer palomitas al cine para coger un fusil e ir a matar personas a la guerra? ¡Relájese ya de ser macho!”. Luego hay cosas de la heterosexualidad blanca clásica que me interesan como el esmoquin, el aperitivo con su coñac, esa costumbre de hablar de fútbol todo el rato entre amigos, que me parece algo casi filosófico… ¡Performen eso, señores! Hay cosas de los hombres maravillosas, pero luego no sé qué les pasa: se vuelven locos y te montan un fascismo. ¿Pero cómo me monta usted un fascismo ahora? ¿Acaso no tenía hora en el sastre para hacerse una americana de tweed?
Marc hace la pregunta en el instante preciso en el que el camarero confiesa que por error le sirvió una tila en lugar del té que pidió. “Me di cuenta, pero pensé que me habíais visto alterado, por lo que decidí tomármela”, dice sonriente. Abandona el club despidiéndose de cada socio y empleado con la cabeza bien alta, su sonrisa inalterable y esa cristalina mirada a través de la que ve el mundo desde un prisma tan analítico como desternillante. Suponemos que es la triada de la genialidad, esa que bien sea bañada por tilas o por tés, siempre tiene el pulso acelerado.
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