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Isabelle Huppert: “Hay directores que no saben hablar a los actores. Hay que enseñarles. Eso suelo hacer yo”

Es una adicta al riesgo y un ejemplo de integridad artística, irónica y única. Actriz de culto y nuevo icono de la moda (de la mano de Balenciaga), Isabelle Huppert estrena ‘Necesidades de una viajera’

Isabelle Huppert
Álex Vicente

Para ella, el cine y el teatro son “una droga buena”. Isabelle Huppert (París, 1953) lleva cinco décadas dedicándose a explorar la complejidad de lo humano y adentrándose en sus territorios prohibidos. Lejos de la comodidad, su carrera se ha cimentado en la integridad artística y un gusto casi enfermizo por el riesgo. Su última película, Necesidades de una viajera, la nueva entrega del surcoreano Hong Sang-soo (se estrena en cines el 16 de abril), reafirma su capacidad para sorprender. La película, que recibió el Gran Premio del Jurado en la Berlinale, es el retrato minimalista de una mujer que enseña francés mediante un extrañísimo método de cosecha propia —expresar emociones en lugar de aprender gramática—, en la que es una de sus interpretaciones más lunáticas y alucinadas hasta la fecha.

Su otro nuevo papel es el de imagen de Balenciaga, marca que parece un reflejo perfecto de su personalidad kamikaze y de su capacidad para desafiar las convenciones. De la mano de su exdirector creativo, Demna, la hemos visto luciendo un chándal “de vestir”, con cuellos tubulares dignos de una alienígena o con un vestido inspirado en una creación de su tatarabuela Marthe Bertrand, quien en 1895 fundó la casa de moda Callot Sœurs. Entre un viaje a China y otro a Nueva York, siempre desbordada de compromisos, Huppert nos recibió, cordial y burlona, en un estudio fotográfico en las afueras de San Sebastián durante la última edición del festival de cine de la ciudad. “Dígame, ¿ya ha visto la nueva de Albert Serra? Me muero de ganas”, preguntó al empezar, ávida de una nueva dosis de su droga favorita.

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En los últimos meses, ha dicho varias veces que está preocupada por la supervivencia del cine. ¿Le da miedo que desaparezca?

Es como ver el vaso medio vacío o medio lleno: depende del ánimo con el que te levantes ese día… A veces coincido con lo que decía Jean-Luc Godard, que creía que la muerte del cine se acercaba. Y otros días pienso lo contrario: a pesar de los pronósticos más aciagos, que existen desde hace tiempo, al cine tampoco le va mal.

¿Cree que el cine ha perdido terreno frente a las series de televisión?

No veo series de televisión, o no demasiadas. Aun así, cuando las veo, entiendo muy bien por qué funcionan. Es muy agradable ver series, sean buenas o malas.

Incluso si están bien hechas, ¿le parecen comida rápida?

En cualquier caso, no tienen nada que ver con el cine. Son puro placer inmediato. No implican ningún esfuerzo. En cambio, las buenas películas, a veces, requieren un poco de trabajo del espectador. Siempre te aburres más con una buena película que con una mala. Las malas no aburren porque están hechas para captar la atención, mantener los sentidos alerta. Y también sucede lo contrario: hay películas muy buenas que provocan somnolencia…

Su personaje en Necesidades de una viajera encarna lo que significa ser extranjero en un país desconocido: la soledad, pero también la libertad y la posibilidad de reinventarse. ¿Es un sentimiento que conoce?

Sí, porque he trabajado a menudo con directores de otros países. Aunque en mi caso siempre hay algo familiar, que es el cine. Es decir, que no viajo con la mochila al hombro, sino con la seguridad que me da el cine, que es como una tierra de acogida. Es un terreno que siempre reconozco, sin importar la forma o el lugar.

¿Qué hace cuando está sola en esos lugares?

Es cierto que casi siempre viajo sola, que no es algo habitual entre las actrices como yo. A veces, me meto en situaciones extrañas. En Seúl decidí subir hasta la cima de una colina situada cerca de mi hotel. Fue un paseo increíble, hasta que empezó a oscurecer y me acabé perdiendo. La gente se preguntaba qué hacía allí. Solo había turistas perplejos al verme perdida en la montaña. Me empezaron a hacer muchas preguntas. Pensé: “Qué lástima, esto podría haber sido una escena de película”.

Dice que no viaja con la mochila a cuestas, pero sí que es un poco aventurera.

Sí, algunas veces lo he sido. Rodar con el director filipino Brillante Mendoza fue toda una aventura. Fueron cinco semanas en la selva, viajando en barca, subida a un helicóptero… No creo que vuelva a hacer algo parecido, porque pasé miedo. Su cine aspira a eliminar por completo la ficción. La ficción, al final, siempre es un refugio para el espectador. Incluso en las películas de Michael Haneke o Paul Verhoeven, que son bastante duras, la ficción es algo que te protege. A mí no me disgusta ese peligro, pero no sé si volveré a la jungla. En cualquier caso, volví sana y salva de esa aventura.

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Su madre era profesora de idiomas, ¿verdad?

Sí, antes de que yo naciera fue profesora de inglés…

¿Es la película una especie de homenaje?

No, ni se me pasó por la cabeza. Pero es cierto que la cuestión de los idiomas me interesa… ¿Sabe lo que me fascina? Las parejas que se hablan en una lengua que no es la suya. El otro día conocí a una pareja que venía de dos países distintos y que se comunicaba en inglés, idioma que ninguno de los dos dominaba. ¿Cómo se entienden, cómo se encuentran sin compartir algo tan fundamental como la lengua? Es una de las cosas que cuenta Necesidades de una viajera, aunque plantea un problema universal que va más allá del idioma: ¿qué somos los unos para los otros? Habla de una incomunicación al hecho de hablar, e incluso de ser…

Hace poco le preguntaron cuál de sus películas era la más personal. Respondió: “Todas, porque siempre me he asegurado de que lo sean”. ¿Cómo lo consigue?

El otro día leía una entrevista muy interesante con Francis Ford Coppola. Decía dos cosas que comparto. Primero, que lo desconocido nunca le asusta. Y segundo, que lo importante para un actor no es convertirse en un personaje, sino que el personaje se convierta en la persona.

Esa siempre ha sido su manera de interpretar. Todo lo que sus personajes tienen en común es su rostro, con todo lo que eso comporta.

¿De qué otra manera se puede hacer este trabajo? A menos que hablemos de representaciones muy artificiales. Después de todo, el teatro, y el cine también, juega con la artificialidad. Pero incluso en el artificio se puede y se debe convocar siempre a la persona. No es incompatible.

Como actriz, ¿no cree en las transformaciones físicas?

Sí creo en las transformaciones, pero no necesariamente con prótesis. Espero tener un aspecto muy diferente de una película a otra, pese a que mi cara sea siempre la misma. Para mí, esa transformación tiene algo de alquimia, es un fenómeno misterioso. Uno sigue siendo uno mismo delante de la cámara, pero al mismo tiempo logra convertirse en otro.

Claude Chabrol, con quien rodó siete veces, decía que usted siempre consigue hacerse un hueco propio en las películas ajenas, “incluso en las malas”.

Sí, es una idea que resuena en mí. Tiene que ver con esa idea del personaje que debe convertirse en persona. Si te limitas a imitar a alguien, te quedas atrapada en tu papel. Adueñarse de una película solo se consigue tomando libertades, siempre con la complicidad del director. Le advierto que no daré nombres, pero las pocas veces que me he encontrado con cineastas que me daban una orden que yo consideraba un error fundamental —algo que iba en contra de una interpretación que yo estaba segura de que era la correcta, por el simple motivo de que ese personaje me pertenecía—, lo he percibido como una irrupción intolerable en ese espacio de libertad que construyo en cada película. Es un espacio en el que es imposible que alguien interfiera, porque, de lo contrario, se pierde por completo el placer de actuar. A veces te topas con directores que no saben cómo hablar a los actores. En esos casos, hay que enseñarles. Eso es lo que yo suelo hacer.

¿Y se lo toman bien?

Bueno, deben entender que la dirección de actores no consiste en eso. Hay quienes creen que lo es, pero no es así, en absoluto…

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Presidió el jurado de la pasada Mostra de Venecia, que dio el León de Oro a La habitación de al lado, de Almodóvar.

Es una película maravillosa. Me enteré de que Almodóvar nunca había recibido el primer premio de un gran festival europeo —lo cual no fue un factor determinante, pero sí reforzó mi idea de que este reconocimiento era más que bienvenido—, y también que iba a ser el primer León de Oro otorgado a una película española. Antes hubo un filme de Buñuel, pero era un Buñuel francés…

¿Qué le gustó? ¿Su forma de tratar el final de la vida, su alegato por “una buena muerte”, como dice el personaje de Tilda Swinton en una escena?

Me gusta que sea conmovedora, pero no lacrimógena. Eso es increíblemente potente… En ningún caso es un melodrama. Es una película que a medida que avanza se eleva en su discurso. Y, como suele ocurrir en el cine de Pedro Almodóvar, está llena de grandes ideas de cine: la puerta abierta o cerrada en la casa a la que Tilda ha ido a morir, el regreso de su hija al final…

Hace muchos años, Almodóvar me dijo que, si hiciera una película en francés, le gustaría rodar con usted y con Emmanuelle Devos.

Pues que lo haga. Aún es posible…

¿Ha habido algún contacto entre ustedes?

No realmente, no…

¿Cree que ocurrirá?

Eso espero, pero no tiene mucho sentido decir eso. A menudo me preguntan con quién quiero trabajar. En realidad, hay que formular la pregunta al revés: es más bien quién quiere trabajar conmigo, porque no soy yo la que elijo. Ya veremos.

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Es imagen de Balenciaga desde 2023. ¿Qué lugar ocupa la moda en su vida?

Me gusta mucho la marca y su historia. Visité su museo en Getaria hace tiempo, que me pareció un lugar hermoso. Toda la historia de Balenciaga es fascinante, muy novelesca. En mi caso, fue mi encuentro con Demna el que me convenció. Me gusta llevar su ropa. Más que la moda, me interesan las prendas de ropa. ¿Qué decimos de nosotros mismos a través de ellas? O, al revés, ¿qué escondemos al vestir de determinada manera, cómo nos transformamos a través de la ropa? Eso es lo que me atrae a mí...

Hasta ahora, nunca había sido imagen de ninguna marca.

No de manera tan estable como con Balenciaga. Hay una especie de brutalidad y de insolencia en lo que hace que me resulta fascinante, rabia y crudeza mezcladas con un gran sentido del humor. Y, al mismo tiempo, recupera los códigos de la casa y es respetuoso con su patrimonio. Es interesante ver a esos diseñadores a quienes se les confía la misión de mantener viva una marca y perpetuar su memoria en el imaginario colectivo. ¿Cómo lo hacen? Porque, evidentemente, ya no tiene nada que ver con las creaciones originales de Balenciaga. Y, a la vez, siempre hay algún guiño…

¿Diría que la moda y las redes sociales han cobrado más importancia en su trabajo estos últimos años?

Sí, es un proceso reciente. Empezó en el momento en que empecé a representar a esta marca. Quizás haya cobrado importancia, pero no le ha quitado espacio al cine. Es un lugar adicional, nunca sustitutivo.

Vestido plisado Double Sleeve de crepé técnico AI Croc verde, de BALENCIAGA.

Tengo la sensación de que estos años ha abrazado un lado más ligero y fantasioso, tanto con sus elecciones en el cine como con este papel como embajadora de Balenciaga. Traducen una voluntad de divertirse un poco más.

Sin duda, aunque eso siempre ha estado ahí, incluso en películas más bien duras como Elle, de Paul Verhoeven, o La pianista, de Michael Haneke, siempre hay humor…

¿De verdad lo ve así?

Bueno, tampoco diré que La pianista era una comedia, pero sí pienso que, incluso en los filmes más oscuros, siempre ha habido una distancia irónica. No podría hacerlo de otra manera. De todas formas, para mí usar el humor no es sinónimo de hacer las cosas más ligeras, sino más complejas. La ligereza no siempre simplifica, a veces también enriquece. En cualquier caso, evito que mis personajes respondan al cliché de la burguesa infeliz.

Precisamente, uno de los hilos conductores de su filmografía es un retrato bastante cruel de la burguesía. ¿A qué responde?

No sé si he sido yo la que ha sido cruel, sino algunos de directores con los que he trabajado. He hecho películas que se burlaban de la burguesía, porque ese fue el tema predilecto de Chabrol. Pero sí, es cierto, siempre está esa idea de dar un pequeño paso al lado para observar las cosas desde una posición de cierta distancia. Es una idea que me guía.

¿No ha habido una voluntad deliberada por su parte de atacar a su propia clase social?

Es que, en realidad, mi clase social ya se atacaba ella sola. Fui educada de una manera no sé si crítica, pero no crecí en un entorno convencido de sus propios fundamentos. No creo que mi actitud haya sido un acto de oposición, más bien he reproducido lo que vi en mi casa. Mis padres siempre se distinguieron por una actitud muy irónica. Y déjeme añadir que para mí la ironía siempre es señal de inteligencia.

Le suelen decir que trabaja mucho, a veces como si fuera un reproche.

Sí, a veces suena como un insulto. Nunca sé muy bien qué se esconde detrás de esa frase. Sí, trabajo. No sé si mucho, pero digamos que a menudo…

Me pregunto si trabaja tanto porque, para usted, esto no es realmente un trabajo, sino una manera de vivir.

Sí, claro. No sé dice lo suficiente que este trabajo es un placer extraordinario. Lo que pasa es que puede generar dependencia. Cuando te privan de ese placer y no tienes la oportunidad de experimentarlo todo el rato, porque es imposible rodar 24 horas al día o hacer películas todos los meses del año, sientes una especie de síndrome de abstinencia. Esto tiene algo de adicción. Y esa adicción implica, quizá, una pequeña ineptitud para la realidad, para la vida real. Es cierto que, cuando ruedas, no piensas en nada más, es algo casi mágico. El teatro, en cambio, es diferente…

¿En qué sentido es distinto?

Es mucho más complicado. El cine es casi como darse un paseo. Cuando hago cine, nunca me parece que mi trabajo sea difícil. Nunca me digo: “Esto va a ser complicado, lo voy a sufrir…”. Lo admito, es así. En cambio, el teatro siempre implica un desafío. Hay otra disciplina para empezar respecto al texto.

¿Se impone un número máximo de películas al año?

No, esto no funciona así…

Se lo pregunto porque dice que trabajar se puede volver una adicción...

Sí, pero yo creo que existen las buenas y las malas adicciones. El cine no es una mala droga. Pero también me gusta no hacer nada de vez en cuando… Aunque cuando no ruedo voy mucho al cine, así que tampoco es que no haga nada. No voy cada día, pero podría. Me gusta hacer cine porque también me gusta verlo. Nunca me canso. [Mira la hora en su móvil] Perdone, es que tengo que salir en coche a Biarritz para volver a París…

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Creo que no tiene carné de conducir.

No, es horrible. Tomé muchas clases, pero no me lo saqué. Siempre digo que la humanidad se divide en dos grupos: los que conducen y los que no saben. ¿A cuál pertenece usted?

Al suyo, yo tampoco lo tengo.

Cuando veo a la gente conducir, me digo: ¿cómo lo consiguen? Lo hacen sin pensar, cambian de marcha sin reflexionar. A mí me cuesta coordinar los pies y las manos, así que…

¿Cuál será su próximo proyecto?

Acabo de interpretar a un personaje inspirado en Liliane Bettencourt, heredera de L’Oréal. Ha sido una interpretación distinta, menos naturalista, porque me pareció que no funcionaría. También voy a interpretar a una vampira en una película polaca. Y llevo cuatro años intentando poner en pie la adaptación de un cuento de Alice Munro. No voy a decir cuál, porque no quiero que nos roben la idea. La va a dirigir un joven director estadounidense que hizo una película que no estaba mal, aunque lo genial sea el cuento. Pienso que puede dar lugar a una película maravillosa.

Una última pregunta: ¿qué cree que le queda por hacer?

Qué pregunta tan difícil… No tengo ni idea y me gusta mucho que sea así. No tengo un plan, nunca lo he tenido. Creo que todo esto ha consistido en un salto permanente al vacío. Solo así logras alcanzar lo mejor. ¿Usted qué diría que me queda por hacer?

¿Tal vez un blockbuster estadounidense, una película auténticamente industrial?

No estaría mal, estaría de acuerdo en hacer una. Eso sí que sería un salto al vacío. ¿Qué le parecería si hago una película de Marvel? No estaría mal. Me lo voy a pensar…

Top con cuello redondo BB Garderobe ajustado y pantashoes de punto elástico, Balenciaga Music / gafas de sol Mina Series, pendientes Minnie XL metálicos, vestido con estampado floral efecto vinilo, todo de BALENCIAGA.
Balenciaga Music / gafas de sol Mina Series y abrigo sintético, ambos de BALENCIAGA.

Créditos

Maquillaje y peluquería: Rubén Mármol (Kasteel Artist Management) para L’Oréal Professionnel Paris. 
Producción:  Cristina Serrano. 
Producción local: Kontraluz. 
Asistentes de fotografía: Mathieu Boutang y Andrés Paduano.
Asistente digital:  Narcís Rovira. 
Asistente de estilismo: Diego Serna.     
Estilismo: Beatriz Moreno de la Cova

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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