‘Anora’ y la supuesta apología de la prostitución
La película de Sean Baker ha generado debate en torno a su forma de retratar el trabajo sexual e incluso comparaciones con ‘Pretty Woman’


En Working girls, la película de 1986 dirigida por Lizzie Borden —referente del cine feminista y lésbico de los setenta y ochenta—, Molly cruza Manhattan en bicicleta para trabajar en un piso-burdel de la zona alta de la ciudad. Es una fotógrafa graduada en la universidad que se gana la vida con el sexo. La película gira alrededor de su rutina y la de sus compañeras. Es un trabajo monótono y, sobra decirlo, duro. Al final de la película, Molly regresa a casa con 800 dólares en el bolsillo y sonriendo, otra vez en bicicleta.
Borden cuenta que en aquellos años era frecuente que estudiantes como ella se enrolasen de forma esporádica en algún trabajo sexual. Su cine huía de forma explícita del male gaze, pero también era evidente que ese mundo le fascinaba: entre sus últimos proyectos estaba un guion sobre la vida de una stripper de Los Ángeles escrito junto a Antonia Crane, autora y veterana trabajadora sexual que en los noventa destacó como activista por los derechos laborales dentro de la industria del sexo.
Meses antes de salir por la puerta grande de la historia de los Oscars, cuando Anora logró la Palma de Oro en el último Festival de Cannes gracias al jurado presidido por Greta Gerwig, su director, guionista y montador, Sean Baker, centró sus agradecimientos en las trabajadoras sexuales que llevan años inspirando su cine. Anora, recordemos, es el nombre completo de una de ellas, conocida en su ambiente con el diminutivo de Ani. Desde el mismísimo título, Baker nos recuerda que la antiheroína de su película está relegada a un diminutivo (Ani) que no hace ni de lejos justicia a la valiente mujer (Anora) que lleva dentro. Esto no significa que la película idealice la prostitución. Simplemente no la condena, ni la considera un estigma, solo una forma de supervivencia.
Baker dignifica a las mujeres que trabajan en la industria del sexo pero eso tampoco significa que haga apología de la prostitución. Es verdad que no le interesa el otro lado, el del cliente, porque es ahí donde está el reverso más oscuro, feo y desagradable del asunto y a Baker no le atrae el que paga. En una sociedad en la que todo tiene un precio, el estigma del sexo por dinero solo revela una moral puritana a la que este cineasta planta cara sin dogmatismos.
Las diferencias entre Pretty Woman —la comedia romántica de los noventa con Richard Gere de Pigmalión y Julia Roberts de encantadora prostituta—, y Anora son abismales: la lección que recibe Anora es que los príncipes azules no existen y, si existen, mejor no hacerles caso. Baker deja clarísimo en el final de la película el daño que sufre su personaje, su dolor y su incapacidad para lidiar con el sexo sin la máscara ni los códigos del oficio.
Como en la recién estrenada Cuando cae el otoño, del director francés François Ozon, también sobre prostitutas, pero ya abuelas, no existe ni literalidad ni sobreexplicación, dos cánceres de este tiempo que menoscaban la inteligencia del lector o del espectador.
El cine de Sean Baker humaniza el lumpen con una sensibilidad poco común. Es inevitable pensar que el propio pasado del cineasta, que sufrió una severa adicción a la heroína, tenga mucho que ver con su capacidad para no ponerse jamás por encima de lo que narra. Baker rechaza la sordidez gratuita y no se regodea en el dolor, seguramente porque lo conoce bien. Que los niños de The Florida Project se diviertan y jueguen no es idealizar las vacaciones en un motel de mala muerte. El cine de Baker es profundamente triste y a la vez esperanzador porque retrata realidades muy marginales sin caer en los estereotipos, dándoles a sus personajes una identidad propia tan poderosa que resultan atractivos, ya sea Halley, la madre de The Florida Project, Moonee, su traviesa hija, o la propia Anora, que de alguna manera es esa misma niña salvaje ya crecida.
En ambas historias, Baker nos recuerda que estas chicas marginales son flores entre las vías y merecen una historia. Su sufrimiento nunca es explícito o evidente, aunque sepamos que las fotografías que le hace Moonne a su madre en el baño no son un juego sino el deprimente portfolio que le servirá para prostituirse. Las referencias al arcoíris o a sus sueños de princesas Disney solo ponen en evidencia la condición de white trash de una madre y una niña atrapadas en las cunetas del capitalismo estadounidense. En Anora y en The Florida Project los fuegos artificiales que ven a los lejos los personajes nos recuerdan que el paraíso de Disney, como el de Oz, solo es un remoto espejismo.
En otra secuencia de Anora, vemos a Ani (Mikey Madison) sacar el tupper de comida en el vestuario del local en el que trabaja mientras se queja de los horarios y las condiciones laborales. La idea de trabajo, de trabajo duro y precario, está presente desde el principio de la película. La madre de Moonee se vende para pagar el motel y darle algo parecido a unas vacaciones a su hija. El personaje de Willem Dafoe en The Florida Project, como el del ruso Yuri Borisov en Anora, son testigos atentos, capaces de ver a las personas más allá de su fachada de tatuajes y purpurina. Baker jamás muestra la cara más deprimente de sus personajes, no los humilla ni cae en tópicos vejatorios. A sus ojos, ni Anora ni la pequeña Moonee y su madre son perdedoras. Hasta en las peores circunstancias van con la cabeza alta.
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