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«100 dólares la hora»: cómo se creó el vestido de prostituta de Julia Roberts en ‘Pretty Woman»

Cuando Vivian Ward aborda al millonario Edward Lewis en Hollywood Boulevard, los años noventa se quedaron congelados para siempre con la infartante silueta de ella. Esta es la historia detrás del icónico vestido que impulsó a Julia Roberts al estrellato.

Julia Roberts en 1990 en un fotograma de 'Pretty Woman'.
Julia Roberts en 1990 en un fotograma de 'Pretty Woman'.Cordon Press (©Buena Vista Pictures/courtesy E Everett /Cordon Press)

Es el vestido del “no acepto menos de 100 dólares por hora”. Una prenda tan hipnótica como hipersexual que hechiza al espectador y que retrata la dualidad del personaje: Vivian Ward es una joven lista y soñadora con muy malas cartas en la vida. Enfundada en este diseño compuesto por un pequeño top blanco unido a una microfalda azul por una argolla en el abdomen Julia Roberts creó el mito de Pretty Woman, la mujer que no podía pasar desapercibida.

El vestido fue creado por la diseñadora de vestuario Marilyn Vance, nominada al premio BAFTA por este trabajo en 1990. A la hora de vestir a la adorable y despampanante Vivian, Vance se dio cuenta de que si quería convertir a Julia Roberts en una prostituta convincente necesitaba acentuar su cintura y enfatizar sus caderas, pero también algo más. Lo que Vivian llevara la primera vez que el espectador la viera aparecer en pantalla tenía que reforzar su impresionante físico y al mismo tiempo servir como un escudo tan llamativo que permitiera esconder detrás la verdadera personalidad de esta joven en busca de una oportunidad.

Así fue como Vance recordó el trabajo del diseñador austriaco-americano Rudi Gernreich, conocido como el inventor del tanga y del monokini. Un creador que se hizo famoso en los años setenta y se convirtió en una de las fuerzas más poderosas de la moda estadounidense en la época (y probablemente en el mayor enemigo del recato), que creía en celebrar la desnudez y en liberar los cuerpos de las mujeres. Concretamente, le vino a la cabeza un traje de baño con un anillo metálico en el centro que fue muy popular en aquellos años (y que por cierto otras marcas reiteran en el verano de 2023, desde Zara y Oysho a Alexandra Miro o Cult Gaia). Al crear una versión vestido de aquel sugerente bañador, con una escueta tela elástica en dos bloques de color, Vance consiguió sus objetivos de hipersexualizar a Roberts y también de aportar algo más.

Que Vance eligiera inspirarse en Gernreich para vestir a la prostituta que conquistaría el corazón de América es un detalle con diversas capas de profundidad. Nacido en Austria en 1922, cuando era solo un niño su padre se suicidó. Gernreich creció junto a sus tíos, dueños de una tienda de ropa en Viena, donde pudo aprender el oficio. En 1939, a los 16 años, huyó junto a su madre y su hermano como refugiados judíos a Los Ángeles, en California. A su primer trabajo allí debió sus conocimientos de anatomía: lavaba cuerpos en una morgue para prepararlos para la autopsia. Su objetivo como diseñador siempre fue liberar el cuerpo y romper las limitaciones de la ropa. Quería deshacer los tabúes de la desnudez para celebrar a la persona, pero sin la sexualización que esto suponía. Eliminó el corsé rígido de los trajes de baño y en 1964 llegó a eliminar toda la tela que cubría el pecho, creando el primer traje de baño topless al que llamó «monokini». Aquel diseño fue tan escandaloso en la época que el Papa Pablo VI prohibió que las católicas lo usaran. Las tiendas que apostaron por venderlo se enfrentaron a manifestaciones y amenazas, y según publicó The New York Times, el alcalde de Saint-Tropez declaró que recurriría a helicópteros para patrullar las playas: una joven fue detenida después de intentar bañarse con el diseño. Aún con todo, logró vender 3.000 bañadores, una cifra modesta pero que lo haría famoso a nivel mundial. En el Met Museum de Nueva York conservan una de estas piezas: la paradoja de Gernreich, explican desde el museo, es que la parte inferior del traje en topless es muy conservadora, con amplia cobertura y confeccionada en el mismo material de lana que se había utilizado para ropa de baño victoriana: “como un gesto afín al Arte Conceptual, este traje fusiona una sensibilidad vanguardista con un guiño a la tradición”. En la década de los setenta lo lució su amiga y musa, la modelo Peggy Moffitt. Veinte años después, se lo puso Kate Moss.

Model Rose McWilliams, con un bañador de Rudi Gernreich.
Model Rose McWilliams, con un bañador de Rudi Gernreich.Bettmann (Bettmann Archive)

Como describió Vanity Fair en una ocasión, con sus patrones geométricos y bloques, Gernreich “aportó un poco de Bauhaus, Wiener Werkstätte y Op Art al diseño de moda, junto con la conciencia social: se le considera el padrino de los derechos L.G.B.T.” No tenían miedo de enredarse con grandes temas: de la conciencia corporal, al género, la identidad o la política sexual. En un artículo publicado por SModa en 2016, su legado se presenta así: “Su particular imaginario y las ganas de revolucionar la época pueden entenderse mejor atendiendo a su vida personal: Gernreich era homosexual y fundador de la Matachine Society, una asociación gay clandestina en Estados Unidos que pasaría a la historia como la primera en defender los derechos del colectivo. La moda fue su mejor arma para romper con lo establecido”.

Después, Gernreich crearía el primer sujetador transparente (el llamado “No-Bra”) e incluso el “Pubikini”, que como su nombre aventura dejaba al descubierto el vello público, que proponía teñir en combinación con el color de la tela. Gernreich también fue el inventor del tanga, que presentó en 1974 después de que en Los Ángeles se prohibieran las playas nudistas.

Los bañadores de Gernreich (que falleció en 1985) se siguen comercializando hoy (por unos 125 euros, están disponibles en la página oficial de la marca) y desde su web se enorgullecen de que un siglo después de su nacimiento las piezas de Rudi Gernreich “aún te detienen en seco, aún llaman la atención, aún empapan los ojos. Provocan discretamente, asombran en silencio”. Que una pieza de este experto en comunicar y manifestar ideas sirviera para inspirar la ropa de una prostituta es una reivindicación de Vance por la liberación de la mujer.

Julia Roberts y Laura San Giacomo en ‘Pretty woman’.
Julia Roberts y Laura San Giacomo en ‘Pretty woman’.©Buena Vista Pictures/courtesy E

De hecho, y quizá precisamente por ello, tres décadas después del lanzamiento de Pretty Woman (que 30 años después nos sigue dando lecciones de estilo) este vestido inspirado en un bañador tan cargado de significados sigue considerado una pieza de culto. En 2017 la marca Hunza G lanzó una versión calcada al original, con todos los detalles que lo identifican, del tejido arrugado y elástico a los colores azul y blanco o la argolla plateada central, y que hoy sigue vendiendo (por cierto está rebajado a 164,50 euros en Net-à-Porter). El rediseño fue un capricho personal de la directora creativa de la marca, Georgiana Huddart, a quien siempre le encantó el primer look de Vivian: «El vestido es el epítome de la diversión», dijo en una ocasión a Vogue. “Para muchas mujeres es un elemento realmente nostálgico y te recuerda la primera vez que viste a Julia Roberts como Vivian en Pretty Woman. Es bastante raro encontrar una prenda que sea tan reconocible [habiendo sido] diseñada hace más de 30 años, pero que también funcione en el contexto de la moda actual”. Efectivamente, otras marcas de moda, como Victoria Beckham, Versace o Jacquemus han diseñado en los últimos años vestidos que dejan al aire el abdomen y estrellas como Zendaya o Dua Lipa se han atrevido con la tendencia. Aseguraba Huddart que este vestido no tiene una forma particular de combinarse, que cada mujer se ve totalmente diferente con él y que está destinado a hacerte sentir bien contigo misma y con tu cuerpo, independientemente de tu talla y forma. Según indican en la web, la prenda no se arruga y se tiene que lavar a mano.

Este vestido es el que mejor retrata la situación de Vivian antes de conocer a Edward, probablemente el más icónico de todo el vestuario, y, sin embargo, han sido el marrón de lunares del partido de polo o el rojo de la ópera los que las firmas de moda llevan reinterpretando tres décadas. Probablemente la razón radique en que un vestido elástico tan explícito, tan reconocible y tan cargado de connotaciones haya significado siempre a las mujeres que lo han llevado.

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