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Ya nadie pone morritos en las fotos: dime qué gestos pones y te diré de qué generación eres

Las palabras no son las únicas contenedoras de conocimiento social. Los gestos comunican mucho, también a qué generación pertenecemos

Michelle Rodriguez y Cara Delevingne

Alguien se hace un selfie elevando mucho el brazo. Se hace la foto desde arriba, de forma que los ojos parecen enormes e incluso un poco tristes. Otras veces, forma una uve con los dedos índice y corazón y la coloca enmarcando uno de sus ojos mientras pone morritos como si estuviera lanzando un beso. También suele hacer una mueca torciendo el labio superior en una suerte de rugido ficticio, con mano en forma de garra incluida. En algunas fotos, se pone ojiplática y se lleva los dedos a la boca, simulando sorpresa. Ese alguien probablemente no pertenece a la generación Z, sino que se pasaba horas en Tuenti y Fotolog, veía durante horas la MTV y escuchaba a Lady Gaga, a Paramore, a Kesha o a Rihanna. “Los gestos forman parte de las costumbres, de los usos del momento o de la mentalidad. Pueden servir para analizar una generación o contexto cultural. Algunos prácticamente han desaparecido porque se consideran pertenecientes a otra visión social totalmente distinta a la actual”, explica Isabel Martín Sánchez, profesora de semiótica de la comunicación de masas y coordinadora del grado de periodismo de la Universidad Complutense de Madrid.

Hoy, muchas chicas dejan atrás los besitos en las fotos y buscan conseguir el pout perfecto que, popularizado por celebridades como Lily-Rose Depp, consiste en una especie de puchero con los labios que, en Tiktkok, se percibe como un gesto cool y moderno que derrocha frialdad y genera esa imagen de chica dura que tanto se busca durante la juventud. La famosa duck face que las millenials utilizaban como arma secreta para salir favorecidas en las fotos ha quedado atrás, entre otras cosas, porque las estrellas de las nuevas generaciones ya no las utilizan. Los gestos son también símbolos generacionales y reflejan lo que se consume y a quién se busca parecerse; a qué grupos se desea pertenecer: “Los gestos indican qué hemos vivenciado y con qué hemos crecido. Cuando una persona de cierta edad hace el gesto de sacar una foto, lo hace formando un rectángulo con los dedos de las manos y simulando que aprieta un botón en la parte superior, como si emulara una cámara clásica. Los más jóvenes hacen ver que sostienen un móvil y que con su pulgar tocan el botón de la pantalla”, explica Jordi Reche (@jordi.reche), conferenciante, formador especialista en lenguaje no verbal y autor de Convence sin abrir la boca.

Fortaleciendo vínculos

Se suele hablar de lo mucho que se parecen nuestros gestos a los de nuestros padres. A veces uno, sentado en la mesa, se sorprende con las piernas cruzadas exactamente en la misma posición que su padre, o levantando la ceja de manera idéntica a su madre al hablar. En la forma de gesticular hay, por supuesto, mucho de lo que se percibe de nuestros progenitores en edades tempranas. Es por eso que, en las familias, varias expresiones faciales circulan a través del árbol genealógico. En ocasiones, también ocurre entre amigos: se pasa tanto tiempo con ellos que se terminan asimilando algunas formas de sonreír, de mirar, de utilizar las manos. Por descontado, también se experimenta en las parejas, que a veces parecen la misma persona a la hora de utilizar sus cuerpos. De algún modo, estas imitaciones tienen que ver con el agrado que nos generan los demás y el interés que se tiene en estar vinculado con esas personas, ya que se mimetiza cuando se valida al otro: “Nuestras neuronas espejo se encargan de que hagamos una mimetización inconsciente de gran parte de la comunicación de esa persona. Cuando lo notamos, ya sea porque imitamos o somos imitados, sentimos una conexión enorme con esa persona, un sentimiento de pertenencia al grupo”, comenta Jordi Reche.

Sin embargo, existen otros gestos que nada tienen que ver con las relaciones íntimas, ni con el tiempo que se pasa con otra persona, sino con una cuestión cultural. Hace unos meses, en un episodio de La Resistencia, David Broncano preguntaba a sus invitados si sabían que, en realidad, la nueva forma de hacer con las manos el símbolo del corazón ―cruzando el dedo pulgar e índice, del mismo modo que lo hacen los coreanos―, simulaba en realidad un corazón anatómico que abarca toda la mano. Para los millenials, acostumbrados a curvar ambas manos de perfil y juntarlas formando un corazón gráfico, este gesto se sale totalmente de su imaginario: “Yo pensaba que era un corazón porque las dos puntas de los dedos dibujaban un pequeño corazoncito”, comentaba el presentador. Por otra parte, en las comedias de la década de los dos mil era muy común observar cómo los populares del instituto se referían a personas menos conocidas o carismáticas como loosers, —perdedores—, y formaban una L con el pulgar a modo de insulto. Realizar este gesto ahora sería percibido, probablemente, como algo totalmente desfasado. En resumen, según explica la psicóloga y neurocientífica Mar Ricart (@elsindromedelaimpostora), “las neuronas espejo nos predisponen a imitar, pero es la cultura, la tecnología y nuestro deseo de pertenencia lo que determina qué gestos se replican y cuáles se convierten en símbolos de identidad colectiva”.

@movistarplus

🫰🏻🫀 ¿Sabías esto? Que se abstengan los listillos, que no pasa nada por no saberlo ni por saberlo #laresistencia #davidbroncano #danirovira #ellangui

♬ sonido original - Movistar Plus+

Signos generacionales

La kinesia, que estudia la capacidad de comunicarse mediante gestos u otros movimientos corporales, fue popularizada por el antropólogo estadounidense Ray Birdshistell, quien afirmó que “las palabras no son las únicas contenedoras de conocimiento social”, según se cita en el ensayo The anthropology of language: an introduction to linguistic anthropology. La mimetización es, de hecho, de vital importancia en la comunicación: “Es fundamental no solo como elemento de comunicación, sino también de conexión con un grupo social. Al igual que hay términos y expresiones que se corresponden con una generación, hay gestos que la identifican y permite a sus coetáneos identificarse entre sí”, comenta Isabel Martín Sánchez.

Por tanto, son un signo muy identificativo a la hora de comprender la idiosincrasia de las generaciones. “Los millennials crecieron con un lenguaje corporal más moderado en redes, mientras que la Gen Z ha integrado gestos mucho más expresivos y exagerados, influenciados por el auge de los videos cortos y la cultura del meme”, comenta Mar Ricart. Del mismo modo que los padres utilizan expresiones que sus hijos escuchan con cara de extrañeza, también los gestos pasan a formar parte de los recuerdos y de las vivencias de una persona, convirtiéndose en un modo de expresar ciertas cuestiones intrínsecamente generacionales. Cuando se identifica a otra persona realizando estos gestos conocidos, suele agradar casi inmediatamente porque resulta automáticamente familiar y propio: “Funcionan como un código no verbal compartido, permitiendo que quienes los usan se reconozcan entre sí. Son una forma de marcar la pertenencia a una generación o subcultura, de la misma manera que el lenguaje hablado incorpora expresiones y modismos propios de cada época”, afirma la experta.

Todas las épocas tienen sus propios gestos y, por tanto, quienes las viven adoptan una serie de rasgos que se quedan para siempre con ellos, en su memoria y costumbres. Sin duda, hay movimientos que no se olvidan: el pulgar de Jean Seberg rodeando sus labios en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard) puede convertirse en un hito de la historia del cine; las muecas de Cara Delevingne, en un icono de las redes sociales. Y aunque normalmente muchos de estos gestos mueren para las nuevas generaciones y solo existen en los cuerpos de los otros, hay excepciones que trascienden el tiempo. Al fin y al cabo, plantea Isabel Martín Sánchez, “¿quién no ha levantado alguna vez la mano con dos dedos abiertos con el símbolo de la victoria?”

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