Twiggy: “Al ver a Woody Allen intentando humillarme con sus preguntas, me quedé horrorizada”
La modelo visita Barcelona para presentar en Moritz Feed Dog ‘Twiggy’, el documental en el que Sadie Frost repasa su vida. Pero en su visita a España, la británica no solo quiere bucear en el pasado, sino construir nuevos recuerdos gracias a un viaje exprés para disfrutar al máximo


“No puedes venir a Barcelona y estar aquí tan solo un día”, dice emocionada Twiggy (Londres, 75 años), que ha decidido llegar a la Ciudad Condal un día antes de presentar en Moritz Feed Dog Twiggy, el segundo documental de Sadie Frost, para disfrutar de la ciudad. Cuatro años antes, Frost presentó en el festival Quant, una cinta con la que reivindicó el legado de Mary Quant. La directora se negó entonces a abordar cualquier atisbo de oscuridad de la historia de la diseñadora, y para hablar ahora de la de la supermodelo británica, ha vuelto a recurrir a la luz. “Sadie pensaba que ya había muchos documentales oscuros. Su deseo era hacer algo bueno, conmovedor y divertido. Quería contar una historia emocionante y creo que el motivo por el que está funcionando tan bien en Inglaterra es que cuando la gente ve el documental, termina con una sensación de plenitud”, explica.

Le han ofrecido infinidad de veces hacer un documental sobre su vida. ¿Por qué apostó por Sadie Frost?
Surgió sin haberlo planeado, como me ha pasado siempre con la mayoría de cosas en mi vida. Jamás planeé ser modelo, pero tampoco actuar ni cantar. Tengo un podcast llamado Tea With Twiggy al que Sadie acudió poco después de terminar su documental sobre Mary Quant. En Londres es habitual coincidir en fiestas e inauguraciones y siempre nos habíamos llevado bien, pero no habíamos profundizado demasiado. Ahora somos íntimas. Durante la grabación, le pregunté si iba a hacer otro documental y dijo que le encantaría grabar algo que ocurriera en los sesenta. “¡Tendríamos que hacer un documental sobre tu vida!”, exclamó. Me encantaba la idea de que fuera una mujer la que dirigiera el proyecto, porque esta es una historia eminentemente femenina. Además, creo que, de alguna manera, hemos tenido vidas paralelas. Pensé que me entendería bien y que captaría bien mi forma de pensar. Esa noche, fue a presentar un visionado de Quant y alguien de la BBC le preguntó si planeaba hacer más. Respondió que precisamente acababa de comer con Twiggy. Y así nació todo. Me hizo gracia, porque me dijo: “He pasado de estar desempleada una semana a hacer un nuevo documental”.
Al ver algunas de las entrevistas de archivo, resulta llamativo el sexismo implícito en las preguntas de algunos de los entrevistadores. ¿Era entonces consciente?
Ahora no se saldrían con la suya. Me había olvidado de todo eso y al ver el documental, me he sorprendido. Afortunadamente, los tiempos han cambiado. Cuando me dicen ciertas cosas, y eso queda patente en Twiggy, les digo con la mirada y con mi expresión facial que me dejen en paz. Yo era muy joven. Al ver a Woody Allen intentando humillarme con sus preguntas, me quedé horrorizada. Estaba tan asustada que, sin querer, terminé por hacer que él quedara mal, por ser él mismo el que no sabía siquiera responder a su propia pregunta. Ser una adolescente entonces implicaba ser más joven de lo que es alguien en su adolescencia ahora, porque el mundo exterior estaba menos presente. Ahora tengo nietos y esto me preocupa. En Inglaterra han comenzado a prohibir los teléfonos móviles en los colegios y sé que aquí está comenzando a ocurrir. Creo que es lo correcto. Hay que proteger a los menores.
El documental plasma a la perfección cómo usted nunca se ha vestido para complacer a la mirada masculina.
¡Jamás! Los minivestidos que llevaba los lucía por cuestiones de moda; supongo que tuve algo que ver con que se convirtieran en tendencia. Mi look insignia eran los trajes; en la portada de mi primer álbum llevaba un impresionante traje blanco de hombre. Entonces no podías comprar ese tipo de cosas y por eso fui a Savile Row. Ahí estaba mi amigo, Tommy Nutter, que era un gran sastre de los años sesenta. Me hacía trajes increíbles y creo que ese es mi estilo característico. El look que llevo ahora es de una colección que hice hace años para Marks & Spencer. Ahora estoy buscando con quién volver a diseñar porque es algo que amo; es mi pasión. En casa tengo tres máquinas de coser.

De usted se dice que fue la primera modelo con la que las mujeres podían sentirse identificadas. Sin embargo, hay quien piensa que la moda ha de ser un sueño aspiracional e inalcanzable. ¿Qué opina?
En Inglaterra, antes de que yo llegara, las modelos no eran de clase obrera. Mi padre era carpintero y mi madre, ama de casa: las chicas como yo no se convertían en modelos. Por eso jamás soñé con serlo, porque las modelos provenían de familias aristocráticas o de la clase alta. Tenían imponentes siluetas y eran altas, como Jean Shrimpton. Yo era una tipa desgarbada que tenía unas piernecitas delgadas y unos ojos enormes. En teoría, yo jamás tendría que haber sido modelo, pero pasó.
La exmodelo y actriz Joanna Lumley asegura en el documental que los fotógrafos se comportaban con las modelos como auténticos monstruos. ¿Vivió algo parecido?
Yo tuve mucha suerte y no viví nada similar, supongo que porque cuando pasó todo yo tenía 16 años y mi padre se aseguró de que estuviera siempre acompañada en las sesiones. He trabajado con los grandes y han sido maravillosos. El primero con el que trabajé, Barry Lategan, era un auténtico caballero. He trabajado con nombres como Richard Avedon, Bert Stern y Helmut Newton.

Hablando de comienzos, un momento crucial fue cuando Leonard of Mayfair le cortó el pelo. Señala que le sorprendió que siendo él alguien de clase obrera, como usted, fuera “muy pijo”. ¿Usted también posee cierta brecha entre la persona y el personaje o Twiggy es Twiggy, a secas?
Tuve suerte porque cuando me descubrieron, se puso muy de moda ser de clase trabajadora. Llegaron los Beatles, los Stones y un grupo de artistas y pintores que hicieron que se pusiera de moda serlo y gracias a ello, no tuve que cambiar. ¡Lo que ves es lo que hay!
Sadie Frost dice que usted hizo que las mujeres que se consideraban a sí mismas outsiders descubrieran que estaba bien serlo.
Lo interesante es que si yo hubiera ido a una agencia de modelos antes de que me pasara todo lo que me pasó, jamás me habrían contratado, porque era demasiado bajita. En las agencias tenían una altura mínima para acceder y yo mido 1,68, por lo que no encajaba. Pero 20 años después, llegó Kate Moss, que mide lo mismo, y pasó lo que pasó. ¡Su cuerpecito era como el mío! No era mi intención, pero creo que abrí las puertas a quienes jamás creyeron que podrían ser modelos. Después, empezaron a contratar chicas más bajitas…
… ¡y delgadas!
Creo que eso siempre ha sido así en la industria de la moda. Incluso antes de que yo llegara, ese ha sido un problema recurrente. Yo soy así por naturaleza. Como muchísimo y me encanta cocinar. Cada una ha de encontrar su peso ideal porque cada persona tiene una constitución diferente. Hace una década, la pasarela parecía estar apostando por tallas más grandes, pero se está retrocediendo. No creo que internet esté ayudando.

En la actualidad, pensar que en una sesión de fotos no haya un equipo de maquillaje y de estilismo resulta impensable pero cuando comenzó, tenía que encargarse de ello usted misma.
Si me contrataban, tenía que maquillarme en casa. Me pasaba una hora y media maquillándome, porque ese eye make-up que tan popular se volvió me exigía muchísimo trabajo. Ahora me comentan que las modelos no saben maquillarse, porque llegan a las sesiones y las maquillan.
Al final del documental, le preguntan cuál cree que es su legado. No responde. Intuyo que ahora tampoco lo hará…
No [se ríe].
Quizás sea porque siempre está pensando en lo siguiente que va a hacer y al hablar de “legado”, pudiera parecer que fuera el final…
Me encanta esa idea. Se la voy a tomar prestada.
Sadie se acerca a su marido, Leigh Lawson, para comentarle que está “muerta de hambre”. “Tengo muchísimas ganas de unas buenas tapas”, dice sonriente. Twiggy no solo espera de su paso por Barcelona una memorable experiencia gastronómica (“No quiero nada fancy, sino algo auténtico”, matiza), sino que está emocionada porque por la noche van a acudir a un espectáculo flamenco. “Hace unos 25 años, mi marido grabó en Madrid una serie americana. Cogí un avión para estar con él y nos llevaron a un bar de flamenco. Es una de las cosas más increíbles que he visto en mi vida. Lloramos de emoción. Cuando llegamos ayer, lo primero que preguntamos a los organizadores era si en Barcelona hay cultura de flamenco. Aparentemente, no es tan popular como en Madrid, pero esta noche vamos a un show. Creo que un espectáculo así te cambia la vida. Lo que vi hace 25 años no lo voy a superar nunca”, dice.
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