Un estudio constata que mejorar el estilo de vida puede frenar el desarrollo de diabetes
Una investigación prueba en la vida real que los programas de promoción de hábitos saludables desde el sistema de salud logran indicadores cardiometabólicos más favorables en personas con prediabetes
La diabetes se ha convertido en una amenaza de primer orden en todo el mundo. Por la dimensión del problema y el impacto en la salud que acarrea esta dolencia —es causa de ceguera, insuficiencia renal, infarto e ictus, entre otros—, la comunidad científica mira con preocupación el avance de esta epidemia creciente: las personas con esta enfermedad casi se han cuadruplicado en las últimas tres décadas hasta los 422 millones en 2014, según la Organización Mundial de la Salud, y las previsiones para 2030 es alcanzar los 578 millones de afectados, el 10% de la población adulta mundial. En un contexto en el que el sedentarismo, la mala alimentación y la obesidad, que azuza también el desarrollo de diabetes tipo 2, siguen al alza, los expertos se vuelcan en buscar cómo frenar esta afección, potencialmente prevenible en muchos casos. Un estudio publicado en la revista Nature constata en la vida real el éxito de una herramienta que ya había dado sus frutos en contextos controlados de ensayos clínicos: los programas de salud para mejorar el estilo de vida pueden frenar el desarrollo de la diabetes. La investigación, que evaluó el potencial de una intervención del Sistema Nacional de Salud del Reino Unido, demostró que la promoción de hábitos saludables logra mejorar los indicadores cardiometabólicos en personas con prediabetes.
Los hábitos de vida son, en muchas ocasiones, elementos clave para el desarrollo de una enfermedad: fumar, por ejemplo, eleva el riesgo de sufrir cáncer y el sedentarismo y el sobrepeso precipitan la aparición de problemas cardiovasculares. En estos casos, un cambio en los patrones de comportamiento puede prevenir algunas dolencias, retrasarlas o sortearlas durante un tiempo. La diabetes tipo 2 —la más común, el 95% de los casos son de este tipo— también es una de esas patologías asociada a hábitos poco saludables y un giro comportamental puede evitar que aparezca o ayudar a controlarla. En ensayos clínicos controlados, los programas de cambio de conductas ya han demostrado resultados eficaces para contrarrestar esta patología, pero entre la comunidad científica existía aún “controversia”, admiten los autores del artículo de Nature, sobre si estos resultados podían extrapolarse a la vida real, que es un entorno menos controlado que el de los ensayos y con recursos y apoyos más limitados.
“Nuestro objetivo era establecer la transferibilidad de los programas de cambio de comportamiento a entornos del mundo real investigando si una derivación al Programa de Prevención de la Diabetes de Inglaterra, realizada por un médico en la atención primaria, conduce a mejoras en los factores de riesgo cardiovascular de los pacientes, como la hemoglobina glicosilada (HbA1c), que mide la concentración de azúcar en la sangre durante los últimos dos o tres meses, o el exceso de peso corporal”, explica Pascal Geldsetzer, profesor de la División de Atención Primaria y Salud de la Población de la Universidad de Stanford (California, Estados Unidos) y autor del estudio. Los investigadores analizaron registros médicos electrónicos de más de dos millones de pacientes y encontraron “una evidencia causal de que la derivación al mayor programa de cambio de comportamiento para la prediabetes a nivel mundial condujo a un mejor control glucémico y reducciones en el índice de masa corporal, el peso, el HDL [lipoproteínas de alta densidad, también llamado el colesterol bueno] y los triglicéridos”, exponen en el artículo.
El dispositivo inglés incorpora a personas con prediabetes —esto es, individuos con niveles de glucosa en sangre por encima de la población normal y con más riesgo de terminar desarrollando la enfermedad— para someterlas a un programa de intervención intensivo de cambio de hábitos: durante nueve meses, los pacientes, organizados en grupos de no más de 20 personas, participan en hasta 13 sesiones para mejorar la dieta, aumentar la actividad física y facilitar la pérdida de peso. “Las actividades incluyen una combinación de educación, apoyo grupal, pruebas de conocimientos y actividades interactivas o visuales, y se basan en la teoría del cambio de comportamiento (por ejemplo, establecimiento de objetivos, planificación de la resolución de problemas, autocontrol, adaptación individual y aumento de la autoeficacia) en lugar de en los puntos de referencia de actividad y pérdida de peso por sí solos”, sintetiza el investigador de Stanford.
En ensayos controlados, los efectos de este tipo de intervenciones se mantuvieron en el tiempo. No repuntan los niveles glucémicos en cuanto se deja el programa, apunta Geldsetzer. Y pone como ejemplo un estudio estadounidense en el que se constató que las personas que participaron en un programa de intervención o están tomando metformina —un fármaco para controlar la glucosa en sangre— “continúa previniendo o retrasando la diabetes tipo 2 durante, al menos, 15 años”. El investigador matiza, no obstante, que “esta intervención se llevó a cabo en condiciones altamente controladas con sesiones individuales extensas y no se garantiza que estos efectos puedan transferirse” a la vida real. A propósito de su investigación, Geldsetzer asume: “En este momento, no podemos determinar durante cuánto tiempo se mantendrán estos beneficios y si tendrán efectos posteriores sobre la incidencia de diabetes a nivel poblacional o las complicaciones cardiovasculares adversas. Esto aún debe establecerse en el futuro una vez que el Programa Inglés de Diabetes se haya implementado por un período más largo”.
Promover la prevención
En cualquier caso, los autores del estudio defienden en su artículo que “las inversiones en programas estructurados e intensivos de cambio de comportamiento pueden ayudar a promover la prevención primaria y secundaria de la diabetes tipo 2 y reducir el riesgo de complicaciones de la diabetes y eventos cardiovasculares”. Con todo, Geldsetzer matiza que esta enfermedad es “multifactorial y compleja” y requiere “intervenciones sistémicas”: “Es importante recordar que el estilo de vida de un individuo está determinado por factores ambientales y sociales que pueden hacer que elegir un estilo de vida saludable sea más o menos fácil”.
De hecho, el científico admite que, en este momento, “dada la magnitud de la epidemia de diabetes y el número de personas en riesgo, es poco probable que los enfoques dirigidos únicamente a cambiar el comportamiento individual sean suficientes” para controlar eficazmente la diabetes a nivel poblacional. “Las intervenciones en el estilo de vida son solo una herramienta en la caja de herramientas de prevención, pero nuestro estudio muestra que se necesitan inversiones en los sistemas de salud, por ejemplo, en forma de programas accesibles. La prevención de la diabetes requiere atención urgente y coordinada por parte de los responsables de la formulación de políticas, acompañada de cambios infraestructurales y ambientales, financiación sostenible y una actitud experimental que permita a los investigadores de salud pública desarrollar, implementar y evaluar los ingredientes de intervenciones exitosas en el estilo de vida”, concluye.
En un artículo adjunto, Edward W. Gregg y Naomi Holman, investigadores la Universidad de Medicina y Ciencias de la Salud de Dublín (Irlanda), ponen el valor la importancia de una participación activa en el programa para obtener mejores resultados en salud. “Esta cascada de reducción del riesgo, que fue mayor entre quienes participaron activamente en el programa, refleja el meollo del desafío que enfrentan los enfoques de prevención a nivel individual. El éxito de estas estrategias depende en gran medida de un fuerte compromiso y adherencia al programa, y tal vez de la identificación de personas que responderán bien a la intervención en el estilo de vida en primer lugar. También es un recordatorio de que los enfoques dirigidos al individuo no pueden funcionar solos: se necesita una combinación de enfoques individuales y poblacionales que aborden una amplia variedad de factores de riesgo para cambiar el curso de la epidemia de diabetes tipo 2″, reflexionan.
Antonio Pérez, director de la Unidad de Endocrinología y Nutrición del Hospital Sant Pau de Barcelona, no ha participado en este estudio, pero destaca que los resultados contraponen “la idea general”, dice, de que los pacientes no acostumbran a seguir las recomendaciones, se malgasta el tiempo en estas intervenciones y es mejor poner medicación. “No hay fármaco tan eficaz como estos consejos de estilo de vida. Y si la intervención se hace con cambios en el estilo de vida, no solo mejoran los niveles de glucosa, sino también los lípidos, la presión arterial... La repercusión en salud se multiplica. Merece la pena de dedicar tiempo y energía a programas de este tipo, aunque no es fácil”, admite el médico, que es también presidente de la Sociedad Española de Diabetes. Albert Goday, jefe de sección emérito de Endocrinología en el Hospital del Mar, defiende también que la investigación traslada un concepto “importante”: “Se puede hacer prevención. No hay un determinismo absoluto para desarrollar la diabetes. Si hacen cambios en el estilo de vida, esta progresión disminuye”, zanja el endocrinólogo, que tampoco ha participado en el estudio.
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