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Sol, aire seco y cloro: cómo cuidar la salud de nuestros ojos en verano

Las fechas estivales suponen un reto para el bienestar ocular por agresiones externas de todo tipo que pueden mitigarse con estos consejos

Cuidar los ojos en verano
Dos turistas lucen gafas de sol frente a la romana Fontana di Trevi.REMO CASILLI (REUTERS)

En estas fechas todos pensamos en las vacaciones que ya estamos disfrutando o a punto de disfrutar: viajes, playa, montaña, cambio de residencia… Pero el verano también conlleva una serie de riesgos específicos que pueden afectar a la salud de nuestros ojos y arruinar esos días de descanso si no seguimos unas precauciones elementales.

Nadie duda de que es imprescindible proteger la piel con cremas de filtro adecuado siempre que nos exponemos a la radiación solar. Especialmente en verano, cuando esta suele ser más intensa y dura más horas cada día. Pero no siempre prestamos la misma atención a nuestra vista.

Más que un complemento de moda, las gafas de sol son, sobre todo, una protección para nuestros ojos. Además, con ellas estamos también cuidando la piel que los rodea, la más fina y delicada de todo el cuerpo.

Gafas de sol adecuadas

Así que las gafas de sol no solamente nos tienen que gustar por su estética, sino que también debemos saber cuáles son las tres características más importantes que debemos buscar en ellas:

Los tres factores deben estar siempre convenientemente marcados en las gafas de sol, pero solo si son de calidad. Por eso es importante comprarlas en establecimientos que ofrezcan esa garantía y cuenten con personal especializado capaz de indicarnos el filtro adecuado a nuestras necesidades: los establecimientos sanitarios de óptica.

Además, no se precisa el mismo tipo de protección si vamos a pasear por el campo que para un día de playa o para realizar deportes náuticos. Y, por último, recordemos proteger especialmente los ojos de los niños —más delicados que los de los adultos— no solamente con gorras o viseras, sino también con unas gafas con filtro y tamaño adecuados.

El aire y la sequedad ocular

Para sobrellevar las altas temperaturas del verano buscamos lugares —en casa, en el coche, en el restaurante...— que tengan aire acondicionado o ventiladores. Estos crean unas corrientes de aire fresco que también resecan el ambiente y, por tanto, la superficie de nuestros ojos.

Para ver bien y no sufrir molestias necesitamos que la superficie ocular esté siempre cubierta y humedecida por la lágrima. Una buena recomendación es situarnos lejos o, al menos, no exponernos directamente a las rejillas por donde expulsan esos aparatos el aire frío. Así evitaremos la sensación de incomodidad y arenilla que produce la sequedad ocular y el enrojecimiento de los ojos. Además, esta situación puede ser especialmente molesta si usamos lentes de contacto.

En el exterior, las altas temperaturas del verano —y más aún si el aire es seco— también pueden causarnos esa sensación incómoda. Podemos tratar de aliviarla con las llamadas lágrimas artificiales. Humectantes y lubricantes no se parecen mucho a las lágrimas naturales, pero ayudarán a mitigar la molestia. Sus componentes, como el ácido hialurónico (uno de los más populares), crean una fina capa de humedad que persiste durante un tiempo sobre la superficie del ojo.

Podemos ponérnoslas “a demanda”, pero cuanto más las necesitemos, más importante será elegir productos sin conservantes. Y si usamos lentes de contacto, deberemos asegurarnos de que las lágrimas artificiales sean compatibles con el material del que están hechas dichas lentes, para que no se manchen o coloreen. En cualquier caso, el óptico optometrista o el farmacéutico nos podrán recomendar las más adecuadas en cada caso.

Cloro, sal y los peligros del agua

El agua del mar, los ríos o las piscinas presentan un riesgo importante de irritación o infección en el caso de que entre en los ojos. Por eso debemos protegerlos del cloro o la sal, que producen picor, ardor o enrojecimiento. Y también de los microorganismos que pueden generar peligrosas infecciones como queratitis o conjuntivitis víricas o bacterianas.

La forma de prevenirlo es no meter la cabeza ni abrir los ojos debajo del agua y si lo hacemos, usar gafas de natación o buceo. Estas deben ser convenientemente homologadas para la actividad que se va a realizar y, en el caso de que sea necesario, incluso pueden estar graduadas.

¿Y las lentes de contacto?

Las popularmente llamadas lentillas pueden suponer un riesgo adicional en verano: nunca hay que bañarse con ellas puestas en el río, la piscina o el mar. De hecho, cualquier situación en la que pueda entrar agua en el ojo, como darse una ducha, contraindica su uso.

Las sustancias irritantes (cloro, sal…) y los microorganismos presentes en el agua pueden quedar atrapados en la lente o entre la lente y el ojo, causando una molestia mayor o más duradera e incrementando también el riesgo de infección.

Uno de los patógenos más peligrosos es el protozoo Acanthamoeba, que está frecuentemente en el agua. En el 90 % de casos en que producen infecciones (pocas, afortunadamente), estas afectan personas que usan lentes de contacto, especialmente blandas, sin seguir los consejos de uso e higiene adecuados.

Así que lo mejor es ir a la playa o piscina sin las lentillas, con unas gafas graduadas o no, pero siempre adecuadas, bien para protegernos de los rayos de sol o bien para nadar, si queremos ver bien debajo del agua. Mantener a salvo nuestros delicados ojos siempre debe ser una prioridad, y especialmente en verano.

Sara Bueno Fernández es directora y profesora adjunta del grado en Óptica y Optometría, Universidad CEU San Pablo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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The Conversation

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