Antonio Damasio, neurólogo: “Nuestras emociones pueden guiarnos bien, pero a veces nos hacen descarrilar”
El científico portugués habla sobre los sentimientos, su papel en la aparición de la consciencia y cómo nos unen al resto de seres vivos
Hace 18 siglos, el filósofo Plotino afirmaba que “el ser humano se halla a medio camino entre los dioses y las bestias”, intuyendo que había una senda que unía nuestra naturaleza con la de los animales. Charles Darwin, en El origen del hombre, concretó aquella percepción al expresar sus temores por la irritación que produciría a mucha gente la principal conclusión de su libro, “que el hombre desciende de una forma orgánica de rango inferior”. Antonio Damasio (Lisboa, 79 años) ha ido más allá y afirma que existe un vínculo entre nuestra vida cultural y los primeros microorganismos, que nuestra consciencia no surgió de súbito, sino que forma parte de un camino que nos une con las bestias a través de los sentimientos.
Cosas tan básicas como el hambre, la sed o el dolor están detrás del arte más sublime o de los avances tecnológicos más sofisticados. Dice Damasio que los sentimientos fundamentales nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno y son el primer paso hacia la consciencia que durante milenios fue el rasgo definitorio de la humanidad. Director del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California (USC), sus teorías han inspirado a neurocientíficos e intelectuales y algunos de sus libros, como El error de Descartes, son una referencia en la divulgación de la ciencia y la filosofía. Recientemente, visitó Madrid, invitado por la Fundación Bankinter, para hablar sobre cómo el progresivo conocimiento del cerebro está facilitando la conexión máquina-hombre y los últimos avances de la inteligencia artificial.
Pregunta. Usted hizo la tesis en Lisboa en los años sesenta. Si pudiese viajar al pasado y encontrarse con su versión juvenil, ¿cuáles serían los avances más chocantes de las últimas décadas para ese otro Antonio Damasio?
Respuesta. Hice el doctorado en neurociencia, pero también era neurólogo y practiqué las dos disciplinas. Como neurólogo, le hablaría a aquel joven sobre los grandes avances en la forma de tratar las enfermedades neurológicas. En Lausanne, en Suiza, hay un grupo que ha logrado devolver la capacidad de andar a una persona parapléjica con implantes eléctricos que estimulan su médula espinal. Esa persona puede transmitir la intención de moverse a través de implantes en la corteza cerebral y hacer que sus piernas se muevan. Nadie habría esperado eso cuando yo hacía la tesis y ni siquiera hace 20 años.
Otra cosa que le contaría a aquel chaval es algo que asombra y, también, da un poquito de miedo: la posibilidad de tener implantes en el cerebro que actúen sobre nuestra función cerebral y en la forma en que tomamos decisiones. Hay implantes que pueden ayudar a personas con párkinson con el movimiento, o recuperar la memoria en personas que la están perdiendo por el alzhéimer. El problema es que cada vez que implantas algo en tu cerebro te enfrentas a muchos riesgos, de infecciones, de daños, porque estamos entrando en territorio inexplorado. Esto es como lanzar un cohete a la Luna, no sabes dónde vas a aterrizar. La tecnología tiene mucho potencial para el bien, pero tenemos que pensar bien cómo las aplicamos para no cometer errores.
P. A veces los avances tecnológicos van en direcciones frustrantes: tenemos móviles para ver vídeos de gatitos, pero nada de coches voladores, y quizá desarrollamos implantes para ver esas imágenes sin tocar el móvil, pero no avanzamos en el tratamiento del alzhéimer.
R. El interés económico puede condicionar por dónde van esos avances, porque los humanos hacen muchas cosas pensando en los beneficios. Pero también tiene que ver con que hay cosas que fascinan a la gente más que otras. Curar algo simple como un problema del estómago o de la piel puede ser menos sugerente que lanzar un cohete a la Luna, aunque ayude a mucha gente.
P. Habla de motivaciones, y las motivaciones tienen mucho que ver con los sentimientos, algo de lo que ha investigado y escrito mucho a lo largo de su carrera. Si los sentimientos son una herramienta para adaptarnos a nuestro entorno, ¿es buena idea seguir siempre lo que nos dictan los sentimientos?
R. Hay algunos sentimientos que tenemos que seguir, que son los homeostáticos [la homeostasis es la capacidad del organismo para mantener estable su interior pese a los cambios en el entorno]. Esos están en la raíz de nuestra consciencia. Por ejemplo, el sentimiento de la temperatura corporal. Te está monitorizando todo el tiempo y te indica cómo vestir o que si notas fiebre hay algo que no va bien. Así que la temperatura, el hambre, la sed, el dolor, el malestar... son sentimientos homeostáticos porque nos permiten mantener ese estado de equilibrio.
Esos sentimientos, por lo que he visto en mi investigación, están en la génesis de la consciencia. Pero hay otros sentimientos que no siempre son buenas guías. Los sentimientos de ambición, de inmensa excitación, de envidia, de ira o de tristeza. Eso son sentimientos emocionales y nuestras emociones pueden guiarnos bien, pero a veces nos hacen descarrilar. La emoción de la ambición puede ser muy destructiva y la ira también. Una de las coas que tenemos que gobernar como individuos y como sociedad y como agentes políticos es controlar las cosas terribles que nos pueden llevar a hacer las emociones.
P. Pero si miramos a la educación clásica, en parte, consiste en luchar contra sentimientos como el hambre o la búsqueda del bienestar inmediato para conquistar la libertad. Es un uso de la razón contra los sentimientos para tener beneficios a largo plazo.
R. Los sentimientos homeostáticos son siempre positivos porque te dicen qué hacer en un momento concreto, pero también sugieren un proyecto social o político que te permita superar problemas como el hambre o la sed. En lo inmediato te pueden salvar la vida, pero como motivación para la acción política o social pueden hacer que se lleven a cabo los desarrollos adecuados para que la gente tenga comida y agua. En general creo que son buenos consejeros.
P. En política también parece que las emociones tienen cada vez más peso. ¿Tiene esto que ver con un incremento de la complejidad de la realidad en que vivimos y que nos llega a través de internet? ¿Nos refugiamos en las intuiciones emocionales cuando nos confunde la realidad?
R. No tiene que ver tanto con lo que podemos hacer en términos de controlar las emociones, como de intentar controlar los efectos sociales de nuestro éxito. Internet es un gran desarrollo en nuestras vidas. Cuando yo estaba en la universidad, tenía que ir a una biblioteca para encontrar cualquier cosa, y si quería un artículo de un científico de otro país, a veces tenía que escribir para pedirlo. Pero hoy tengo todo eso en la punta de los dedos. El acceso que tenemos ahora a la información es maravilloso. Por otro lado, internet hizo posible las redes sociales, y ahí entra lo que describes, que es un efecto secundario del brutal desarrollo de las redes sociales, que nos permiten confrontar constantemente las posiciones políticas y en lugar de tener un poco de tiempo para pensar y analizar los hechos, puedes responder inmediatamente.
La tecnología ha traído muchas cosas buenas, pero otras no lo son. Dedicamos muy poco tiempo, por ejemplo, en una imagen. Antes podías dedicar tres minutos y ahora no pasas de 30 segundos, como mucho. Se ha producido una aceleración en nuestra forma de afrontar la realidad que se ha trasladado en gran parte a unos aparatos que se llevan encima. Recuerdo un momento, especialmente después de la covid, paseando por el campus de la Universidad del Sur de California, que es muy bonito, con hermosos edificios, parques, árboles... y veía a todos estos estudiantes absortos en sus teléfonos y chocándose contra mí. Hay días en que es imposible ver a una sola persona sin estas cosas entre las manos. Es increíble que se pueda ir así por la vida.
P. Hay un libro que se llama Divertirse hasta morir, de Neil Postman, de 1985. Habla de cómo la cultura audiovisual y la dependencia de la ciudadanía estadounidense de la televisión está idiotizando a la gente, haciéndoles incapaces de prestar atención a discursos complejos. Se podría cambiar televisión por internet o redes sociales en el libro y los argumentos serían idénticos a los que se utilizan hoy para criticarlas y, sin embargo, no parece que desde 1985 nos hayamos vuelto tontos. El avance científico es mucho más rápido ahora que entonces.
R. Creo que el impacto no es igual para todo el mundo. Hay ciertas personas capaces de sobrevivir en este entorno acelerado y ser creativos pese a las distracciones, pero otros no. Hay gente para la que es desastroso.
P. Cuando usted era estudiante, estaba bastante más clara la separación entre humanos y animales. Solo nosotros éramos conscientes y había menos preocupación por los sentimientos de otros animales. Ahora pensamos que todos formamos parte de un continuo, que en el tema de la consciencia no hay un salto de la nada animal al todo humano.
R. Exacto.
P. ¿Cree que eso nos impone alguna decisión ética al respecto?
R. Creo que es evidente que hay muchos animales que son conscientes del mismo modo que nosotros. Si miras a los mamíferos, los peces o las aves, no tienes que ser demasiado reflexivo o querer mucho a los animales para darte cuenta de que son conscientes de sí mismos, de que se protegen entre ellos y se comportan de una forma muy similar a la nuestra. Son capaces, como nosotros, de sentir dolor, placer, hambre o sed. Y operan de acuerdo a principios de regulación similares. Creo que respecto a esos animales deberíamos tener un comportamiento muy amable. No soy partidario de sobrelegislar, pero quizá con una buena educación nos diésemos cuenta de que no deberíamos torturar a esos animales. Investigar la consciencia debería hacerte tener más presentes a estas criaturas.
P. Pero en estas decisiones éticas y políticas también hay mucha arbitrariedad, que quizá tiene que ver con la parte emocional de decisiones supuestamente racionales. Hay gente que acepta fácilmente ese continuo entre los animales y los humanos y concluye que hay que respetar su vida, pero luego acepta que antes de los tres meses de gestación el aborto es aceptable y después no, cuando también existe una continuidad que se rompe de forma arbitraria.
R. Somos muy listos compartimentando. Acepto que comas perros, pero no te comas a mi perro.
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