Reflexión en la granja
Delegamos en los avances lo que deberíamos solucionar con reflexión y humanismo. Lidiar con las grandes cuestiones mundiales, al fin y al cabo, constituye una buena oportunidad de lidiar con buena parte de nuestros propios problemas personales.
Nuestro sistema alimentario es poco eficiente. Miles de millones de animales viven vidas en condiciones deplorables con el objetivo de alimentarnos con una carne que, para colmo, degrada el medio ambiente.
La proteína animal constituye para muchos una cara necesidad. La base sobre la que se desarrolló la cultura occidental. Para otros es algo más: un grave problema moral que hay que atajar. Y entonces surge una posible solución: la carne de laboratorio, una supuesta forma neutra de seguir consumiéndola. Muchos animales agradecerán la innovación, qué duda cabe.
La tecnología sirve de ayuda pero, una vez más, no nos hace mejores. Más bien al contrario. Lo que nos aporta es la posibilidad de otra vez subcontratar nuestras grandes decisiones, de ahorrarnos el esfuerzo intelectual. De ser cada vez un poco más egoístas en un mundo muy egoísta ya de por sí.
Entropía intelectual (o por qué la tecnología no nos hace mejores)
La tecnología podrá ayudar a resolver el maltrato animal, o a paliar las crisis de refugiados o a afrontar las hambrunas. Es más, imaginemos que una milagrosa aplicación fuera capaz de solucionar la crisis climática. Sería maravilloso, claro está. Pero, a la vez, supondría a la vez un sonado fracaso colectivo: el de no haber sido capaces como humanos de haber hecho el esfuerzo moral de poner fin a un problema. El ser humano como colectivo no habría sido capaz de avanzar moralmente.
Delegamos en los avances lo que deberíamos solucionar con reflexión y humanismo. Lidiar con las grandes cuestiones mundiales, al fin y al cabo, constituye una buena oportunidad de lidiar con buena parte de nuestros propios problemas personales. Y la tecnología ahí no puede ayudar. De nuevo, más bien al contrario.
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