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Mi vida como un robot

No solo se automatiza la información. Y no solo se predicen comportamientos. El fin último de esta individualización es el de automatizarnos a nosotros mismos. Con nuestro permiso.

Guillermo Vega
Poster de la película 'Planeta prohibido' (1956), por Fred M. Wilcox
Poster de la película 'Planeta prohibido' (1956), por Fred M. WilcoxGetty Images

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La vida en común es mejor. Lo dicen las canciones, Meg Ryan en las pelis y los curas en las bodas… La vida en común, sin embargo, resulta cada vez algo más anacrónica. Con la Revolución liberal en el siglo XVIII llegó la individualidad de la persona.

Con el cambio de siglo, la tecnología nos empezó a proporcionar servicios y herramientas que finalmente nos aportaron esa agradable sensación de sentirnos únicos. Su llegada ha ido acompañada de un agotamiento del Estado del Bienestar y un auge del liberalismo que ha potenciado tanto la figura del emprendedor como las sospechas hacia los funcionarios.

Y no se ha producido de forma gratuita, como explica Shoshana Zuboff en The Age of Surveillance Capitalism. Esta ultrasegmentación, alimentada por algoritmos, redes sociales y dispositivos conectados, nos provee de comodidades y servicios que consideramos imprescindibles. Pero también convierte nuestras experiencias en materia prima para unos mercados del comportamiento en los que no solo se automatiza la información, sino que permiten predecir nuestros pasos, los cuales son, según Zuboff, la moneda de cambio con la que se lucran Facebook o Google.

No solo se automatiza la información. Y no solo se predicen comportamientos. El fin último de esta individualización es el de automatizarnos a nosotros mismos. Con nuestro permiso. 

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Sobre la firma

Guillermo Vega
Corresponsal en Canarias y miembro del equipo de edición del diario. Trabajó en la Cadena Ser, Cinco Días y fue jefe de EL PAÍS Retina y de la sección de Tecnología. Licenciado en Ciencias de la Información, diplomado en Traducción e Interpretación y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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