Pornocapitalismo, Neuralink y los zombies
El pornocapitalismo actual ha declarado 'open for business' al Amazonas. Su siguiente objetivo de negocio puede ser nada menos que nuestro cerebro
Si algo hay que agradecer al descaro del autoritarismo populista es poner al descubierto los mecanismos que sostienen nuestro sistema económico, iluminar ciertos procesos que solían permanecer ocultos tras un cuidado entramado ideológico y que por ello se hacían tolerables. Esta deserotización de nuestro modo de relación con el mundo nos permite ver las cosas tal como son, sin filtro ni interpretaciones, una realidad cruda y desnuda, una versión pornográfica del capitalismo, que exhibe sin rubor su carne y sus fluidos.
La quema del Amazonas es una muestra dolorosamente real y metafóricamente iluminadora este fenómeno, no es la primera vez que arde, ni será la última, pero por una vez el proceso subyacente aparece ante nuestros ojos como un acto transparentemente consciente.
El Amazonas es un complejo superorganismo compuesto por tierra y agua, por vegetación infinita y exuberante y por un delicado ecosistema biológico que acoge la mayor variedad de especies por metro cuadrado del planeta, una gigantesca manifestación de vida que por el simple hecho de existir, de respirar, hace posible nuestra existencia y nuestra propia respiración.
Alguien declara un buen día que el Amazonas is open for businesses.
Inmediatamente los grandes fondos norteamericanos y europeos de la mano de los conglomerados de la industria agroalimentaria y la minería, invierten en el desarrollo de la infraestructura que permite la explotación de esos nuevos territorios.
Empujadas por esa inversión, enormes autopistas cortan y penetran la selva, conectando lo más profundo de su interior con puertos y centros de distribución.
En paralelo a la construcción de esa infraestructura se produce un proceso de cuantificación de lo que previamente era analógicamente incalculable. La selva se convierte ahora en un territorio dimensionado, con superficies acotadas y ratios de explotación asignados, un espacio ajustado a la rígida estructura ortogonal de una tabla de Excel.
Pero para que esta transformación de intangible a cifra sea posible, es necesaria una reescritura ontológica radical. Ahí entran los incendios. El incendio es el modo violento de reinterpretación del territorio. La complejidad del sistema natural desaparece para dar paso al lienzo en blanco.
Se trata de una reapropiación del territorio a través de un nuevo lenguaje, por la imposición de un marco conceptual definido por las tecnologías de explotación disponibles y por los intereses del mercado.
Lo real ha de morir para renacer como abstracción transaccional y utilitaria.
El círculo se cierra con la aparición de minas, granjas y enormes superficies dedicadas al cultivo, lo que generará un buen retorno para los accionistas, ocupados ya en la búsqueda, cada vez más difícil, de nuevos espacios vírgenes que conquistar.
Neuralink
El anterior ejemplo del Amazonas parece una buena analogía para examinar cómo los procesos de innovación tecnológica, de la mano de un neoliberalismo desbocado, siguen exactamente la misma lógica, revestida aún del irresistible aura de lo nuevo.
En los últimos meses hemos empezado a oír hablar de Neuralink, un proyecto creado por Elon Musk con la excusa universal de la cura de alguna terrible enfermedad. Neuralink es una innovadora iniciativa que consiste en el desarrollo de un interfaz directo entre nuestro cerebro y un ordenador. Neuralink promete aumentar de mil maneras nuestras capacidades cognitivas y existenciales más allá de los límites de esta biología que tenemos instalada por defecto.
Si observamos el funcionamiento de Neuralink con los mismos ojos que nos permiten leer la transformación del Amazonas, podemos apreciar que todos los componentes de este proceso pornocapitalista están presentes y funcionan de un modo similar.
Nuestro Amazonas personal es nuestro cerebro, una compleja maraña de neuronas chispeantes enlazadas de infinitas maneras, combinadas en forma de sensaciones, de imágenes, pensamientos e ideas, de secretos, de amor y de recuerdos, un órgano que respira conexiones y de cuya simple respiración emerge el ser y la conciencia.
Un buen día alguien declara que el cerebro is open for business.
Los implantes de Musk son las autopistas que se adentran en la selva, la infraestructura tecnológica de colonización con la que penetrar en las profundidades este espacio íntimo e inefable.
La tecnología de Neurolink permite la cuantificación y el procesado de la actividad del cerebro, esto es, traduce las señales de actividad analógica y compleja en información sencilla, binaria, computable y compatible con la última versión de Excel.
Como en el caso del Amazonas, se trata de la imposición de un marco lingüístico que permite encajar en conceptos algo que escapaba a la transcripción.
La digitalización no es una interpretación de lo que existe sino una completa reescritura del ser.
Una transformación que no es ni inocente ni inocua.
Así como la selva es ahora una granja o una mina, un espacio definido de modo utilitarista en base a su capacidad de ser explotado, la conciencia, ahora colonizada y reinterpretada se convierte en un doble digital, una entrada dinámica en una base de datos, un ID asociado a impulsos y comportamientos, que responde a inputs y produce outputs de modo cada vez más predecible.
Este doble digital de la conciencia deja de ser consciente, no es más que un zombie.
De nuevo, lo real ha de morir para renacer como abstracción digital, transaccional y utilitaria.
Esta supuesta transformación transhumana es en realidad un proceso de deformación deshumanizante, su fin no sería tanto el de elevar el ser humano a una nueva trascendencia, sino el de reducir nuestra complejidad para adaptarla a las capacidades existentes de la tecnología y de paso, a los principios de productividad que demanda el sistema económico.
Los zombies
La superficie del Amazonas es perfecta para ser selva, pero no tanto para la explotación agraria, tras unas pocas cosechas, la tierra, una vez capaz de sostener vida, deja de ser productiva y se convierte en desierto.
La conciencia, después del incendio, será un zombie esclavo, dependiente del acceso a la siguiente versión de Neurolink.
¿Qué quedará de nuestro espacio más íntimo después de convertirlo en datos, tras delegar el ser en nuestro zombie, mucho más productivo y aumentado?
¿Será la conciencia necesaria cuando éste se haga cargo de todo?
¿Estará a nuestro servicio, o nos dejaremos llevar hasta convertirnos en un apático desierto a merced de lo que el zombie decida?
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O quizás descubramos que en realidad no somos más que el eco que queda cuando la máquina se apaga, aquello que no es útil, que no sirve y no produce. Que solo vive por vivir, que solo respira, y que al respirar, sin intención, hace que el mundo viva...
... tal y como hace el Amazonas.
Alberto Barreiro es diseñador, artista y profesor, su trabajo consiste en desarrollar estrategias capaces de transformar empresas en agentes de cambio positivo.
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