El patinete eléctrico está empeorando la sostenibilidad de la movilidad
No parece pues descabellado afirmar que la primera oleada de vehículos eléctricos, los VMP, no solamente no mejoran la sostenibilidad de la movilidad urbana, sino que la están empeorando por momentos
Han pasado más de dos décadas desde que emergió el debate de la movilidad urbana sostenible. La ciudadanía, las administraciones públicas, las universidades y determinados foros profesionales hemos venido reflexionando sobre cómo debe ser el nuevo modelo de movilidad, pero sobre todo sobre qué pasos debemos seguir para alcanzarlo. Lo que resulta evidente es que el modelo actual está obsoleto y no puede perpetuarse. A medio plazo, un porcentaje considerable de los desplazamientos en vehículo privado motorizado debe convertirse o bien al transporte público o bien a modos no motorizados.
Los acontecimientos relacionados con el cambio climático son cada vez más notorios, y las evidencias que no se podrá contener el calentamiento promedio de la Tierra por debajo de los 2 grados para finales de siglo XXI no paran de surgir. Esto puede tener un impacto directo tanto en la movilidad de personas como en el transporte de mercancías. Las ciudades no paran de crecer, y los desplazamientos diarios intra e interurbanos son cada día más largos y numerosos. La contaminación por emisiones es un problema recurrente, y el consumo energético y de recursos asociado es simplemente insostenible.
Una de las corrientes de pensamiento más extendidas entre los académicos es la necesidad de decrecer en número de viajes y en distancia recorrida por persona. Esta no es, sin embargo, la alternativa preferida ni de la ciudadanía ni de la industria. Menos movilidad implica menos vida social y menores posibilidades ocupacionales. Pero menos movilidad supone también menos vehículos, lo que a su vez implica menos ventas y una disminución de la actividad económica a medio plazo.
Es en este contexto cuándo han empezado a surgir las primeras alternativas de movilidad urbana autodenominadas sostenibles. Las grandes automovilísticas iniciaron hace años su particular transición hacia el vehículo eléctrico. Éste ofrece similar autonomía y minimiza externalidades como el ruido o las emisiones contaminantes en destino (aunque no tanto en términos globales). La transición del motor de combustión al motor eléctrico permitiría mantener un modelo de movilidad parecido al actual; con lo que se evitaría el cambio modal impuesto, en el mejor de los escenarios, o la reducción forzada de movilidad a la ciudadanía, en el escenario más severo.
Nunca ha quedado claro si dicha transición es por creer en un modelo más sostenible, o simplemente porque las ayudas públicas en I+D así lo han predeterminado. Pero en todo caso, es evidente que nuevos vehículos están llegando al mercado. Coches híbridos y eléctricos son un claro ejemplo al respecto, aunque también lo son los famosos patinetes eléctricos, o Vehículos de Movilidad Personal (VMP) como suelen llamarles.
El caso es que los coches eléctricos muestran una tasa de penetración en el mercado lenta, mientras que los VMP se han convertido rápidamente en la innovación tecnológica que ha causado mayor impacto en la movilidad urbana, especialmente en las grandes urbes. El segundo barómetro del RACC del ciclista urbano en Barcelona indica que el número de personas que se desplazan en VMP se ha multiplicado por cuatro en el último año. Y eso que el ayuntamiento prohibió la proliferación de las plataformas de pago por uso de dichos vehículos. Esta situación contrasta con el caso de Madrid, dónde el ayuntamiento concedió más de 8.000 licencias a una veintena de compañías a principios de año.
La emergencia de estos vehículos, y los modelos de negocio asociados, podrían ser una buena noticia para la movilidad urbana en términos de reducción de emisiones. No obstante quedan todavía algunas dudas por resolver. El mismo barómetro del RACC indica que un 33% de los usuarios de VMP proceden del transporte público, un 28% eran peatones y un 13% de los viajes provienen de la bicicleta. De hecho, únicamente el 10% de los viajes proceden del coche o la moto.
Teniendo en cuenta que dicho modo de transporte puede haber inducido nueva movilidad, las cuentas no salen desde la óptica de la sostenibilidad urbana. La reducción de cuota en vehículos privados motorizados difícilmente compensa la pérdida de viajes en transporte público. Para garantizar la sostenibilidad económica de dicho sistema a largo plazo se requiere de la mayor demanda posible. Aunque la demanda de los VMP es todavía pequeña, la captación de un tercio de sus usuarios provenientes del transporte público es un duro golpe a los esfuerzos de las administraciones públicas para incrementar su cuota modal. Años de esfuerzo podrían verse dinamitados si se mantiene esta dinámica, y se acaban cerrando líneas de autobús por falta de usuarios.
Por otro lado, la motorización de viajes anteriormente hechos a pie y en bicicleta tampoco supone una buena noticia: viajes con un consumo de energía puramente orgánica pasan a requerir de la electricidad. Además, nótese que los VMP compiten directamente por el espacio público urbano de peatones y ciclistas; lo que a su vez puede causar accidentes y/o reducir el uso de la bicicleta por motivos de inseguridad. Este es un aspecto especialmente sensible que debería ser regulado cuanto antes para evitar males mayores.
No parece pues descabellado afirmar que la primera oleada de vehículos eléctricos, los VMP, no solamente no mejoran la sostenibilidad de la movilidad urbana, sino que la están empeorando por momentos. Urge un mayor debate público y, acto seguido, una mayor intervención de las administraciones para evitar los efectos perniciosos de estos nuevos modos de transporte. Todo aquello que no se regule exante puede necesitar de largos procesos políticos y judiciales en el futuro. Ni la sociedad, ni el planeta, nos lo podemos permitir.
Eduard J Alvarez-Palau es profesor de los Estudios de Economía y Empresa y del Màster en Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
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