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Firma invitada

La importancia de llamarse economía colaborativa

El surgimiento de este modelo, basado en internet, ha sido tan rápido que se ha encontrado sin una regulación que satisfaga mínimamente a las diferentes partes implicadas, aseguran estos dos profesores

Getty Images

Si alguien quiere animar la conversación en un grupo, por lo menos hasta la fecha, lo tiene fácil. Puede sacar a relucir el tema de la economía colaborativa. Si los componentes del grupo no saben lo que es, el animador puede explicarlo con los ejemplos más conocidos de este tipo de economía, como Airbnb y Uber, y enseguida surgirán las opiniones. Seguro que entre las mismas estarán aquellos que no entienden por qué se llama colaborativa, ya que, en el caso de las plataformas mencionadas, hay que pagar por los servicios que se reciben. Por el contrario, alguien también podría decir que no es lo mismo que los intercambios económicos tradicionales (en los casos anteriores, alojarse en un hotel o coger un taxi), ya que el proveedor no es un profesional, sino un particular que tiene un recurso ocioso que, de manera informal y asistemática, pone a disposición de otros.

El moderador del grupo podría explicar que además existen los casos de Couchsurfing y de IntercambioDeCasas. En el primero de estos los particulares ofrecen alojamiento en su casa sin exigir una contraprestación económica, o de otro tipo, y en el segundo se promueve el intercambio recíproco de casas entre particulares. Seguro que en estas modalidades la controversia, en cuanto al adjetivo “colaborativa”, disminuye. Si se nombra una plataforma como Peerby, que promueve el préstamo gratuito entre vecinos de objetos que normalmente se usan de forma ocasional, tampoco puede que surjan mayores críticas. Pero, si se añade que recientemente dicha plataforma ha creado la modalidad Peerbygo, en la que el préstamo sí conlleva una contraprestación económica, pero que los ingresos no pueden superar los 250 euros mensuales, ¿qué se opinará?

La cuestión es que antes de internet ya existían todas estas modalidades de intercambio y nadie las calificaba de economía".

Ya, para finalizar la discusión, el moderador podría sacar a colación el caso de BlaBlaCar. Una plataforma en la que, al menos en teoría, aquellos que van a realizar un determinado trayecto por carretera en su vehículo particular lo anuncian para que otros se unan al viaje y así compartir los gastos.

Pues bien, todos los ejemplos citados se incluyen bajo el paraguas de la economía colaborativa. En inglés también se la suele denominar sharing economy (economía del compartir). La cuestión es que antes de internet ya existían todas estas modalidades de intercambio y nadie las calificaba de economía. Podían entenderse como una colaboración o acuerdo entre particulares: “este verano podemos alojarnos en una casa en X durante tres semanas porque Y estará fuera ese tiempo” o “si vamos el fin de semana a X, Y me deja el coche, ya que no lo va a usar”. Han sido internet y la tecnología lo que ha propiciado que estos intercambios, que siempre se han practicado, se hayan multiplicado exponencialmente, alcanzando unos niveles hasta ahora desconocidos y, por lo tanto, haciéndose merecedores de recibir el nombre de economía. La clave es que el surgimiento de esta economía, basada en internet, ha sido tan rápido que se ha encontrado sin una regulación que satisfaga mínimamente a las diferentes partes implicadas.

Aunque las denominaciones economía colaborativa (en castellano) y sharing economy (en inglés) son las predominantes, actualmente se está admitiendo que no todos los intercambios que acoge son iguales. Así, para los intercambios en los que se busca el lucro económico, el Parlamento Europeo recientemente (octubre de 2016) ha resaltado el término “economía de la plataforma”, en contraposición a la colaboración o al compartir. En el caso de los intercambios en los que realmente se pretende compartir, promover un consumo más racional y reducir el impacto en el medioambiente, un informe encargado por la Comisión Europea en julio de 2016 ha propuesto la denominación “economía colaborativa con un propósito social”. Parece lógico que estas dos grandes modalidades requieran de un tratamiento diferente. No obstante, el asunto dista de estar aclarado, ya que la misma Comisión Europea, en su Agenda Europea para la Economía Colaborativa de junio de 2016, mete en el mismo saco a los intercambios basados en una contraprestación económica con los que no la requieren.

Identificar las plataformas con el tipo de intercambio es una forma sencilla de clasificar lo que se está haciendo en esta nueva economía (intercambio comercial versus colaboración) pero no sería correcto. Una persona que ofrece su vivienda en Airbnb los periodos de vacaciones que sale de su casa no es igual que el que se compra una serie de viviendas y las dedica enteramente al alquiler vacacional en la misma plataforma. De hecho, los ingresos logrados y la frecuencia con la que se oferta el bien o servicio son criterios citados por la Comisión Europea a la hora de determinar el rol del proveedor en la economía colaborativa.

La preponderancia de Airbnb y Uber, tanto mediática como medida por la cantidad de proveedores, consumidores y transacciones que se llevan a cabo en dichas plataformas, no debe impedir el desarrollo de otro tipo de iniciativas que constituyen nuevas formas de ofertar servicios y de acceder a los mismos. ¿Cuántas veces hemos recurrido a un conocido, que posee algo especial o que destaca en alguna habilidad para que nos ayude con una tarea para la que la economía tradicional no ofrece lo que realmente necesitamos (por ejemplo, dejarnos una herramienta que no volveremos a usar, poner una lámpara, dar una clase particular de última hora, revisar un texto en otro idioma, hacer de guía en un entorno concreto)? y ¿cuántas veces hemos deseado conocer a ese tipo de personas? La economía colaborativa nos permite superar el obstáculo de las limitaciones personales y poder satisfacer nuestras necesidades de la forma más conveniente. De hecho, el coste y la conveniencia son los motivos más citados por los que usan la economía colaborativa.

Hay que reconocer que no es sencillo encajar en el contexto económico tradicional este nuevo sistema de consumo y, dado los casos, de monetizar activos y/o habilidades disponibles. No obstante, las oportunidades que se abren merecen el esfuerzo de crear un marco institucional que ordene esta nueva economía reconociendo sus especificidades. Si hay que dejar de llamar economía colaborativa (o economía de la compartición, en su acepción inglesa) a aquellas partes de la misma que claramente son una relación comercial, será cuestión de empezar por ahí.

Las oportunidades que se abren merecen el esfuerzo de crear un marco institucional que ordene esta nueva economía reconociendo sus especificidades".

Santiago Melián González y Jacques Bulchand Gidumal son coautores del libro Una guía para entender la economía colaborativa (http://imecolab.com) y profesores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

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