El factor humano prevalece en la salud
La carencia de datos de calidad y una tecnología insegura aún en el diagnóstico condicionan la atención 100% telemática
Antes de que empiecen las jornadas suena la música de Erik Satie (1866-1925) y de improviso un violonchelista-robot toca una pieza del intérprete austriaco Arvo Pärt, especializado en música sacra, titulada Spiegel im Spiegel (Espejo en espejo). La obra está estupendamente interpretada, quizá al final quede un mínimo poso mecánico. Está muy documentada la mejoría de los pacientes que utilizan arte o música en su recuperación. Son los acordes “buenos” de la inteligencia artificial (IA) aplicada a sanar. Sin embargo vive una paradoja entre las expectativas y la realidad. Cualquiera puede imaginar nuevos fármacos, tratamientos, diagnósticos, pero se equivocaría. Es más complejo.
Después de la pandemia uno de los grandes problemas, sobre todo para los jóvenes, ha sido cuidar su salud mental. Casi dos años con sus vidas, esperanzas y amigos convertidos en estatuas de sal. “Nosotros no usamos la IA generativa porque carecemos de marcadores biológicos, seguimos basándonos en la práctica clínica”, apunta Marina Díaz, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM). “Si tuviéramos datos precisos nos ayudarían a hacer un seguimiento a los pacientes o analizar la lingüística; esto es muy importante, porque contribuye a predecir riesgos grandes como los suicidios”. Hay en el mercado un granel de aplicaciones médicas que a veces impulsan más a crear una obsesión que un diagnóstico.
Incluso para quienes llevan trabajando décadas con ellas encuentran aún demasiadas fragilidades. Víctor Maojo es catedrático de inteligencia artificial y director del Grupo de Informática Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid. Es un pionero. Fue profesor invitado y consultor en Georgia Tech e investigador del Programa de Informática Médica de la división Health Science and Technology de Harvard-MIT. En los años noventa ya trabajaba con esta tecnología, entonces más rudimentaria, y sus conclusiones nos sitúan como a Narciso ante la realidad de su imagen reflejada en el estanque. “La ciencia médica es el área más difícil de nuestra vida”, sostiene. “Existen multitud de incertidumbres, los datos tienen muchos errores y sesgos. Y seamos sinceros, los médicos tampoco poseen formación en este campo. Supone correr muchos riesgos”, admite Maojo hoy, cuando tiene más de 220 publicaciones.
Toca hablar ahora de esa palabra de la que se esconde mucha gente: cáncer. Hay más de 200 tipos distintos. Es una enfermedad muy heterogénea. “Respeto a la IA, pero la medicina está basada en una tradición hipocrática que relaciona ciencia y arte”, apostilla Felipe Calvo, codirector del departamento de Oncología Radioterápica y director científico de la Unidad de Protonterapia de la Clínica Universidad de Navarra. “Lo que nosotros hacemos es medicina de precisión, cada persona es única; tiene su propio cáncer”, matiza. La IA conduce a los fármacos y las máquinas, pero eso, defiende el experto, no es hacer medicina. “La inteligencia artificial tiene que entender el cáncer y debe comprender hasta la agonía”, reivindica. Además tampoco forma parte de los planes de estudio. No entra en el examen de Médico Interno Residente (MIR) y lo que no se incluye en el temario nadie lo estudia. “La verdad es que muchas empresas han invertido bastante dinero y quieren un retorno muy rápido”, explica Víctor Maojo. Sobre todo en una sanidad demasiadas veces controlada por fondos de inversión, que entran para salir a los cinco años con las mayores plusvalías posibles. Una opción es utilizar en países subdesarrollados el móvil como consulta a distancia con un especialista. Pero la IA tiene que abrirse a la cultura del uso en esas tierras lejanas y en las de siempre. “Cuando se practica psicoterapia, hablar, el abrazo, el vínculo físico es importante. Y con la inteligencia artificial resulta muy difícil”, apunta Marina Díaz. “Nos podría ayudar a generar vínculos: detectar personas que viven en una soledad no deseada, que es un riesgo e indicador para el suicidio”, admite.
Avances vertiginosos
La tecnología va muy deprisa, el propio Felipe Calvo, se formó con unas “máquinas” que ahora no se admiten por su peligrosidad. El doctor emplea los protones para radiar las zonas tumorales afectadas; producen pocos rechazos y casi carecen de efectos secundarios. “En los tumores son controlables, pero el énfasis radica en los tejidos no controlados. Y también hay que recordar que la biología se agota y el reloj de la vida se detiene”, subraya. A la IA le quedan deberes pendientes. Identificar marcadores biológicos (Marina); mayor volumen y calidad de los datos (Víctor), y precisión en el diagnóstico (Felipe).
Quizá toda esta aventura de vivir se quede falta del toque humano. Quien tenga memoria futbolística —semejante a una colección de cromos de La Liga de Primera División— tal vez recuerde a Zuhaitz Gurrutxaga (Elgoibar, 1980), un defensa que jugó en el primer equipo de la Real Sociedad durante tres temporadas, y que con solo 19 años empezó a destacar. Fue subcampeón de La Liga y llegó a clasificarse para la Champion League. La Real le renovó por tres años. Todo un éxito. A pesar de solo haber jugado un partido completo de 90 minutos. Pero de pronto se dio cuenta de que algo iba mal. Tenía que comprobar cinco veces seguidas si había cerrado el agua o el gas de la casa; entraba en el campo con la pierna derecha sin pisar ninguna línea, y llegó un momento que sentía una enorme repulsión por tocar a otra persona u otro jugador. ¡Un defensa! Empezó a preferir no jugar. Además se sumaban ataques de ansiedad y depresión. Fue diagnosticado con TOC (Trastorno obsesivo-compulsivo), que le lleva desde las manías anteriores a lavarse constantemente las manos. Una vez diagnosticado abandonó el juego. E hizo algo insólito: se transformó en monologuista y actor. Cambió su enfermedad en una manera de reírse de sí mismo y ese calvario que había atravesado. Encontró en la risa una vía de relativizar los problemas del día a día. Como muchos años antes el escritor italiano Umberto Eco (1932-2016) buscó en una abadía del norte de Italia —en su famosa novela El nombre de la rosa (1980)— esa misma expresión: la risa.
El paciente como doctor, el doctor como paciente
“Los pacientes cada vez estaremos más en el centro de la mesa, nos sentaremos con los sanitarios a tomar las decisiones”. ¿Imaginan un mañana así? La revista Nature publicaba hace poco un atlas que recogía las células cancerosas. Este es el mapa y el territorio de Miguel Luengo-Oroz, experto en inteligencia artificial, en su impacto social y en la salud, consejero de Spotlab.ai, investigador de la Fundación Obama y emprendedor de Ashoka. El ejemplo se podría utilizar con infinidad de enfermedades víricas, pero pensemos que el diagnóstico de la malaria exige tradicionalmente analizar bajo un microscopio un frotis de sangre y contar el número de parásitos; una tarea que le lleva a un especialista más de 20 minutos. La idea fue ingeniosa. Crearon un videojuego en el que los participantes analizaban muestras reales de sangre digitalizadas. Con estos datos se entrenan algoritmos en la detección de enfermedades. También han usado la IA para mapear campos de refugiados en Jordania y mejorar la toma de decisiones. Claro que no es perfecto. La inteligencia debe acertar en el 100% de sus resultados. Cualquier otro valor supondría poner en riesgo una vida humana. Pese a todo, “la medicina está lista para la inteligencia artificial”, defiende Luengo-Oroz. Vacunas, eliminación de las listas de espera, creación de nuevos fármacos. Sin embargo, es consciente de que la regulación es un tamiz que aún debe pasar. La ley de privacidad del dato (no hemos enseñado a los algoritmos a olvidar), la ciberseguridad, la normativa de la Unión Europea y comprender que la IA es un dispositivo médico. Porque, incluso en los países más pobres, no falta un teléfono móvil que puede tratar una enfermedad si, claro, al otro lado de la línea hay un galeno.
Ciencia para alargar la vida
Ginés Morata, biólogo y uno de los dos únicos españoles en la Royal Society del Reino Unido y la Academia Nacional de Ciencias de EE UU, cautivó al público del foro Tendencias. Morata abordó temas profundos sobre la mortalidad, recordando que, aunque es inevitable, hoy la ciencia permite postergarla. “Podemos manipular nuestro cuerpo con pastillas o cambios en los hábitos para prolongar la vida”, afirmó. La esperanza de vida, que pasó de 40 años en el siglo XIX a 80 en el XX, alcanzó su máximo conocido en Jeanne Calment, quien vivió 122 años y fumó hasta los 100. Morata destacó el caso de He Jiankui, el científico chino que modificó genéticamente a dos gemelas para hacerlas resistentes al VIH, una intervención que busca protegerlas del virus y transmite estas modificaciones a futuras generaciones. Esta técnica ha puesto la manipulación genética en el centro del debate ético y científico: “No es nuevo, pero la precisión para intervenir el ADN abre enormes posibilidades en medicina y mejora de especies”. Aun así, advirtió sobre los riesgos de la manipulación genética, especialmente en humanos, donde las consecuencias pueden afectar a generaciones futuras. En su opinión, aunque modificar genes para tratar enfermedades hereditarias es positivo, los cambios en la línea germinal sin un consenso ético global son un desafío complejo.
El corazón también importa
Con 2.000 programas emitidos y más de 21.000 personas que han pasado por su set en busca del amor, Carlos Sobera, presentador de First Dates, reveló el secreto del éxito: “Todos nos morimos por un beso, por la compañía. Somos seres sociables y nos identificamos con quienes buscan lo mismo en televisión”. Sobera explicó que el programa actúa como un retrato sociológico que explora las dificultades de encontrar el amor en una era dominada por la virtualidad, donde el contacto cara a cara ha perdido terreno. “En redes es más fácil, pero sin garantías ni confianza. En el programa te presentaban a alguien real, y siempre había humanidad”. Aunque las citas no siempre terminan en romance, el presentador destacó que el programa ofrece algo genuino. “Algo que todos necesitamos: un compañero o compañera de viaje”. La vulnerabilidad en el amor, agregó, es una constante. “A muchos les cuesta decir ‘te quiero’ porque el rechazo es difícil de soportar”. Pero a pesar de las dificultades, Sobera concluyó que el amor sigue siendo ciego y esencial en nuestras vidas.
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