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Una enorme calle para un ‘Escorial’ laico y republicano

Tras varios proyectos fallidos, la Castellana reorientó para siempre el eje de crecimiento de Madrid hacia el norte

Dibujo con la ampliación de una Castellana extendida hasta la futura plaza de Castilla presentado en 1916.
Dibujo con la ampliación de una Castellana extendida hasta la futura plaza de Castilla presentado en 1916.Archivo de la Villa - Biblioteca Virtual 'Memoria de Madrid'
José Manuel Abad Liñán

Ir a la fotogalería 'La enorme avenida que nació de una fuente y una casa de campo'

Si debajo de los adoquines de París estaba la playa, bajo el asfalto de Madrid están el arroyo y el prado. El prado con minúscula, que luego se crecerá y, con su mayúscula inicial, bautizará el paseo madrileño más conocido. Lo peinaba con la raya en medio un arroyo, el del Carcavón o de la Castellana, cuyo flujo —a veces exangüe, a veces torrencial, siempre barroso— quedó domado de orden de Carlos III. Nacía la calle que, alargada a Recoletos, dio origen a La Castellana.

La Castellana es hoy la principal calle de Madrid, pero otra lo fue antes y durante largo tiempo. Los Austrias marcaban, con sus traslados, la manera en que la ciudad se concebía. Durante siglos la ciudad creció de oeste a este, siguiendo la senda que marcaban las mudanzas reales desde el Alcázar, sobre cuyas ruinas se construyó el Palacio de Oriente, hasta el del Buen Retiro, del que sobreviven el Casón y el Salón de Reinos.

Foto anterior a 1863 en la que se aprecia la fuente del cisne (a la altura del actual Rubén Darío) y, al fondo, la fuente de la Castellana (actual glorieta de Emilio Castelar).
Foto anterior a 1863 en la que se aprecia la fuente del cisne (a la altura del actual Rubén Darío) y, al fondo, la fuente de la Castellana (actual glorieta de Emilio Castelar).Archivo de la Villa de Madrid - Biblioteca Virtual 'Memoria de Madrid'

Ese eje es la calle Mayor, protagonista mucho tiempo del callejero: “En su primer tramo, hasta la plaza de la Villa, acogía a los aristócratas que querían estar próximos a la corte; en el segundo, los comerciantes y artesanos: hileras, herreros, cuchilleros; en el tercero, las posesiones de la Iglesia puestas en alquiler”, ilustra Carlos Sambricio, que fue catedrático de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo de la Politécnica de Madrid (UPM). Pero cuando arde el Alcázar una Nochebuena de 1734, los reyes se trasladan al Buen Retiro. Y los aristócratas quieren seguir cerca de la corte. Compran los antiguos conventos, con sus amplias huertas, que cercan el cauce del arroyo y sobre ellos se hacen sus palacios y sus jardines. El Prado se engalana.

El futuro de Madrid empezaba a asomarse a esa zona. Deparará un cambio de aquel eje oeste-este de Mayor por el norte-sur, pero con un origen modesto: una nueva calle que nació discretamente como un paseo hacia una fuente, la de La Castellana, donde mana el arroyo del Prado. Fernando VII manda poner una fuente en ese punto, y otra más abajo, con un cisne. Celebra así el nacimiento de su hija, la futura Isabel II. Qué plácidos eran aquellos sitios, sobre todo si se los compara con el jaleo de tráfico que hoy albergan la glorieta de Emilio Castelar y el paso elevado de Rubén Darío. En su misma ubicación estuvieron aquellas fuentes.

Un tapón del tamaño de un hipódromo

Madrid quiere ver correr a los caballos en un sitio digno. En 1878 se inaugura el hipódromo, en los terrenos que ahora ocupan Nuevos Ministerios. La aristocracia y la alta burguesía se hacen ver y quieren ser vistos en un edificio que actúa como enorme tapón urbanístico y compromete la prolongación del Ensanche y La Castellana. Mucho más arriba, un hotel apodado “del Negro”, en terrenos del municipio de Chamartín de la Rosa, marca el lugar de la futura plaza de Castilla . Y entre el hipódromo y el hotel, huertas y descampados, salpicados acaso por alguna villa, como la Ulpiana, en los mismos terrenos del Santiago Bernabéu.

Así era, a grandes rasgos, el solar de la Castellana cuando llega el siglo XX. El Madrid que aspira a ser metrópoli busca maneras de crecer hacia el norte, dando la espalda a ese sur que arranca en Atocha, con su indeseable hospital de infecciosos, las cárceles, los cementerios, un río en tal mal estado que de él solo cabe avergonzarse...

“El Hipódromo suponía un problema ya en 1910. Es del Estado y para aceptar que se derribe, el Ayuntamiento se compromete a construirlo en otro lado, pero que pertenecía al municipio del Pardo”, comenta Pedro Ismael Jiménez Arias, jefe de división de Investigación del Archivo de la Villa. En ese contexto, un ingeniero, Pedro Núñez Granés, que había planteado una reforma para ordenar el extrarradio de Madrid, recoge el guante del Ayuntamiento y considera “imperiosa” la extensión al norte de la Castellana. La imagina con tres kilómetros, hasta alcanzar el hotel del Negro, bien amplia para el “rápido desarrollo de nuestra metrópoli” en condiciones de “higiene, amplitud y belleza”. Cuatro plazas amenizarán el duro trayecto rectilíneo; la primera de ellas una inmensa y monumental dedicada a Alfonso XIII.

Núñez Granés piensa en su uso: plantea la calle con una zona de jardines, una acera, un paso para carruajes y tranvías. “Su proyecto acierta en dividir los 100 metros de sección de la vía en esas bandas funcionales”, valora Patxi J. Lamíquiz, profesor del Departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la UPM. La avenida será más amplia y más recta que la principal vía que conecta el centro con el norte, la casi paralela Mala de Francia, como se llamó en el siglo XIX Bravo Murillo, que se interna en ese Madrid informal del Tetuán de las Victorias y en el término municipal de Chamartín de la Rosa. En 1922, el proyecto de 1916 se refunde en otro, que plantea construir una plaza dedicada a América en el lugar del hipódromo.

Las ideas de Núñez Granés se quedan en el cajón. “Plantea un Madrid de 25 kilómetros de diámetro, pero no lo prioriza ni lo razona”, apunta Sambricio. “Concibe un proyecto solo público, sin la colaboración financiera e inmobiliaria privada, y eso le resta posibilidades; además, el capital entonces se centra en la Gran Vía y el Ensanche”, abunda en la idea Lamíquiz.

El futuro de Madrid, en alemán. En este croquis presentado en 1929, el arquitecto Hermann Jansen plantea su visión, conjunta con Secundino Zuazo.
El futuro de Madrid, en alemán. En este croquis presentado en 1929, el arquitecto Hermann Jansen plantea su visión, conjunta con Secundino Zuazo.Cortesía de Carlos Sambricio

Madrid es una enorme plataforma inclinada hacia el Manzanares. “Entre el río y la plaza de Castilla hay unos 120 metros de desnivel, el equivalente a un rascacielos de medio centenar de plantas”, comenta Carlos Sambricio. “Hoy día, a la altura de Nuevos Ministerios, hay una vaguada, pero no siempre estuvo ahí”, ilustra el catedrático. “En 1924 se plantea un debate importante en 1924: bifurcar la Castellana hacia el paseo de La Habana, por un lado, y por el otro hacia la actual Orense”, comenta. En lugar eso, se optará luego por el desmonte: la Castellana salvará ese tapón orográfico y correrá libre hasta la plaza de Castilla.

Un plan más moderno

Los años veinte marcan un cambio de tendencia. El movimiento moderno deja obsoletas las avenidas pensadas como escenarios monumentales. En 1929, el Ayuntamiento convoca un concurso internacional. Un arquitecto alemán, Hermann Jansen, que en 1910 ha planteado la gigantesca expansión de Berlín anexionando pueblos para crear una ciudad de 50 kilómetros de diámetro, se asocia con un brillante y prestigioso colega español, Secundino Zuazo: ambos presentan un proyecto innovador para la Castellana, pensado para las tres clases fundamentales: la burguesía alta, la clase media y la clase obrera, con pisos de diferente extensión, pero los mismos equipamientos.

Queda desierto el concurso, pero la Segunda República lo resucita. Manuel Azaña quiere que Madrid deje de ser “un poblachón manchego”. El Ayuntamiento rescata y rehace el proyecto de Zuazo y Jansen. Como núcleo de la nueva avenida, en la zona donde estaba el problemático hipódromo, un edificio se impone. Los Nuevos Ministerios, que parte del imaginario popular atribuye al franquismo, pero que son un proyecto republicano. Zuazo había estudiado el lenguaje y la composición de El Escorial. Los Nuevos Ministerios son, en su concepción original, un Escorial civil y republicano.

Montaje a partir de esquemas parciales de Pedro Bidagor para Madrid en los años cuarenta.
Montaje a partir de esquemas parciales de Pedro Bidagor para Madrid en los años cuarenta.Cortesía de Carlos Sambricio

“Zuazo es el gran arquitecto del primer tercio de siglo en Madrid”, destaca Carlos Sambricio, editor de unas memorias sobre el arquitecto. “Es un hombre extrañísimo: culto, católico, de una derecha muy civilizada, capitalista y empresario, y a la vez republicano”. Lo acosan los anarquistas, que le exigen que dedique a uso público sus edificios privados. Se marcha a París, “¡exiliado de la República que él apoya!”, se admira Sambricio. Cuando las tropas nacionales ganan la guerra, los falangistas sacan a cuento su pasado republicano y lo ‘confinan’ —un eufemismo para el destierro— a Canarias.

Ya en 1946 el plan de urbanismo de Pedro Bidagor recogerá la idea, pero en ella habrá desaparecido la buena parte de la intención original. “Bidagor era un hombre con sensibilidad y culto, y de hecho había estado en el estudio de Zuazo”, detalla el arquitecto José María Ezquiaga, pero desmantela buena parte del espíritu de su maestro: “Considera que La Castellana es una zona muy buena, que allí no puede haber viviendas sociales; además, sustituye las torres previstas originalmente por manzanas, siguiendo el modelo del barrio de Salamanca”.

"Hay un enorme contraste entre la concepción de la Castellana antigua y aristocrática de Núñez Granés, con sus palacetes y su visión propia del movimiento City Beautiful, y la mucho más moderna y sedimentada de Jansen-Zuazo e incluso de Bidagor, que viene de los CIAM y del funcionalismo. Era la idea del eje que albergará los elementos de la capitalidad de Madrid, su centro administrativo, el distrito financiero y otros", apunta Lamíquiz.

Los pactos de Madrid de 1953 trajeron a los militares americanos a España. Y muchos se quedaron a vivir en aquella flamante nueva avenida, a la altura de los números 185 a 191. A aquella zona se la apodó “Corea”, porque nació cuando la Guerra de Corea, comenta Carlos Sambricio. Al otro lado de la avenida, en las zona intermedia entre la nueva avenida y Bravo Murillo, abundan los bloques construidos por cooperativas. Los numerosos vecinos que viven en chabolas en la parte alta de la Castellana serán realojados en nuevos barrios allende la actual M30, como La Concepción o Carmen.

“Zuazo fue un visionario y acertó en la clave de Madrid. En urbanismo también se dan los descubrimientos, como ocurre en la ciencia y en el arte. Y él ve que hay un eje para organizar la urbe”, celebra Ezquiaga. “Gracias a la Castellana los madrileños saben dónde están los puntos cardinales. Organiza mentalmente la ciudad”.

Este reportaje pertenece a la serie Érase una vez Madrid, dedicada divulgar a aspectos poco conocidos del pasado de la ciudad y que se publican semanalmente a lo largo del verano. Puede leer aquí los reportajes ya publicados Las otras 'Gran Vía' que no pudieron ser y La primera plaza de España de la que solo se salvó Cervantes y ver las fotogalerías Así sería el Madrid del futuro y Tres siglos de la plaza de España de un vistazo.

 

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Sobre la firma

José Manuel Abad Liñán
Es redactor de la sección de España de EL PAÍS. Antes formó parte del Equipo de Datos y de la sección de Ciencia y Tecnología. Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca), periodismo científico en el CSIC y humanidades en la Universidad Lumière Lyon-2 (Francia).

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