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Una maldición que dura 26 años

El reciente hallazgo de unos huesos junto a la fosa, la peregrinación de curiosos al lugar de los asesinatos y la serie de Netflix han rescatado el crimen de Alcàsser

Imagen de la casa donde estuvieron retenidas las tres adolescentes en 1993 en el pantano de Tous. En vídeo, el trailer de la serie de Netflix.Vídeo: M. Torres | Netflix

Cualquier previsión en torno a excentricidades mediáticas y sociales alrededor del triple crimen de Alcàsser, ocurrido en 1992, parece desbordarse. El estreno reciente de la serie televisiva El caso Alcàsser (Netflix) ha propiciado que aumenten los curiosos que se acercan a la casa de monte donde las víctimas fueron retenidas, violadas y asesinadas. Realmente, eso pasa desde que se encontraron los cuerpos en 1993. Curiosean en la zona tal vez con el deseo de localizar algo que decante la balanza hacia la versión oficial (los delincuentes Antonio Anglés y Miguel Ricart mataron a las adolescentes) o hacia las teorías conspiratorias que arrasan en Internet (satanistas rituales o ricos orgiásticos hicieron lo propio, y lo filmaron).

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Hace unos días, una pareja se acercó a la partida de La Romana (Tous), donde está la fosa, y encontró lo que parecen ser restos de una mano. Además, el pasado miércoles murió Juan Ignacio Blanco, quien aparecía en televisión como criminólogo al lado de Fernando García (padre de una de las víctimas), estableciendo teorías alternativas sobre el crimen.

Hoy, las peculiaridades de Internet y su intensidad para cubrir de letras el éter provocan que textos informativos defiendan un día la versión real y al otro, cualquier otra cosa. ¿Qué misterios se esconden tras la muerte a tiros de las niñas Toñi Gómez, Miriam García y Desirée Hernández? Los foros y las redes sociales hierven con todo esto. La maldición mediática del caso, capaz de convertir todo en detritus, no acaba.

Una persona ya fallecida, cercana al supuesto asesino Antonio Anglés, se paseó por los platós televisivos durante 1997, mientras Ricart era juzgado. Esta persona explicaba: "Si querías ir a la tele decías: 'Yo he visto a Anglés en una limusina, con gente de un nivel que flipas'. Entonces salías en la tele. Pero si decías: 'Anglés era un camello muy violento', pues entonces no sacabas ni un duro".

Ahora, con todo el horror otra vez a debate, se infiere que unos cuantos nombres periodísticos fueron los responsables de las atrocidades deontológicas, mientras el resto se santigüaba. Pero no fue así. Unos cuantos de los que ahora claman ética ayudaron a socavarla. Muchos otros, que parece que estuvieron en primera fila, ni aparecieron. Todo se descontextualizó en Catarroja en 1993, donde vivían Ricart y Anglés. El pueblo pasó de la estupefacción a la rabia, al desconcierto y, finalmente, a la confusión y a la sospecha de que no habían sido ellos. En Catarroja, hasta los amigos de Anglés y de Ricart acabaron autoconvenciéndose (a fuerza de talonario televisivo) de que éstos eran sirvientes de políticos, príncipes o de lo que fuera. De que vendían heroína a altos cargos, pese a lo delirante del caso. Era agotador intentar que relataran, sin estar condicionados por la atmósfera paralela catódica, que Anglés había torturado a una exnovia y que Ricart había estado a su lado en todo.

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En el pueblo, cuando se veía en la tele a los amigos de los asesinos contar fantasías, la gente se enfadaba. Eso al principio. Luego, bajo el desgaste (un espectador valenciano, gracias a Canal 9, estaba expuesto a más horas televisivas de conspiranoia), muchos pensaban que tenían razón. La gente se planteaba: ¿cómo van a decir eso en la tele si fuera mentira? Esa fue una de las grandes claves, claro. El llegar a pensar eso.

Se descontextualizó que en los años ochenta habían crecido en la zona chavales que formaban pandillas y se pegaban con nunchacos, cadenas y palos con clavos. Que algunos hicieron atracos rabiosos o acabaron en la delincuencia más brutal.

Joan M. Oleaque escribió el libro Desde las tinieblas (2003) sobre el crimen de Alcàsser

El padre que nunca se plegó ante las teles

Miguel Ricart padre, conocido como El Pinzell, volvió de trabajar un día y encontró muerta a su mujer. Él también ha muerto ya y su recuerdo ha pasado al olvido. Su nombre, hasta hace poco, aún figuraba en el timbre del patio del piso de la calle Alicante donde vivió con su hijo. Miguel Ricart padre salió en la tele diciendo que si su hijo estaba implicado en el triple crimen debía "pagar" por ello. Esa imagen paralizó a toda España. Nunca se plegó ante las televisiones, pese a las contundentes ofertas, pasando sus días con una ajustada pensión. Miguel Ricart hijo, el único condenado por el triple crimen, fue excarcelado en 2013. Antonio Anglés huyó de España en 1993 y desapareció.

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