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Elecciones generales
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Las superheroínas vengadoras: dos mujeres de derechas contra todos

Álvarez de Toledo, enfadada, y Arrimadas, desenfadada, monopolizaron el debate con la estelar presentación televisiva del tándem de emergencia nacional PP-Ciudadanos

Los representantes de los partidos, en el debate que se celebró este martes en TVE. En vídeo, los mejores momentos del debate.Vídeo: Javier Lizón (efe) | tve
Íñigo Domínguez
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El debate electoral a seis, que parecía el de calentamiento y sin los principales líderes, se convirtió en la noche del martes en el de fuego real. Sobre todo por dos secundarias que tienen casi papel estelar en la estrategia de sus partidos: Cayetana Álvarez de Toledo e Inés Arrimadas. Y también porque, en cambio, la suplente que mandó el PSOE, la ministra María Jesús Montero, no era Sánchez para responder por Sánchez a los continuos ataques a Sánchez. Sobre todo porque parecía que no tenía ningunas ganas de serlo. Casi se leía en sus ojos ¿qué hago yo aquí?, como pensando en el comodín de la llamada. La pareja protagonista de PP y Ciudadanos, que presentó por primera vez en directo al nuevo tándem de la derecha, actuó de forma oficial como pareja artística. Irrumpió en la campaña como en una película de superheroínas vengadoras.

Álvarez de Toledo, de morado, muy oscuro, porque parece que está de funeral permanente, se lanzó al ataque del “señor Sánchez”, el “vanidoso útil del separatismo” en su primer minuto, dedicado teóricamente a presentar el programa. Pero es que ese es el programa, no añadió mucho más en el resto del debate. Y eso que empezó diciendo: “No sé qué se puede decir del señor Sánchez que no se haya dicho ya”, y ya se le pasó el minuto. Se enganchó enseguida con María Jesús Montero, porque le tocaron Andalucía y le salió el genio. Una andaluza cabreada y una española-argentina condescendiente de acento porteño hicieron presagiar al principio una gran noche de boxeo, pero duró poco porque la ministra prefirió pasar por la educada de la situación y entrar poco al trapo. Eso dio alas a Álvarez de Toledo, cosmopolita y viajada, que ha introducido en el debate político nuevas formas de ser insolente, de clase realmente alta y no como otros del PP, que vienen más de la derecha de provincias de toda la vida. Aunque en algún momento pareció que iba a llamar a Ambrosio para pedirle un Ferrero Rocher. No te la imaginas en un tractor, ni aunque se suba, aunque desde luego refuerza la sensación de apocalipsis ibérico el hecho de que incluso ella se haya tenido que molestar, dejar de hacer lo que fuera que estaba haciendo, y bajar al barro.

Más desconocida para el gran público, porque los otros salen más en la tele, la número uno del PP por Barcelona fue la protagonista indudable del debate. La forma de apoyarse, de impostar la solemnidad y de señalar con el índice son las de Aznar, cuando ella entró en el PP, pero en marquesa. Echó la bronca a casi todo el mundo por algo y fue dando lecciones. Enseñó unos gráficos “como en Barrio Sésamo” y a María Jesús Montero le dijo: “Repita y diga conmigo: el PSOE no volverá a indultar a golpistas”. A Rufián le riñó mucho: “Esas propuestas son huecas, no valen nada en su boca, ¿no lo entiende?”. Apenas hizo propuestas, salvo bajar los impuestos, pero es que ella estaba allí para vender un nuevo estilo, el del PP de Casado, sin complejos. Desde luego ella estuvo totalmente desacomplejada, salvo quizá uno, el de superioridad, que es el más difícil de sobrellevar, sobre todo para los demás. Inés Arrimadas, de rosa y con coloretes de Heidi, sonreía todo el rato. Fue la que se sintió más cómoda y colocaba mejor los chascarrillos. Al lado de Cayetana Álvarez de Toledo parecía la derecha desenfadada, y no la enfadada. Cuesta realmente recordar un debate en que dos partidos españoles, y que además se disputan el mismo espacio, no se sacudan, ni se critiquen y ni es que se rocen, por eso el espectáculo fue digno de verse: eran estas dos chicas de derechas contra todos. Repartiendo estopa.

Les ayudó que los habitualmente más locuaces o revoltosos, como Irene Montero y Gabriel Rufián, se moderaron para la ocasión, por eso de no dar miedo. O la propia exministra Montero, que se mueve mejor en los discursos largos y sonaba demasiado ministerial, leyendo listas de cosas. Aguantaba el chaparrón de improperios a Sánchez con mohín de fastidio, pero ir de sufridora en un debate no vende muy bien. Parecía que pensaba: “Haz que pase”. Álvarez de Toledo hasta le dijo que le faltaba llevar el lazo amarillo puesto. “Es una pena la posición del Partido Popular, una pena, una pena”, murmuraba ella.

El miedo, termómetro electoral

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La ventaja de que se haya ido Rajoy es que en realidad era él quien gobernaba cuando pasó todo lo de Cataluña, por eso ahora el PP hace como que aterriza de repente en un país en llamas que tiene el deber de salvar. El miedo es el auténtico termómetro de estas elecciones. Todos dicen que viene el lobo. Pero una derecha sin complejos no teme parecerlo a los demás, mientras que el resto sí va de corderitos. Por eso los demás quedaron bastante eclipsados, y el 28 de abril dirá quién acertó. Irene Montero, muy poco agresiva y apenas sarcástica, fue la que más datos y propuestas dio con diferencia, con bolígrafo multicolor de estudiante aplicada. Habló de la Naval de Sestao y hasta de dentistas. Estuvo deliberadamente comedida, nada radical en formas y gestos. El desplazamiento del tono hace parecer radical al PP, y esa es la idea de Unidas Podemos. Aitor Esteban, del PNV, era una rareza en el debate. El único hombre con Rufián, el más mayor, 56 tacos, el solo político de toda la vida, con corbata. Un profesor de Deusto con ojeras, de uno de los últimos partidos serios, pero con el inconveniente de que hay que ser vasco para votarle, y entonces a los demás espectadores les da un poco igual. Aunque cada vez que hablaba daba sensación de normalidad y casi nostalgia del bipartidismo, la que deben de tener en el PNV.

También Rufián se portó bien. Como el primo macarra que se pone de traje en una boda y ese día se contiene, aunque a veces le pueda el deje callejero. Hizo un notable esfuerzo de moderación, probablemente doloroso para él, y cualquiera podía pensar que lo que dicen de este chico no es para tanto. Incluso parecía preocupado por España (solo un par de veces dijo “Estado”, y muchas más “este país”) y demostró ser consciente —lo dijo dos veces— de la condición de España como país soleado para apostar por las renovables. Fue un poco un fake Rufián, pero en un debate todos tienen derecho a vender la mejor versión de sí mismos, sobre todo si la derecha vende la peor. Se lo echó en cara Arrimadas, y en plan chulo, llamándole “chaval”: “Vienes aquí de niño bueno”.

En eso llegó el momento tenso del debate. Con tantos temas candidatos a crearlos, se produjo con uno muy concreto, y nada casual. Fue con “el asunto este del feminismo y la igualdad”, tal como lo anunció Álvarez de Toledo. Soltó la frase que ya hoy es la más comentada del debate, hablando de relaciones sexuales: “Un silencio es un no. ¿De verdad van diciendo ustedes sí, sí, hasta el final?”. Se notó mucho que no se le escapó, a esta nueva vieja derecha le gusta escandalizar. Irene Montero se llevaba las manos a la cabeza. Aitor Esteban se puso a mirar al suelo. Se lió y la polémica sobrevoló el resto del debate. En este campo la representante del PP adoptó con toda naturalidad el discurso de Vox, de modo que, ante la ausencia del partido de Santiago Abascal, sus simpatizantes pudieron llegar a tomarla por una de las suyas, un triunfo táctico para el PP.

Los llamamientos al diálogo y el sentido común de Aitor Esteban eran una voz en el desierto: “¡Decís cosas que no son ciertas para instigar unos con otros!”. En esto el moderador intervino para decir que le gustaría que el AVE llegara a Galicia, y aún debe manifestarse sobre esto la Junta Electoral. Irene Montero le echó en cara al PP los trabajitos de Villarejo hasta tres veces, pero a Álvarez de Toledo eso de las cloacas le queda como muy abajo, hizo como que no oía. Todo intento de hablar de problemas reales y soluciones fue en vano. La gran cuestión que dejó en el aire el debate es si España se va a ir o no a la derecha, pero bastante más lejos de lo acostumbrado. Ni Rajoy ni Aznar tuvieron este tono en un debate, aquello era más aburrido, hablaban más de números, de tranquilidad, de familias y empresas, cosas de centro. En su minuto final Álvarez de Toledo pareció aún más fuera de la realidad, más inconsciente de la impresión que produce, algo extensivo a este PP, en un ciudadano medianamente progre: “Apelo incluso a los votantes de izquierdas razonables y responsables, les pido una suerte de voto prestado para afrontar el más grave desafío que tiene España”. Sería una buena encuesta saber si alguien de izquierdas en todo el país se quedó pensándolo siquiera un minuto. Arrimadas, la parte dicharachera y festiva de la pareja vengadora, animó a todos: “Vamos España”. Como diciendo que lo vamos a pasar fenomenal, apúntate a la nueva derecha. Por si acaso Rufián habló sin rodeos a los catalanes con un mensaje claro: no votes al PSOE, que al final va a pactar con Ciudadanos. María Jesús Montero, sobrepasada por el espectáculo de la derecha crecida, solo advirtió: “Hay que elegir entre la foto de Colón, una España en blanco y negro, y otro país”.

Muchos españoles quizá piensen que Sánchez no es nada del otro mundo, pero PP y Ciudadanos lo retratan verdaderamente como una criatura del otro mundo, de una maldad sobrenatural, una misión a vida o muerte para la pareja de superheroínas vengadoras. La saga seguirá en el próximo debate, pero ya con superhéroes y el supervillano en persona, y tras ver la primera parte, seguro que será un derroche de efectos especiales.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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