Caña a los políticos desde el ‘coworking’
La vida, la política y el trabajo vistos desde uno de los muchos espacios de trabajo compartido de Madrid
Si está sentado ante el ordenador de la oficina leyendo este reportaje. Si tiene a su alrededor a los mismos compañeros de siempre. Si le aburre su trabajo, sepa que hay gente como usted que un día se levantó de una silla como la suya y cambió de plan. Alberto Belón, de 37 años, es uno de ellos. “Decidí dejar de entregar mi vida a las grandes compañías y me fui”.
Belón tiene ahora un puesto de trabajo en un coworking (espacio de trabajo compartido). Este martes ha comido en casa y llegará seguro antes de que se duerma su hijo. Es dueño de su horario. Gana más dinero y trabaja menos horas. No tiene jefes a la vista. Tampoco tiene vacaciones pagadas ni bajas laborales. Es autónomo y trabaja de informático. Está contento con su decisión pero hoy tiene 38.5 de fiebre y no ha podido quedarse en casa. “Tengo muchísimo trabajo”, razona. El 28 de abril irá a votar, pero desencantado. “Es absurdo confiar en lo que dicen los políticos”.
Al lado de Belón, emprendedor tipo, están Álvaro Caba y Leonardo Antelo, de 29 y 33 años, consultores SAP de una empresa con sede en Barcelona. Son la otra cara de la moneda de estos espacios de trabajo compartido, un modelo que no para de crecer en todo el mundo. Madrid y Barcelona sumaban casi 56.000 m2 de coworkings a finales de 2018, lo que supuso un crecimiento del 70% respecto a 2017, según la consultora inmobiliaria Cushman & Wakefield. Cada vez más empresas optan por alquilar puestos para sus trabajadores en estos lugares, en los que se reparten los gastos comunes y las salas de reuniones. Aquí conviven autónomos –o freelance- y empleados de 40 horas a la semana.
Chechu Salas, de 37 años, ha estado en los dos lados. Y cambia de uno a otro cada cierto tiempo. Ahora está lanzando una empresa de consultoría tecnológica y financiera. “Cuando estoy en un sitio echo de menos lo otro. Emprender da una libertad que no tiene parangón. Una empresa da más estabilidad, pero eso acaba convertido en aburrimiento”, explica. Desde el coworking The Garden Space, en la zona de Plaza de Castilla, en Madrid, se conecta con los otros cinco socios de su empresa, cada uno en un lugar físico diferente. “Estamos inventando el futuro, pero arrastramos leyes del pasado”, se queja sobre lo difícil que es emprender en España. “La legislación va por detrás de la realidad”, dice.
Dicen los gurús que en lugares como este, de sofás de amarillo huevo y taburetes de hierro turquesa, trabajará la mayoría de la gente en un futuro no muy lejano. A los candidatos a presidente se les ha visto esta campaña subidos a tractores o acariciando terneros, pero no han pisado un coworking. Han visitado las zonas con mayor dispersión de población de España, pero no han estado aquí, donde en apenas unos metros está el cerebro de una tienda de moda online, una agencia de viajes para chinos que quieren visitar Europa, una consultora financiera, tres informáticos, una inmobiliaria y un consultor jurídico. Talento concentrado.
Sabrina Rodríguez, venezolana de 39 años, trabaja junto a otras tres compañeras (que hoy no están) en una empresa de venta de ropa que hace seis meses cerró sus oficinas físicas y buscó para sus empleadas un lugar como este, en el que el sitio fijo de trabajo cuesta 169 euros al mes. En unas mesas más allá, Teresa Zou, de 42 años y nacionalidad china, gestiona desde aquí su empresa de viajes, que trae a unos 100 grupos de chinos al año. Todos trabajan de la misma conexión a internet y comparten el mismo baño o la misma máquina de café. Un día se quedaron sin red y Belón arregló la conexión. Otro día un abogado sin página web encontró en la mesa de al lado el diseño que buscaba. Ejemplos de lo que en el argot suelen llamar sinergias.
Aquí no se habla de política, pero si se les pregunta nadie esquiva la respuesta. Simón Arenas, de 36 años, llegó de Venezuela hace dos. Desde The Garden gestiona el papeleo y ayuda con la burocracia a sus compatriotas en los complicados procesos migratorios. Como abogado, no vive ajeno a la política española aunque todavía no tiene derecho a voto. “Como defensor de los derechos humanos me preocupa la irrupción de la ultraderecha”. Cuando pueda votar lo hará por la izquierda. Antelo, el consultor SAP, es uno de los indecisos, en los próximos días dice que se leerá los programas electorales para tomar una decisión. Ya ha votado al PP y a Ciudadanos. Salas mezcla sus avances en su nueva empresa con una idea que le ronda la cabeza. “Creo que los perfiles tecnológicos y digitales tenemos que meternos en política más que delegar en ellos. Yo estoy en esa frontera”, asegura. ¿Estará naciendo un político?
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