La crisis que llegó para quedarse
La tasa de paro en Cebolla (Toledo) roza el 40% una década después del cierre de la fábrica que sostenía al pueblo
El día que se fue Emiliano Madrid el pueblo cambió para siempre. La fecha se ha vuelto borrosa para la mayoría de los vecinos. Después de una conversación con una decena de ellos, parece que no hay un día concreto, sino que se fue yendo poco a poco entre 2008 y 2013. Lo que sí recuerdan todos es cómo se vivía hasta entonces. Había dinero, trabajo para todos y los fines de semana el bar La Esquinita tenía que ampliar la terraza para dar más comidas.
Emiliano Madrid e Hijos S.A. llegó a ser una empresa líder en el sector de la construcción en la España del boom inmobiliario. Con nueve naves en Cebolla (Toledo), en sus mejores años dio empleo a casi un millar de personas. Un artículo de La Voz de Talavera, que recogió en fotos la multitudinaria fiesta de la empresa para despedir el año 2004, arranca así: “Su emplazamiento en Cebolla hace que esta localidad no tenga ni un solo parado”. Luego llegó la crisis, las naves cerraron y el pueblo se quedó varado. Hoy no llega a 3.500 habitantes y roza el 40% de tasa de desempleo. A dos semanas de las elecciones generales, la petición desde este rincón manchego al próximo presidente del Gobierno es tan simple como improbable. “Que miren por nosotros”, resume Bárbara Montoya, de 23 años.
A las 11 de la mañana de un martes cualquiera en La Esquinita hay nueve personas. Ángela, Asunción y María se toman un refresco y comen unos saladitos que han comprado en el Dia de la misma calle. En la barra se empiezan a servir los primeros coñacs de la jornada. Julián Arrogante, guardia civil jubilado de 81 años, es el primero en nombrar el nuevo talismán del pueblo: “Los 400 euros”. La ayuda a los parados sin derecho a prestación a la que se agarran ahora como antes lo hicieron a Emiliano Madrid.
El Ayuntamiento ofrece contratos de seis meses para la limpieza de las calles por el salario mínimo (900 euros al mes desde la subida del Gobierno en diciembre de 2018). Después, perciben la ayuda extraordinaria de 400 euros durante otros seis meses. Y así pueden vivir un año, algunos hasta repiten. “Nos matamos por trabajar en el Ayuntamiento”, dice Ángela, de 62 años. “Es pan para hoy y hambre para mañana, pero sin los planes de empleo la gente no saldría adelante”, reconoce la concejal de Bienestar de Cebolla, Sonia Alonso. A cada paso uno se cruza con mujeres con chalecos amarillos y escoba, como Mar Gironda, de 57 años y licenciada en Derecho, que nunca se imaginó haciendo tal cosa, pero no reniega: “un trabajo es un trabajo”.
Julián, el guardia civil, y un amigo mezclan desde la barra del bar recuerdos de tiempos mejores con críticas a un mundo que ya casi no entienden. “Aquí todos tienen algo para ir tirando, aunque sea unas olivas. Pero ya nadie quiere trabajar el campo, se han acostumbrado a las ayudas”, critica. La política nacional parece lejana desde aquí, la recuperación económica ni se ve ni se espera. Javier Garrido, propietario del bar, “por supuesto” que irá a votar, pero ya sin confianza en los políticos. “Solo miran por sus intereses”.
Al lado del pilón que hay en el centro del pueblo hay un comercio chino. En tiempos de crisis, se ha convertido en competencia de La Esquinita. Del chino salen, cerveza en mano, varios vecinos que echan la mañana sentados al sol. Consumición sin tapa, pero barata. Antonio, de 59 años, lleva cuatro en paro y dice que ha escuchado en la radio que “Cebolla es uno de los pueblos más deprimidos de España”. Pedro, 57 años, recuerda cuando “se manejaba dinero y todo el mundo funcionaba”. La tertulia se agría por momentos, pero no pasa de ahí. A estas horas de mediodía, con el sol calentando, el pasado se magnifica y Emiliano Madrid ya no daba empleo a mil personas, sino “a 3.000 o por ahí”, exagera uno. ¡Qué tiempos!
Es martes de mercadillo. A la hora de comer, los comerciantes están ya recogiendo sus puestos. No hay clientes. Eduardo Salazar, “gitano puro de Cebolla”, de 25 años, pide permiso para decir algo. “Yo quiero agradecer a Silvia [la alcaldesa, del PSOE], que nos hace estos planes que nos dan mucho trabajo. A mí ya se me ha acabado pero ahora está mi mujer”. “¡Gracias, Silvia!”, grita contento. Sus amigos le aplauden.
En la barra de La Esquinita, Bárbara Montoya no está para muchas fiestas. Está en paro después de trabajar un tiempo en Madrid en una clínica dental. Quiere quedarse en su pueblo. “Si nos vamos todos, esto se va a quedar vacío”, lamenta. El 28-A irá a votar. Al próximo presidente solo le pide que desde la capital se les tenga en cuenta.
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