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La tumba entre escombros de Vicente Ibáñez

El enterramiento apresurado dentro de una ruina de un vecino sin recursos ni seres queridos se transforma en polémica dentro del pequeño pueblo de San Vitoiro

Tumba de Vicente Ibáñez Ciurana en San Vitoiro de Ribas de Miño (O Saviñao).
Tumba de Vicente Ibáñez Ciurana en San Vitoiro de Ribas de Miño (O Saviñao).Pedro Agrelo

"Era un hombre malo, egoísta, un cabrón con la gente; pero nadie se merece ser enterrado así", protesta Ana do Sixto, probablemente la única persona por la que Vicente Ibáñez Ciurana mostró verdadero afecto desde que recaló para siempre, como un vagabundo hace casi 20 años, en la apartada localidad de San Vitoiro de Ribas de Miño (O Saviñao, Lugo). El cuerpo del vecino de 79 años, originario de Valencia, apareció reventado en el suelo, en el vestíbulo de la casa que habitaba a cambio de nada. Supuestamente murió por accidente, de un golpe en la cabeza, y cuando fue hallado el cadáver llevaba varios días descomponiéndose al calor del verano. Ana y su madre, Guadalupe, se encargaron de limpiar entre náuseas la truculenta escena del suceso. Ahora las dos tienen claro que, cuando mueran, querrán "ir al horno" y convertirse en cenizas.

No han acabado la penosa tarea. En la planta baja de la vivienda del difunto "todavía hay sangre y larvas de mosca", cuentan ellas. Pero, tras el examen forense, el cuerpo que ningún pariente reclamó y ningún vecino, salvo Ana, echará demasiado en falta, fue sepultado sin pompa alguna en una fosa improvisada entre las ruínas de un alpendre de piedra. Era la vieja sala de autopsias, que quedó definitivamente abandonada en los 90, cuando la medicina legal dejó de practicarse en los cementerios. Fue el párroco de la iglesia del siglo XII, don Pablo, el que señaló la ubicación de la sepultura en tierra después de comprobarse que Vicente Ibáñez no tenía recursos y que ningún vecino pusiese a disposición del muerto un nicho libre en el pequeño camposanto que rodea el templo. Según el religioso, en la tierra, alrededor de las paredes de la parroquia, no se puede excavar porque está catalogada.

Vicente Ibáñez Ciurana, en un retrato que conservaba en su vivienda.
Vicente Ibáñez Ciurana, en un retrato que conservaba en su vivienda.

Pero el enterramiento en el cobertizo (un autèntico vertedero de bancos podridos, confesionarios rotos y fragmentos apolillados de retablo de los que alguien se fue desembarazando, arrojándolos adentro por el hueco del techo desplomado) ha derivado en guerra política local. El PSOE carga contra el histórico alcalde del PP, Joaquín González, por no haberle brindado sepultura de beneficencia en alguno de los tres cementerios municipales de O Saviñao. Y el regidor, sin aclarar del todo por qué no lo hizo, desvía la responsabilidad al sacerdote que señaló el punto de enterramiento y al juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Monforte (Lugo), sobre el que recayó el óbito. La juez negó la posibilidad de incinerar el cadáver por si algún día aparecía por el pueblo algún pariente de Vicente Ibáñez reclamando los restos.

Uno tras otro en las aldeas que dependen de la parroquia de San Vitoiro, sobre todo las mujeres, recurren a la misma frase para definir el precario sepelio del vecino con el que evitaban tratos: "Así no se entierra ni a un perro". En este enclave de la ribera del Miño poblado de canes queridos, nadie parece imaginar para el suyo una despedida tan descarnada como la que recibió Ibáñez. Ana do Sixto asegura que el día que O Valenciano fue sepultado solo estaban presentes ella, "dos obreros del Ayuntamiento para hacer el agujero y dos de la funeraria". "El cura no se dignó a acercarse para decirle una triste oración", lamenta, pero "el sábado que viene habrá un pequeño funeral porque lo paga una vecina".

Según la versión de Ana, abrieron un agujero "de solo un metro de profundidad", metieron la caja y taparon con tierra y piedras. "Al día siguiente" los operarios "volvieron para echarle encima dos sacos de arena" a modo de lápida paupérrima. Ella y su marido, Manuel O Sixto, encargaron un centro de rosas blancas por 60 euros. La tumba está a unos tres metros de dos fincas aledañas con casas habitadas, y la supuesta escasa hondura del hoyo de Vicente mantiene en vilo a todos mientras se extiende el rumor de que en tiempos, en aquel mismo lugar, "fueron enterrados varios niños sin bautizar". Según el alcalde, la semana pasada visitó el camposanto "una persona de Sanidad de la Xunta" y no puso "ninguna pega" a la sepultura.

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González, regidor de San Vitoiro, atribuye la polémica a "una serie de intereses creados" y se muestra incómodo por lo que considera un uso indigno de una persona muerta en su contra

Joaquín González atribuye la polémica a "una serie de intereses creados" y se muestra incómodo por lo que considera un uso indigno de una persona muerta en su contra. "Está claro que esto tiene que ver con que el año que viene hay elecciones, pero si quieren hacerme daño, no lo van a conseguir: después de 28 años en la alcaldía, no voy a repetir como candidato", comenta. "Tengo la conciencia tranquila, porque desde el Ayuntamiento a este hombre se le ayudó todo lo que se pudo en vida", continúa defendiendo el político popular: "Vivía en una antigua cuadra, y le dimos una subvención para infraviviendas. Le pusimos puertas y ventanas de aluminio. Desde hacía tiempo, una asistenta social iba tres veces a la semana para limpiarle la casa y cocinar. Iba aseado y bien vestido". Cuando se le pregunta por qué no lo enterraron en un cementerio municipal, el alcalde zanja brevemente: "Porque en aquel momento no había ninguna sepultura prefabricada". En el cobertizo en ruinas de la parroquia tampoco la hay.

El cuerpo de Vicente Ibáñez fue hallado el pasado 21 de julio. La asistenta social que acudía a su vivienda en el lugar de Susavila (San Vitoiro) para que comiera caliente al menos tres días llamó repetidas veces a la puerta. O Valenciano no respondió, y ella acabó avisando a la Guardia Civil. Dentro los agentes se toparon el macabro panorama y alertaron al juzgado. Según los vecinos, el hombre, que no pagaba alquiler, recibía una pensión de unos 400 euros y sobre todo gastaba en beber. "Estaba a tratamiento de Sintrom, como casi todos estamos aquí", apunta José Ramos, O Taberneiro, el hombre que le prestó un techo cuando llegó sin nada a San Vitoiro.

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Ibáñez contaba que había cumplido tres años de prisión por narcotráfico después de ser delatado. Aseguraba que tenía en A Coruña esposa e hija, pero que él había sido infiel y la familia acabó rota. Terminó en O Saviñao porque encontró empleo en una explotación ganadera vinculada a la familia del alcalde, pero sus relaciones con el prójimo siempre acababan torciéndose. Enseguida volvió al paro.

Hace casi dos décadas apareció por Segán de Arriba, un pueblo próximo a San Vitoiro, con una pequeña maleta. No tenía dónde dormir y pidió ayuda a José Ramos. La vieja taberna que había regentado su padre estaba abandonada, así que el vecino le dijo: "Puedes meterte ahí, pero no tienes muebles. Solo unos cartones". "Así estuvo varios meses", recuerda ahora el hombre al que apodan O Taberneiro no por oficio, sino por herencia paterna. "Le dábamos agua y luz, y no le cobrábamos nada... pero mi mujer y yo empezamos a sospechar al ver que todos los domingos, a la hora de ir a misa, se ponía a trabajar en nuestra huerta a la vista de todo el mundo. Creímos que iba a reclamarnos algo por hacerle trabajar cuando no lo hacíamos. Le prohibimos ir a la parcela los domingos pero él siguió haciéndolo. Así que le dijimos que tenía que irse porque queríamos arreglar la casa para una hija. Le dimos dos meses de plazo, pero agarró su maletita y se marchó aquel mismo día".

Después Ibáñez convenció a una anciana para entrar a vivir donde ahora moraba, también sin pagar. La señora ya murió y cuando él empezó con los achaques de la vida siempre encontró ayuda en Ana, a la que sí parecía agradecido. Ella ahora está a tratamiento de quimioterapia, pero advierte que sacará fuerzas de donde no las hay para pelear "hasta que Vicente descanse en un lugar digno". "Cuando rompió un brazo y cuando se operó de cataratas estuvo en mi casa con todos los cuidados", explica la mujer. En compensación, él la convirtió en heredera de los pocos trastos que tenía: "Una televisión, una nevera, una lavadora y los muebles del dormitorio". También un retrato enmarcado que presidía su casa: O Valenciano se hizo fotografiar con sus mejores galas, bufanda al cuello, bastón en mano, habano en boca. Ana se ha traído el marco dorado a su casa y da un beso en la cara de su amigo a través del cristal: "Era malo con la gente, sí. Pero guapo, presumido y elegante. Y a mí me tenía cariño".

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